El Día Nacional de este 2025 llega en un contexto catalán, español, europeo y global de gran incertidumbre. El mundo se ha vuelto más imprevisible e inseguro. Las democracias occidentales se tambalean, y en especial y de forma muy preocupante la de Estados Unidos. Mucho más cerca sólo hay que mirar el desconcierto –por no decir desgobierno– de la vecina Francia, que también afronta un endeudamiento cada vez más grave. O las dificultades económicas de Alemania, donde el nuevo canciller aún debe demostrar su liderazgo político, tanto a nivel interior como europeo.
La Catalunya contemporánea que aspira a más autogobierno y soberanía para satisfacer el progreso de sus ciudadanos hace más de un siglo que para superar su desencaje dentro de España ha hecho bandera del europeísmo. Pero Europa unida se muestra hoy muy débil e indecisa. Tensionada por el ascenso de las ultraderechas nacionalistas, con una gobernanza que los ciudadanos no comprenden, sin una sola voz ni una auténtica unidad de acción en política exterior y defensa, y sin una fiscalidad común, Europa no lo logra. Despreciada por Estados Unidos de Donald Trump, atacada en Ucrania por un Putin cada vez más bélicamente desinhibido –como acaba de verse en el cielo polaco– y con China dictatorial erigiéndose en alternativa económica para todo el Sur Global, la UE no encuentra su sitio. El genocidio de Gaza también está sacudiendo al Viejo Continente, cuyas democracias, tradicionalmente junto a Israel, ven cómo Netanyahu está traspasando todas las líneas rojas de los derechos humanos. Si Europa no es capaz de hacer bandera, ¿qué credibilidad le queda?
Éste es el mundo confuso donde hoy Cataluña se juega su futuro. En medio de esta zozobra, para no perder el norte y recuperar las ilusiones es necesario afinar mucho las prioridades. Para asegurar el progreso colectivo, para mantener el rumbo democrático hoy amenazado por todas partes, toca elegir bien las alianzas. Dentro de esta Europa en crisis, Cataluña debe estar junto al fortalecimiento de la convivencia y la renovación de las instituciones, de la salvaguarda del estado del bienestar y del avance hacia una auténtica confederación europea que supere a los nacionalismos estatales, con respeto por la diversidad cultural, que en el caso catalán significa en especial aval a la lengua propia. Y si miramos hacia España, no se puede minimizar el peligro de involución que representan el PP y Vox, tanto para las aspiraciones nacionales de Catalunya como para la propia supervivencia democrática.
Internamente los retos también son mayúsculos y urgentes. Y sólo podrán lograrse con actos de responsabilidad compartida, tanto del mundo político como de la sociedad civil. Una responsabilidad que debe llevar consensos básicos en terrenos sensibles como el del mundo educativo –es urgente revertir el pesimismo de la comunidad escolar y universitaria–, el inaplazable avance de las energías verdes, el compromiso con el uso social de la lengua, el impulso a la investigación y las nuevas tecnologías ligadas al desarrollo económico y la creación de riqueza, la redimensión inmigración.