Una historia desconocida: Picasso, una cruz y un joyero de Barcelona

Descubrimos la historia de Albert Coll, que en los años 50 diseñó un crucifijo que fascinó al pintor malagueño, construyó una marca de joyería reconocida en todas partes y que ahora su nieta ha recuperado

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Las manos de Albert Coll con una foto antigua del crucifijo que fascinó Picasso

BarcelonaUna pareja de franceses pasan unos días de vacaciones en Barcelona, probablemente a mediados de los años 50. En el paseo de Sant Joan entran en la relojería que regenta el señor Coll. Allí también trabaja su hijo Albert, que no quiere seguir el oficio familiar y se quiere dedicar a la joyería. Su padre le ha dado permiso para hacer algunas piezas y él no ha dejado pasar la oportunidad. Una de las primeras que diseña es un crucifijo para colgar del cuello muy conceptual. La pareja compra uno. Ya tienen su souvenir de Barcelona. Lo que no sabían en aquel momento padre e hijo, es que el hombre que se llevó la pieza era primo de Jacqueline Roque, una joven francesa que en aquella época era la compañera de Picasso y que, años más tarde, se convertiría en su segunda y última esposa.

Jacqueline y Picasso. Ella lleva un collar de cerámica hecho por el artista malagueño.

Un tiempo después de aquella compra, el cliente francés apareció de nuevo en la relojería J. Coll porque cuando Picasso vio el crucifijo colgando del cuello del primo de Jacqueline, el pintor malagueño quedó fascinado y le pidió que volviera a Barcelona a encargar tres más. Uno lo quería para él mismo y los otros dos para regalarlos a unos amigos catalanes. “Esta es la historia que les explicó el cliente, no tenemos más detalles”, explica Mireia Arasa, nieta de Albert Coll. “Cuando le preguntas a mi abuelo cuál ha sido la ilusión de su vida no te dice que que le propusieran abrir una joyería en la Quinta Avenida de Nueva York, que es muy cierto. Él siempre dice que es la Cruz de Picasso. Así es como la conocemos en la familia”.

Como tantas otras historias empresariales, la de Albert Coll también es una montaña rusa bañada en oro, plata y titanio. Aquel triple encargo que vino de Francia de parte de un pintor reconocido lo marcó a fuego. Fue el empujón que necesitaba para abrir su propia joyería. Un sueño cumplido para aquel niño que en el patio de la escuela ya jugaba a hacer joyas con migas de pan. El negocio funcionó hasta el punto en el que llegó a tener a 15 trabajadores, taller propio y un segundo establecimiento en el paseo de Gràcia.

A lo largo de tres décadas, Albert Coll también ganó una docena de Premios Nacionales de joyería, y varios reconocimientos internacionales lo llevaron a exhibir sus joyas por medio mundo: Alemania, Estados Unidos, Japón... Pero un día, la firma empezó a languidecer, poco a poco se fueron apagando las luces y todo este legado se quedó dormido en el antiguo local del paseo de Sant Joan. 

Un hallazgo providencial

“Hace tres años la familia decidió deshacerse de este espacio. Allí recuperamos cajas con joyas que no se habían vendido. Había tantas cosas increíbles: collares, pendientes, brazaletes...”, recuerda Mireia Arasa, una joven cineasta y fotógrafa. Este hallazgo fue un punto de inflexión. De hecho, fue la chispa para crear Albert Coll, una marca de joyería que rinde homenaje al abuelo joyero y que ahora capitanea la nieta artista a través de las redes sociales, sin necesidad de tienda física. “Al principio vendíamos las joyas producidas en los años 60 y 70, la mayoría hechas de titanio, con el peculiar color azul que coge cuando lo tratas con fuego. Después empezamos a reproducirlas, pero ahora también hacemos colecciones nuevas. Nos basamos en dibujos antiguos de mi abuelo que no se llegaron a producir y también en las joyas que hizo a lo largo de su vida para todas las mujeres de la familia. Esto ha hecho que, además de titanio, ahora también trabajemos con oro, hilo de plata, perlas...”, continúa. Todo esto todavía se cuece bajo la atenta mirada del abuelo, que con 93 años continúa dibujando prototipos en papel y lápiz, como ha hecho toda la vida.

La Cruz de Picasso era una reliquia que no se había reproducido desde hacía décadas. Pero la exposición Picasso y las joyas de artista –que se puede ver en el Museu Picasso de Barcelona hasta el 9 de enero y que indaga sobre las joyas que hizo el mismo pintor– ha dado la vuelta a este letargo. “Por encargo del museo hemos reproducido esta pieza utilizando el molde original y los mismos materiales: la silueta del cristo está hecha con oro de 18 quilates y la cruz es de plata oxidada, que le da un aspecto ennegrecido. En su momento fue una apuesta muy innovadora de mi abuelo porque también era unisex”, asegura Mireia Arasa. Este crucifijo con tanta historia –y del cual también conservan una fotografía en blanco y negro del prototipo, con la cruz hecha de madera y la silueta del cristo de alambre– está a la venta en la tienda del museo, a pesar de no aparecer reseñada en la exposición. ¿Pero se sabe a dónde ha ido a parar la cruz del mismo Picasso y quiénes eran los dos amigos catalanes a los que se los quería regalar? “Ni idea, pero seria todo un reto averiguarlo”, concluye la cineasta.

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