Un grupo de personas mayores
18/10/2025
3 min

Todos aspiramos a vivir muchos años con salud y plenitud. De hecho, cada vez son más las personas que alcanzan una edad avanzada. La población mundial de más de 65 años aumentará en la próxima década a buen ritmo: pasará de los 1.565 millones de individuos en el 2024 (el 19,5% de la población) a los 1.948 millones en el 2034 (el 22,8%). Y en cuanto a los mayores de 80 años, vivirán un incremento del 29,3%. El cambio demográfico está viniendo acompañado, además, de personas con mejores condiciones vitales, más educación y también menos hijos. Y, sin embargo, demasiadas veces seguimos tratando a las personas mayores como si no pudieran decidir solas, como si fueran menores de edad. A esto se le llama edadismo –también hay edadismo para los menores, pero el más habitual es el de los mayores–. Y es un problema social cada vez más evidente.

El término se acuñó en 1969, pero a pesar de los años transcurridos, ha costado mucho llevarlo a la palestra pública. La ONU considera que la mitad de la población tiene actitudes edadistas y afirma que el edadismo es, detrás del racismo y el sexismo, la tercera causa discriminatoria. Pero es una discriminación silenciosa tan extendida como poco visibilizada. Está presente en todos los ámbitos de la vida, desde la sanidad hasta el mercado laboral o las relaciones personales. Sin darnos cuenta, demasiadas veces proyectamos la imagen de las personas mayores como seres débiles y vulnerables. Éste es el patrón, y lo aplicamos automáticamente, en especial sobre las mujeres debido a la suma de edadismo y machismo.

Es habitual ver cómo en un hospital o una residencia –y en otros muchos entornos– el personal trata a los pacientes o inquilinos como si fueran niños pequeños. Hay un punto de humillación, de rebajar al otro. También ocurre en las entidades bancarias, donde con la excusa de la brecha digital las personas de edad avanzada –de nuevo en especial las mujeres– de entrada a menudo reciben un trato como si fueran directamente ignorantes. Nada de empatía.

La vejez no tiene por qué ir en detrimento de la lucidez. A menudo ocurre lo contrario: la experiencia es un grado. E incluso en los casos que existe algún tipo de demencia, no tiene por qué darse una infantilización de la persona afectada. En cualquier caso, cuando la persona mayor tiene capacidad para tomar decisiones, y si quiere, de asumir riesgos, no vale frenarla, rebajarla o empequeñecerla. Es necesario respetar la autonomía individual.

Una cosa es el abandono de los padres o abuelos, con el consiguiente riesgo de soledad no deseada –precisamente este domingo la Obra Social San Juan de Dios clausura una semana dedicada a esta problemática–, y otra bien distinta es una tutela excesiva y con maneras ridículas. Con una esperanza de vida que se ha ido alargando y unas vejez activas y saludables, el edadismo afecta e incomoda a cada vez más gente. Cambiar ese mal hábito social es otro reto de la longevidad.

Más allá del trato humano concreto, que incluye las actitudes y el lenguaje –sobran expresiones del tipo “estás muy bien por tu edad”, o directamente vejatorias, como “¡Es una momia!”–, está en juego excluir a las personas mayores de derechos y vetarlas en ciertos ámbitos de la vida social. Así pues, el reto es pasar de la mirada asistencialista –por supuesto, sin desatender a las necesidades básicas– a una inclusión intergeneracional en la vida colectiva.

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