Desde que Rosalía colgó la foto de un picnic con su novio, estoy tranquilo, preparadísimo para recibir el torrente de stories de su gira. Es difícil querer algo que tanta gente detestable hará suya por razones todavía más detestables. Pero miro el brazo tatuado de Rauw Te'stimo nena Alejandro cogiendo el cuchillo para hacer el pan con tomate y sé que Rosalía no me fallará.
La contradicción de Rosalía parece flagrante. El mal querer era un disco atávico: beber de la fuerza de los orígenes para regar el desierto de la música comercial. Rosalía sacaba a pasear el cristianismo, el amor romántico... incluso la lengua de oc de Flamenca, la novela que cose el disco. En cambio, Motomami es la apisonadora del futuro: correr para dejar las raíces atrás, fundir el alma para vender el oro al mercado global. No son pocos los que adoran un álbum y detestan el otro.
Ahora bien, todo concuerda si pensamos en Rosalía como una artista de vanguardia. Contrariamente a lo que se suele decir, la vanguardia clásica no quería destruir el pasado, sino salvar lo que valía la pena del estruendo de la Modernidad. Con la revolución de la ciencia y la tecnología, la unidad de la creación divina que había inspirado a los Grandes Maestros desaparecía para siempre. Lo que hacían Foix en la poesía, Kafka en la literatura o Debussy en la música no era cargárselo todo, sino intentar encontrar algo bastante fundamental para que la montaña rusa que se había vuelto la historia no se lo llevara. Si nos fijamos en los cuadros de Picasso, Dalí y Miró, veremos perfectamente como el gesto creativo e innovador está intentando salvar lo local, lo esencial, lo antiguo.
En algún momento dejamos de creer que esta salvación era posible. Los manifiestos generaban contramanifestos, unos decían que lo importante era la forma, los otros respondían que el contenido, unos querían autoconciencia, los otros, espontaneidad... y la suma de todo daba cero. La ambición de las vanguardias nos dejó incapaces de creer en la ambición. Desde entonces, hemos vivido muchos años pensando que todas las formas de arte tienen que ser entre comillas, parciales, insuficientes. El resultado es agotador, porque, en vez de pedirnos que nos paremos, todas las imágenes nos dicen que sigamos buscando.
¿Y si Rosalía es otra cosa y esta cosa vuelve a cabalgar los tiempos? Aunque Motomami y El mal querer sean contradictorios por encima, por debajo corre un mismo río. Rosalía no se transforma constantemente porque no tenga base, sino que su base es tan honda que no para de brotar. Picasso, que tampoco paraba de reinventarse, dijo: “Yo no busco, encuentro”. Rosalía dice: “Okay, Motomami / Pesa mi tatami / Hit a lo tsunami / OOOOoooo” y me transmite la misma tranquilidad de quien sabe lo que hace, como se puede ver en el mantel del picnic.