Gaza: la presión diplomática debe continuar
La presión diplomática contra Israel de los últimos días, alimentada por las horrorosas imágenes de niños desnutridos en Gaza, ha empezado a surtir efecto. El gobierno de Benjamin Netanyahu ha anunciado una "pausa táctica" para permitir la ayuda humanitaria en la Franja. La decisión se produce poco después de que el presidente francés, Emmanuel Macron, anunciara que París reconocería a Palestina como estado en septiembre y que otros líderes europeos, como el inglés Starmer e incluso el alemán Merz, hayan subido el tono contra Tel-Aviv. Por tanto, la primera conclusión del movimiento de Netanyahu es que, pese a contar con la total complicidad de Donald Trump, también es sensible a la presión diplomática.
Y lo que no acaba de entenderse es que unas imágenes que han golpeado al mundo, y que remiten indefectiblemente a los cuerpos famélicos que las tropas aliadas se encontraron cuando liberaron los campos de exterminio nazis, no hayan provocado una ola de protestas e indignación dentro mismo. Esta ignominia amenaza con cargarse con todas las simpatías que el Estado de Israel, un hogar para un pueblo perseguido y víctima del Holocausto, había generado en Occidente. El estado que debía ser un faro de prosperidad y democracia es hoy un estado opresor que está provocando un genocidio en Gaza frente a los ojos de todo el mundo.
Desde el primer momento de la invasión se vio que, ante la imposibilidad de acabar de forma quirúrgica con Hamás, Israel castigaría sin piedad a la población civil. Y es en ese contexto que el hambre se ha convertido en un arma de guerra, al estilo de los asedios medievales. La decisión de encargar la distribución de la ayuda a una empresa estadounidense y no a las ONG internacionales que lo han hecho siempre, y el goteo de muertes en las colas del hambre por disparos del ejército israelí, tiene la intención de convertir a Gaza en un infierno, en un lugar no apto para la vida humana. Bloquear la ayuda humanitaria y dejar a cerca de dos millones de personas sin suministros básicos era el último paso de una estrategia que busca expulsar a los palestinos de su casa.
La diferencia es que en Gaza todavía quedan periodistas locales, porque los de fuera no pueden acceder, para hacer llegar al mundo unas imágenes que ponen los pelos de punta. Y también existen todavía comunicaciones para que la gente de dentro pueda contar sus testigos. En ese contexto era previsible que las cancillerías europeas no podían restar impertérritas ante lo que es una vergüenza mundial sin convertirse, de alguna manera, en cómplices.
Sin embargo, la presión diplomática y de todo tipo debe continuar porque no es la primera vez que Netanyahu juega al gato y la rata con la comunidad internacional, abriendo los pasos fronterizos a voluntad en función de sus necesidades políticas y de imagen. Ahora ya no es suficiente con hacer llegar la ayuda con cuentagotas y evitar una crisis de mortalidad infantil. Es necesario que Netanyahu deje entrar a las ONG internacionales, también a las agencias de la ONU, y no ponga ningún tipo de obstáculo a la ayuda. Y que deje de disparar a la población civil hambrienta. Y en última instancia, negociar un acuerdo de convivencia con los palestinos.