7 pueblos medievales de Europa que debes ver una vez en la vida
Calles empedradas, castillos de leyenda y paisajes encantadores: una ruta por siete maravillas que parecen sacadas de un cuento
BarcelonaSi alguna vez has caminado de noche por las callejuelas empedradas de Český Krumlov, sabrás que hay pueblos que no parecen reales. Que podrían ser escenarios de películas de espadas y dragones o de cuentos que comienzan con un "érase una vez" dicho flojito. Pero no están decorados: son pueblos vivos, preciosos e imperfectos, que nos regalan una ventana abierta a la Edad Media. Algunos tienen nombres que cuestan pronunciar, como Sighişoara, y otros que suenan como versos, como Monsaraz o San Gimignano. Todos tienen una belleza que no es sólo de postal: es auténtica. En Europa hay un puñado que parecen congelados en la Edad Media –con murallas, torres y plazas que han visto pasar siglos– y que vale la pena pisar al menos una vez en la vida. Algunos suben a acantilados imposibles, como Rócamador y otros se bañan en silencios nórdicos, como Visby. En este artículo saltamos de país en país para descubrir siete pueblos medievales que no sólo alegran la vista, sino que remueven algo dentro de nosotros. Quizás porque nos recuerdan de dónde venimos. O quizás porque nos invitan a detenernos un poco y captar, por ejemplo, cómo las torres permanecen intactas en San Gimignano o cómo las callejuelas de piedra se dejan acunar por el mar Báltico en Visby. ¿Listo para un viaje inspirador por el Viejo Continente?
Rócamador (Francia)
En Rócamador, lo primero que te preguntas es cómo es posible. ¿Cómo puede ser que un pueblo esté colgado de un acantilado, empotrado literalmente en la roca, como si la montaña hubiera querido hacerlo suyo? Las casas se agolpan sobre el desfiladero de Alzou, dentro del Parque Natural Regional del Quercy. Un pueblo donde la historia se hace presente en cada escalón, en cada muralla y en cada capilla, y donde los ecos de los peregrinos que subían de rodillas los 216 escalones todavía se perciben en el aire. Camina por sus calles empedradas, déjate cautivar por la majestuosidad de la basílica de San Salvador y la misteriosa Virgen Negra, que atrae a fieles y visitantes desde hace siglos, y no olvides subirte al castillo para disfrutar de una panorámica vertiginosa sobre el parque que la rodea. Rócamador no es sólo un viaje al pasado, es una experiencia en la que la fe, la naturaleza y la belleza se funden en un solo lugar.
Monsaraz (Portugal)
En Monsaraz el silencio hace eco entre casas blancas de cal y los tejados de pizarra que reflejan la luz del sol. Colgado sobre una colina, vigila las aguas del Guadiana y domina el inmenso embalse de Alqueva, el mayor lago artificial de Europa, como si aún fuera territorio de croatas. Sus murallas guardan huellas de antiguos caballeros y de siglos llenos de historia. Caminas por calles empedradas, pasas bajo arcos de medio punto y te parece oír el galope de un caballo que ya no está. Llegas a su imponente castillo del siglo XIV, donde el paisaje del Alentejo se estira hasta perderse. Y no en marchas sin degustar la gastronomía local, donde predominan sabores tradicionales como el jamón ibérico, el queso de cabra, el aceite de oliva virgen extra y los platos elaborados con productos de la tierra como las legumbres y cereales. Monsaraz es una joya que invita a perderse ya encontrarse a la vez, donde la historia de los templarios y reyes convive con el esplendor del paisaje.
San Gimignano (Italia)
Colgado entre colinas doradas de la Toscana, San Gimignano se alza con sus torres como un cuento medieval hecho piedra. Este "Manhattan de la Edad Media" todavía guarda el aliento de los peregrinos y mercaderes que transitaban sus calles empedradas hace siglos. Anda sin prisas por la plaza Duomo, donde frescos del siglo XIV narran historias de fe y arte, y sube la torre Grossa, la más alta, para disfrutar de un mar de campos que se extiende hasta el infinito. Cuando el cuerpo te pida descanso, déjate cautivar por el sabor intenso de la vernaccia, el vino blanco local, y por los embutidos típicos, como la finocchiona o la sopresa. San Gimignano es un pueblo para oír, probar y dejarse enamorar.
Český Krumlov (República Checa)
Cerrado en un meandro del río Moldava y custodiado por uno de los castillos más grandes de Europa Central, Český Krumlov parece suspendido en el tiempo. Sus casas pintadas de colores suaves, las calles empedradas y los campanarios de estilo gótico y barroco crean un paisaje que recuerda a las ilustraciones de un cuento antiguo. En lo alto de la colina, el castillo ofrece una panorámica impresionante de tejados rojos y del bosque que se extiende hasta el horizonte. Visita el teatro barroco original, recorre los jardines con estanques y esculturas o déjate sorprender por el puente cubierto que une los distintos niveles de la villa. En el casco antiguo, lleno de galerías y cafés acogedores, el arte y la artesanía local conviven con tabernas donde la cerveza checa fluye generosamente y puedes degustar platos tradicionales, como el gulasch o los Knödel. Český Krumlov es uno de esos lugares que no sólo se visitan: se acuerdan.
Albarracín (España)
Con las casas de tono rosado colgando sobre el río Guadalaviar y las calles empedradas que bordean las murallas, Albarracín es uno de los pueblos más impresionantes de la península Ibérica. Desde el portal de Molina hasta la plaza Mayor, cada rincón invita a perder el tiempo. Sube hasta las ruinas del castillo y las murallas para disfrutar de las vistas sobre el río Guadalaviar y recorre el casco antiguo con calma, descubriendo rincones como la catedral de El Salvador, las antiguas torres defensivas o el Museo Diocesano. Cerca del pueblo, el Paisaje Protegido de los Pinares de Rodeno esconde pinturas rupestres y caminos para hacer a pie con vistas espectaculares. Para el almuerzo, nada mejor que hacer parada en alguna fonda local y probar el jamón de Teruel, las migas o un buen guiso de caza.
Visby (Suecia)
En la costa oeste de la isla sueca de Gotland, Visby conserva intacto el encanto medieval que la convirtió en una de las ciudades más poderosas de la Liga Hanseática. Su centro histórico, amurallado y declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO, esconde más de 200 edificios antiguos, callejones empedrados y plazas con aroma de mar. También destacan la catedral de Santa María y las iglesias en ruinas de San Nicolás y Santa Carina, que hoy acogen eventos culturales. Los fans de Pippi Langstrump también tienen una parada obligada: algunas escenas de la serie se rodaron en el casco antiguo, y la famosa Villa Villekulla se puede visitar en el Kneippbyn Resort, en las afueras. También puedes pasear por el jardín botánico, probar la crepe de azafrán típica –con mermelada de frutos rojos y nata– o perderte por el pintoresco callejón de Fiskargränd, flanqueado por casitas y rosales. Y si vas a agosto, no te pierdas el festival medieval, que transforma a Visby en un viaje al pasado.
Sighișoara (Rumanía)
Entre las colinas boscosas de Transilvania, esta pequeña ciudad amurallada, habitada de manera continua desde hace siglos, es considerada una de las ciudades medievales mejor conservadas de Europa. Declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO, Sighişoara fue fundada en el siglo XII por los sajones transilvanes, artesanos y comerciantes de origen alemán. Cada gremio construyó su propia torre defensiva en la ciudad fortificada, algunas de las cuales todavía se pueden visitar hoy en día, como la Torre de los Relojes, con sus figuras de madera animadas. Pero Sighişoara no sólo destaca por su arquitectura: también es el lugar de nacimiento de Vlad Draculea, más conocido como Vlad el Empalador, el príncipe valaco que inspiraría el mito de Drácula. Su casa natal se encuentra en la plaza de la Ciutadella y hoy alberga un restaurante y un pequeño museo de armas. Entre visita y visita, haz una pausa en cualquiera de los pequeños cafés que se abren en los rincones más fotogénicos de la ciudad, o prueba platos típicos de la cocina rumana con influencias húngaras y germánicas.