Envidia: ¿qué dice de nosotros y por qué es bueno evitarla?

Es un sentimiento hecho de complejos y los expertos dicen que la mejor manera de afrontarla es convirtiéndola en admiración

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La envidia

FigueresLos psicólogos y los filósofos están hartos de repetir que las emociones son el motor de todo lo que hacemos y deshacemos y que, por lo tanto, no nos queda más remedio que comprenderlas y domarlas. Si se consigue, incluso las clasificadas como negativas, pueden ser provechosas. Ahora bien, ¿la envidia es una excepción? "Es un sentimiento muy oscuro y que nadie quiere reconocer, porque no hay ningún margen para ver nada de positivo en él. No te aceptas a ti mismo, quieres el mal de los otros, es insaciable y te consume", responde la librera y crítica literaria Marina Porras, autora de La envidia, que es uno de los ensayos de la serie de la editorial Fragmenta dedicada a los siete pecados capitales.

En cambio, el jefe del departamento de filosofía de la Universitat de Girona y autor de Sobre las emociones (Ediciones Cátedra), David Pineda, contrapone que, a pesar de ser un sentimiento con "mala prensa, puede motivar a trabajar para conseguir el mismo logro que ha obtenido la persona envidiada". "Es lo que algunos teóricos han bautizado como envidia benigna", apunta el filósofo. "Todas las emociones están ahí por algo, se trata de saberlas gestionar y reconducirlas hacia el buen camino", añade Xavier Oriol, investigador distinguido del departamento de psicología de la Universitat de Girona. Porras, sin embargo, sitúa este tipo de envidia y todo lo bueno que pueda comportar –como ayudarnos a identificar lo que queremos llegar a ser– en el terreno de la admiración.

Porras también escribe que de los siete pecados es el más "temible" porque es el menos obvio y el más secreto –"no hay casi ninguna señal que te delate cuando la envidia te ha tentado"– y, a la vez, el más "terrible", porque "siempre viene de un sentimiento muy hondo, muy difícil de explicar a los otros pero todavía más difícil de explicarse a un mismo". Por este motivo, apunta el ensayista, es el que más cuesta de reconocer y, a menudo, el más duro y complicado de analizar. "Te pone constantemente ante el espejo. El problema es que no te acabas de ver a ti mismo; buscas desviaciones y te fijas en los otros".

En este sentido, Porras señala que la envidia nos aleja de aquello que realmente queremos ser y que los que tienen claro qué quieren y tienen propósitos están inmunizados contra ella. Y cita a Josep Pla, un auténtico grafómano a quien "si le hubieran puesto algo entre él y la escritura le habría supuesto un estorbo". "Yo no he envidiado nunca nada a nadie, y si ahora usted me regalara una fortuna se la devolvería, igual que si me regalara un Rolls-Royce. Porque yo, con el coche, iría directamente hacia esta pared, o contra un árbol. En fin, que me distraería", respondió el escritor del Empordà en una entrevista.

Hecho de complejos

La envidia es un sentimiento que nace de lo que no nos gusta de nosotros mismos y de nuestra vida, y de nuestros complejos. "Es una comparación y el envidioso quiere algo que tiene el envidiado, y se siente un poco con inferioridad", explica Pineda. Y es un pez que se muerde la cola. "No hay un perfil de persona envidiosa porque es un sentimiento que todos sentimos, pero sí que puede ser más recurrente en personas que tienen poca confianza en ellos mismos, y, a la vez, la envidia les va minando todavía más la autoestima", añade Oriol. Porras también lo relaciona con la soberbia: "La envidia es lo que nos sale cuando alguien interrumpe nuestro deseo de expansión, nuestra voluntad de destacar e imponernos".

A menudo también es un sentimiento que aparece con personas próximas a nosotros. "Es una cuestión de distancia: cuanto más cerca estamos de aquello que envidiamos, más fuerte se vuelve la pulsión envidiosa. Por eso, la familia, tan próxima y determinante, es un lugar donde la envidia puede crecer con fuerza y crueldad".

Por otro lado, también hay personas que viven de ser envidiadas. "El hecho de no tener tus objetivos de vida y que todos estén basados únicamente en gustar a los otros, con la fama y la buena imagen, te afecta negativamente. Y las redes sociales facilitan esta actitud y la comparación social. Todo el día se ven cuerpos y vidas perfectas, y esto daña la salud mental de mucha gente", afirma Oriol. En cuanto a esto, Porras pone de ejemplo el personaje de Mad men Betty Draper, que es "maravillosa". "Solo es alguien porque las otras mujeres se comparan con ella. Su drama empieza cuando ve que no es nada por sí misma, cuando descubre que no es nadie si no hay unos ojos que la miren".

Dejar de ser envidioso

Así como siempre encontraremos a alguien peor que nosotros en cualquier ámbito de la vida, también siempre encontraremos a alguien mejor. Por lo tanto, coinciden los expertos, la solución para dejar de ser unos envidiosos o de evitar que la envidia se enquiste se encuentra en un mismo, no en los otros ni en comparaciones autodestructivas con terceros. "Se tiene que tener en cuenta que cada persona, sencillamente, es diferente y tiene capacidades y recursos diversos. No tiene sentido mirar de reojo de manera permanente a la gente de nuestro alrededor; tenemos que ser capaces de aceptarnos a nosotros mismos", dice Oriol. Además, aunque el envidiado caiga en la decadencia más absoluta, el sentimiento normalmente persiste. "Es un pozo sin fondo, no lo acabas nunca. Siempre encuentras algo o alguien para envidiar", subraya Porras.

La solución para relativizar el hecho de no tener el que deseamos también puede pasar por la cultura. "Es una vía. Las artes tienen muchos valores, sobre todo estéticos, pero uno instrumental es el de educar las emociones. Tiene el poder de ampliarnos la mirada, ya sea a través de la ficción o, por ejemplo, de una biografía o un reportaje", asegura Pineda, que opina lo mismo que Porras. "Amplían nuestro campo de visión y nos pueden servir para ver un montón de posibilidades y alternativas, y esto nos puede ayudar a quitar hierro a las cosas y a ser menos envidiosos", afirma la crítica literaria.

Catalunya, país de bonsáis

Porras también habla de la envidia de los catalanes respecto a todo aquello y aquel que sobresale un poco por encima de la mediocridad. "La envidia en Catalunya es un gran monstruo nivelador. Como todo el mundo necesita encontrar un espacio donde sentirse seguro y aprobado por los otros, acabamos comportándonos de acuerdo con sus expectativas [...]. Los envidiosos quieren rebajar a los otros, pero los envidiados también acaban queriendo rebajarse, aunque esto suponga plegarse". Así, tal como recomienda Porras, para mirar de no ser un país hecho de "bonsáis" y, en definitiva, acabar en todos los ámbitos con la envidia, hay que reconvertirla en admiración.

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