Cuerpo y Mente

"Aprender a bordar me salvó la vida"

Hablamos con la Srta. Lylo sobre el libro 'Diario de una bordadora' y el bordado como herramienta terapéutica

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"Aprender a bordar me salvó la vida"

BarcelonaDurante unos años, Loly Ghirardi vivía rodeada de alfileres. Unas eran incómodas, dolorosas. La pinchaban para inyectarle hormonas, para hacerla más fértil. Aquellas le dejaban huellas en la piel, hematomas que no eran más que un dibujo de su deseo frustrado de ser madre.

Y después estaban las demás agujas. Las que no le dolían. Eran las agujas de bordar. Un refugio hecho de hilos y telas en el que podía plasmar todo su universo interno. Con estas agujas, Loly aprendía que cada pieza es única y diferente, y que los errores son, en realidad, sus grandes maestros. No hace falta buscar la perfección, no es necesario exigirse tanto. La vida es ir dando patadas, como las que se hacen sobre un tejido delicado.

“A mí, el bordado me salvó”, asegura Ghirardi al inicio de Diario de una ladradora (Lumen, 2023). En este libro, que firma como Srta. Lylo, la diseñadora gráfica y especialista en bordado nos explica su largo viaje, desde la bajada a los infiernos de los tratamientos de fertilidad hasta pasar por un proceso de aprendizaje vital en el que acaba encontrando su puerto de salvamento en el bordado. Con este descubrimiento, que hace de la forma más casual pasando un día por delante de un taller de bordado, Ghirardi reflexiona sobre la capacidad del arte para sanar las heridas, encontrar la voz propia y conectar con otras personas que también tejen la su historia con cada patada. Son historias de resiliencia, identidad y comunidad. Y, sobre todo, son historias de mujeres.

Historia femenina

"Conocer la historia del bordado es conocer la historia de la mujer", decía la historiadora del arte Rozsika Parker. Durante siglos, el bordado era una de las pocas tareas permitidas en las mujeres. Lo que ocurre es que entonces bordar no tenía nada que ver con hacer un acto creativo, sino que era considerado un trabajo más del hogar. "La aguja se volvió un medio de opresión, pero también de comunidad y resistencia", explica la Srta. Lylo. Por aquel entonces muchas mujeres no sabían escribir, pero sí bordar, y muchas veces expresaban su visión del mundo y su personalidad a través de los bordados.

La escritora Jane Austen era conocida por su afición a la costura. Su sobrino llegó a decir que su manejo de la aguja era tan excelente que casi podía avergonzar a una máquina de coser. “Para ella, la aguja era una herramienta al servicio de su estilo. Embellecía vestidos antiguos y creaba accesorios para sus sombreros”, explica Srta. Lylo.

Otras mujeres también descubrieron el poder terapéutico que ofrece el bordado. Es el caso de Louisa Pesel, una bordadora y viajera inglesa que, en plena Primera Guerra Mundial, se dedicó a enseñar a bordar a los soldados que volvían del frente y que sufrían estrés postraumático. “Curiosamente, muchas de estas mujeres no se casaron ni tuvieron hijos. Me pregunto si yo pudiera dedicarme a ello tanto si hubiera conseguido ser madre”, reflexiona Ghirardi, que en los últimos años ha hecho muchos proyectos y exposiciones con su arte textil.

Detener el tiempo

Para ella, el bordado es una contraposición a la inmediatez que vivimos en el día a día y en todo el frenesí tecnológico. El bordado nos devuelve a la tierra, al estar presente. Un arte manual que, por encima de todo, enseña a ser paciente. "Antes era mucho más ansiosa, pero el bordado me obliga a parar y respirar para ir al compás de algo que avanza muy lentamente", explica Ghirardi.

Con el sonido de la aguja atravesando la tela, el tiempo se detiene y todo pasa a cámara lenta. Y por el camino, aprende a enseñar ese arte a los demás. Toda una serie de aprendizajes que, de no haber sido por la oscura etapa de sus tratamientos de fertilidad, hoy no sería posible. "En la vida vamos hilando ante las adversidades, y pese al dolor y la frustración, siempre hay una lucecita que te indica cuando algo te va bien", expresa.

Bordando, Ghirardi también aprende que, si algo no sale como ella quiere, no hay que deshacerlo ni volver a empezarlo: todo se puede parchear. "Reparo, construyo sobre lo que ha salido mal, y sigo adelante", matiza. Ella no pudo ser madre, pero en el camino descubrió una pasión. “El bordado me parcheó, me ayudó a unir las partes que tenía rotas ya incorporarlas a mi vida, a dejar que las cicatrices también sean una parte de mi trama”, reflexiona.

El hilo siempre continúa, cambia de manos y se reanuda. Un linaje que nunca muere. “Me gustaría que algún día alguien encuentre mis bordados removiendo en los Encants de Barcelona. Sería un final feliz. Un hilo que cambia de manos. La continuidad de mi existencia”, sonríe.

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