Trump en la ONU: el final de una era
La intervención del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ante la Asamblea General de la ONU certifica el fin de una época en la que Estados Unidos lideraba un sistema de gobernanza multilateral, con la ONU como principal exponente, y que nació justamente para no repetir los errores que provocaron los estallidos de los fascismos en la época, en la época. Con un tono arrogante y armado con un arsenal de datos falsos, Trump ha mostrado un desprecio absoluto por Naciones Unidas y también por Europa, y ha alimentado las teorías de la conspiración en torno a la inmigración.
El presidente norteamericano considera que debe acabar con el mundo actual, resultante de la globalización y el libre comercio, construir muros en las fronteras y volver a utilizar combustibles fósiles porque, a su juicio, el cambio climático no existe y ecologismo es igual a pobreza. En términos geopolíticos, este esquema simplemente significa volver a la ley de la selva, es decir, a la del más fuerte, en la que Estados Unidos decide de forma unilateral cómo debe ser el comercio mundial, qué países merecen ayuda y cuáles no, dónde pueden haber guerras y dónde no, siempre según su criterio (e interés) personal. Trump no quiere que ningún organismo internacional (ni ningún otro estado) se interponga en su voluntad, y por eso actúa de esta forma.
Lo más indignante es que este discurso lo viste con argumentos surrealistas, como el de decir que él solo ha detenido siete guerras sin la ayuda de nadie y que su política migratoria ha ayudado a salvar miles de vidas. Las caras de los jefes de estado y de gobierno que le escuchaban eran todo un poema. Incluso se ha permitido el lujo de recordar que Naciones Unidas le rechazó una propuesta de reforma del edificio cuando él era constructor, demostrando que se mueve básicamente por el rencor y el resentimiento y que no distingue entre la institución, la presidencia de Estados Unidos y la persona. Esa confusión resulta muy inquietante porque es propia de dictadores y autócratas como los que él tanto admira.
Ante esto, el resto de la comunidad internacional, con Europa a la cabeza, debe actuar de forma coordinada si no quiere que acabe pasando como con la guerra arancelaria, en la que Washington ha acabado imponiendo su voluntad a diestro y siniestro. En el caso de Gaza es cierto que Netanyahu continuará su política de ocupación y limpieza étnica de los territorios palestinos mientras esté apoyada por Estados Unidos, pero también es verdad que el aislamiento progresivo de Israel, y su consideración como estado paria, también tiene un precio. Basta con ver la reacción indignada de Netanyahu para comprobarlo.
Las Naciones Unidas son un invento imperfecto e inoperativo debido al derecho de veto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, pero aún pueden jugar un papel como conciencia de la humanidad. Y, sobre todo, sin la ONU el mundo sería un sitio mucho peor. Por eso hay que mantener levantada la bandera del multilateralismo frente a Trump y sus aliados.