El traje de hombre, este conjunto integrado por pantalón, americano, chaleco, camisa y corbata, nació en el siglo XVIII para diferenciar la aristocracia de la burguesía durante las revoluciones liberales. "Entonces era elitista y marcaba la distinción de clase", explica Sílvia Rosés, historiadora de moda y colaboradora habitual en el diario. En el siglo XIX, su uso se consolidó cuando sectores en alza como los ferrocarriles y los bancos requirieron a sus trabajadores que utilizaran esta indumentaria para demostrar profesionalidad, aportar credibilidad y crear identidad corporativa. Las grandes transformaciones vinieron al siglo XX: de los uniformes rígidos a medida a las producciones masivas y despersonalizadas. En los años 80, bajo el paraguas del neoliberalismo, surgió el power dressing , coincidiendo con la incorporación de la mujer a las altas esferas de los negocios. Y ese poder lo transfería precisamente el traje masculino: "Se presentaban más voluptuosos que nunca y diseñadores como Nino Cerruti los popularizaron a través de películas como Pretty Woman o American Gigolo con un estilo grandilocuente", dice Rosés. Actualmente, por mucho que los tiempos cambien, el traje de hombre todavía conserva los valores conservadores de sus orígenes en materia económica, política y moral. "Durelo implica formar parte del sistema. Dice el tipo de trabajo que haces, la ideología de la empresa y la posición social que desempeñas", añade. Si todavía existen dudas, Rosés plantea una cuestión final: "¿Por qué en las profesiones creativas no vemos vestidos masculinos y, en cambio, en bufetes de abogados o entidades bancarias las encontramos prácticamente sin excepción?" Sin duda, el traje de hombre marca la diferencia: "Es incuestionable", concluye.
¿Con corbata o sandalias? Guía de estilo para sobrevivir en la oficina en verano
Los códigos en el vestir se relajan con las altas temperaturas, pero todavía existen profesiones que mantienen unas reglas innegociables
BarcelonaHay reflexiones aparentemente banales que nos traen de cabeza y forman parte de nuestra cotidianidad. En la batalla diaria del qué me pongo que se entrega cuando se abre el armario relleno de ropa, ahora se le suma una nueva variable: ¿qué me pongo para ir a trabajar en verano? ¿Necesito la corbata? ¿Esta pieza es demasiado escotada? ¿Pie tapado o descubierto? Son cuestiones que deberían ser más fáciles de resolver durante una temporada en la que se quitan capas de ropa, los tejidos se aligeran y los códigos estéticos se relajan, como si cada día fuera casual Friday –algunas empresas permiten vestir indumentaria informal a sus trabajadores los viernes.
"Todo el mundo tiene un sello personal y éste se adapta a cada ocasión. El problema viene cuando no es el adecuado", remarca la estilista Marta Pontnou, especializada en asesoría de imagen. Ante todo, hace falta sensatez. "Se trata de encontrar el entendimiento entre el trabajo que tienes, la empresa que representas y la temperatura", añade. Por tanto, es posible vestir de verano con estilo en la oficina.
La moda corporativa
Hay profesiones que todavía conservan su propio uniforme y éste se concibe como símbolo de pertinencia a una colectividad y forma parte de una identidad corporativa muy marcada. En este caso, "la ropa representa una imagen y una cultura de empresa", asegura Pontnou. Muchos de estos uniformes laborales cumplen más una función práctica que estética. El sector de la aviación, la restauración, la medicina o la construcción serían algunos ejemplos. Otros ámbitos, como la banca, la abogacía o la política, han instaurado otro tipo de moda corporativa más sutil para reflejar otros valores como el rigor, el compromiso o la profesionalidad. Y éstos han encontrado en el traje masculino, la corbata y el zapato cerrado sus aliados estilísticos para exponerse de cara al público. "Los códigos de indumentaria están ahí para algo y van en consecuencia con los privilegios que ciertas profesiones disponen", explica Marta Pontnou, experta en imagen y asesoramiento político. "Tener un coche oficial, un despacho, una sala de reuniones o de llenos con aire acondicionado... Todo esto son privilegios que el resto de personas no tenemos", dice el estilista sabadellense para llegar a una conclusión: "Si tienes calor en algún momento fuera de ese entorno laboral, tienes que aguantarte".
La era del 'smart casual'
Independientemente de las imposiciones de cada empresa o sector, sí es cierto que vivimos un momento en el que los límites entre la ropa formal e informal se desdibujan. Una tendencia global iniciada durante el cambio de milenio y que se ha acentuado después de la pandemia. En este sentido, el vestuario para ir a trabajar se ha contagiado del espíritu despreocupado de la calle y se ha flexibilizado para priorizar otros valores como la comodidad, la funcionalidad o incluso la sostenibilidad. "Ahora buscamos prendas versátiles que no hace falta encasillar como ropa de ir a trabajar, pero que juegan un papel fundamental a la hora de elaborar un look de oficina", explica Patricia Gutiérrez, estilista y consultora de moda. El triunfo delsmart casual también seduce el entorno laboral, si no existe una normativa clara. "La clave es ir bien vestido, pero sin pasarse de la raya. El arreglado informal de toda la vida", añade Gutiérrez.
Cuando los umbrales son confusos, ambas estilistas coinciden en tener prendas que nunca fallan y están ausentes de polémicas como un vestido de dos prendas, un chaleco, una camisa lisa en tonos neutros o con un estampado discreto, una falda ni larga ni corta, un pantalón de corte recto o, incluso, unas bermudas a la altura de la rodilla. "La clave es saber combinarlas con otras prendas más básicas como camisetas de manga corta que siempre quedan bien con todo y nos harán sentir cómodas", dice Patricia Gutiérrez. En verano se pone el foco en la ropa de tonalidades más claras porque reflejan la luz del sol y esto hace que sean más frescas, pero también en los materiales y texturas más ligeras: "Buscamos tejidos orgánicos como el algodón y el lino , sobre todo que sean transpirables, más que destaparnos", asegura Marta Pontnou.
Las 'red flags' de la ropa para ir a la oficina
Sin embargo, siempre hay unos límites que se mueven entre el pudor y el sentido común, pero no dejan de ser recomendaciones. "No olvidemos que vamos a trabajar y no todo vale", advierte Gutiérrez. En este aspecto, ambas estilistas coinciden en evitar tops satinados que imitan la lencería, escotes muy pronunciados, transparencias, prendas muy ajustadas o que muestran en exceso las piernas. En cuanto a los pies, se inicia un melón. "Tienes que sentirte a gusto, pero recuerda que no vas a la playa ni a una fiesta", explica Patricia Gutiérrez, que recomienda algunas fórmulas de calzado: "Un zapato plano o con tacón de pocos centímetros, un mocasín o una sandalia arreglada son muy adecuadas". Marta Pontnou defiende una órbita contraria. "Los pies tapados, y más si representas a una institución de poder. ¿Te imaginas a Ursula von der Leyen en el Parlamento Europeo con los dedos en el aire? Yo tampoco", concluye.