Han pasado 30 años de lo que fue juzgado como el primer genocidio en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Srebrenica es el trágico símbolo de la guerra de Bosnia. Fueron asesinados más de 8.000 hombres y niños musulmanes. Es difícil olvidar la vergüenza de Europa y el mundo democrático occidental por haber permitido aquella barbarie. Es lo mismo que en unos años oiremos sobre lo que ahora está pasando en Gaza. ¿Cómo pudo cometerse el brutal genocidio de Srebrenica? ¿Cómo puede estar ocurriendo el genocidio de Gaza? ¿Cómo puede que no aprendamos? La memoria del mal es débil, pronto pasamos página colectivamente. Olvidamos y recaemos. El recuerdo de lo que no hemos vivido de primera mano se desvanece demasiado rápido de las conciencias. Es como si cada vez volviera a empezar la historia, y con ella los endémicos odios colectivos.
El mundo de hoy se vuelve a rearmar, la guerra (explícita o comercial) reina de nuevo en las relaciones internacionales. La diplomacia multilateral, pese a todas sus hipocresías, debilidades y equilibrios, siempre es mejor que la ley del más fuerte que está imponiendo el presidente estadounidense, Donald Trump. Su imprevisible dialéctica del choque está dando alas a quienes sólo saben actuar también desde la fuerza bruta, como Putin en Ucrania y Netanyahu en Gaza. Un Netanyahu que ha tenido el cinismo de proponer a Trump para el premio Nobel de la Paz. Frente a él –en especial, frente a la barbarie de Gaza–, Europa, desterrada y debilitada, de nuevo está fallando, incapaz, dividida e impotente. Las imágenes y las historias de terror de Gaza nos van a perseguir durante años como lo han hecho las de Srebrenica en estas tres décadas. En el futuro, será difícil asumir la vergüenza.
La necesaria rememoración de la masacre de Srebrenica impresiona. El ejército serbobosnio, siguiendo instrucciones del presidente de la República Srpska, Radovan Karadžić, y bajo el mando directo del general Ratko Mladić, cometió una matanza fría e inhumana, fruto del odio étnico y religioso. Ante la pasividad de los cascos azules holandeses, ocuparon en las afueras de la ciudad la base de la ONU donde se había refugiado la población bosnia musulmana rodeada. En teoría había sido declarada "zona segura", pero acabó convirtiéndose en una ratonera mortal: los soldados serbios se apoderaron de ella sin miramientos, separaron a las mujeres y las niñas, a las que sacaron en autobuses, ya continuación fusilaron a los hombres, mayores y menores de edad. Tuvieron que pasar muchos años para que primero el presidente Karadžić (2012) y después el general Mladić (2017) fueran juzgados y condenados, a 40 años ya cadena perpetua, respectivamente, por el Tribunal Penal Internacional de La Haya.
Tres décadas después, el dolor persiste entre los familiares de las víctimas. 7.000 cuerpos fueron identificados. Hay 1.000 aún en fosas comunes que no se sabe quiénes son. Muchas familias todavía esperan poder enterrar a sus desaparecidos. Este viernes, como cada 11 de julio, se ha revivido la tragedia de Srebrenica mientras en Gaza sigue muriendo cada día población civil en una situación inhumana.