Coleccionismo

Radiocasetes: un viaje por el icono sentimental de una generación

La exposición 'Boombox attack' recoge una muestra de estos equipos de audio que tuvieron un papel clave en la construcción de la identidad juvenil de los 80 y los 90

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BarcelonaLas grandes ciudades están mayoritariamente pobladas de gente anónima, de personas que no dejan un legado recordable. Sören Manzoni no es una de estas personas. Involucrado en decenas de proyectos desde hace más de veinticinco años, Manzoni es un tipo conocido en Barcelona. No de aquellos que aparecen en las noticias o en los libros de historia, sino de los conocidos a partir del boca a boca. Ha sido el dependiente de tienda de surf más famoso de la ciudad, un pinchadiscos icónico, el coleccionista de cosas más inesperadas, el skater eterno. Inquieto, nervioso, emprendedor. Su último proyecto es Boombox attack, una exposición de más de 80 radiocasetes antiguos que ha instalado en el hotel Ocean Drive.

Sören Manzoni con los radiocasetes de la exposición detrás.

La propuesta de Manzoni es un recorrido histórico a través de un aparato totalmente insertado en la cultura popular. No solo como icono musical sino también, y especialmente, a nivel sentimental en la vida de mucha gente. Complemento inseparable de los adolescentes de las décadas de los ochenta y noventa, los boombox, como se los denominaba popularmente en Estados Unidos, fueron una parte imprescindible del mobiliario de la habitación de casa. Y no solo servían para escuchar música, eran un signo de identidad. Es por eso que compartieron imagen de algunos de los grupos más recordados de la música pop de finales del siglo XX. De los Beastie Boys a los Clash, de Madonna a Run DMC. "Con tu radiocasete pasaba como con los parches que te enganchabas en la chaqueta: te representaban", explica Manzoni, que a la muestra ha llevado una pequeña representación de toda su colección.

¿Pero cómo empezó todo esto? Por extraño que parezca, se ha creado a base de buscar otros trastos. "Iba casi cada día a los Encants para buscar robots y skates –recuerda–, pero había días que no había nada que me interesara y acababa llevándome otras cosas: una videoconsola Atari, un radiocasete... Lo que fuera". Y con los años, claro, acumuló un montón; de hecho, se acerca a los doscientos modelos. Esta obsesión lo ha hecho un experto en la materia, y Manzoni habla con amor y ternura hacia sus radiocasetes: "El valor es totalmente sentimental, no me interesa lo económico, porque todo esto representa lo que era yo. Es mucho más que una radio, es el legado que nos deja la adolescencia".

Uno de los reproductores que hay en la exposición.

Las estrellas de la colección son el radiocasete que emite luz y que Madonna usó en el vídeo de Hang up –que en el mercado puede llegar a los 3.000 euros por ejemplar–, un Panasonic que permite escuchar discos de vinilo u otro con un pequeño teclado incorporado para hacer melodías propias. Y, por encima de todo, la joya de la corona, un Conion enorme. "Venía de Estados Unidos y acabó en los Encants, donde me lo encontré un día de casualidad. La clave es su medida, porque lo que tenía que tener un boombox como dios manda era tamaño, y este es el más grande que hay", explica Manzoni.

Colecciones diversas

Los radiocasetes son una pequeña parte de todo lo guarda este emprendedor. "Colecciono cosas que forman parte de mi adolescencia, todo el que me ha hecho ser como soy hoy", explica. Esto incluye todo el que encuentre relacionado con ETRegreso al futuro, robots de juguete, pinballs, arcades, sandwicheras metálicas, radiocasetes y, por encima de todo, skates. Evidentemente, todo esto en un piso normal y corriente no cabe, de aquí que Manzoni haya tenido que buscar una solución. "En mi casa está todo diáfano. Lo dejo todo en el garaje", dice. Su almacén del Poble Nou es un espacio de culto de Barcelona, la entrada en un universo pop irresistible.

Entre Lambrettas maravillosas, patines icónicos y pinballs espectaculares que él mismo restaura, uno no puede más que preguntarse cuándo y por qué se inició esta obsesión. La respuesta: por una lata de refresco. "La primera colección la empecé un verano buscando coca-colas de diferentes modelos y países, después pasé a los álbumes de cromos y hasta hoy", explica. Para que un objeto le interese lo suficiente, tiene que cumplir dos condiciones ineludibles: tener una estética potente y estar relacionado con su adolescencia. "Todo este afán coleccionista sale de ser una persona nostálgica. No me escondo. Pero a la vez tengo 51 años, y no quiero ser un jovencito sino un adulto que recuerda el pasado con alegría".

Las colecciones de Sören Manzoni tienen, eso sí, una condición invariable: no comprar nada nunca en virtual. La experiencia –explica– no solo está en usar, sino también en adquirirlo. Ni Wallapop, ni eBay, ni Vinted. Todo es encontrado, entre otros motivos, porque estas colecciones empezaron antes de que existiera el mercado digital. Además, entrar en este juego le haría más mal que bien: "Tengo claro que no soy un obsesivo sino un romántico, pero si entrara en las nuevas aplicaciones entonces quizás sí que me volvería loco", asegura. Que no entre no excluye que no haya hecho unas cuantas gordas para completar su colección. "He cogido un vuelo para ir a un flea market de Long Beach, en Los Angeles, para ver si conseguía skates antiguos y volver el mismo día. También me he hecho traer un contenedor de Estados Unidos con dos pinballs...", recuerda Manzoni. Genio y figura.

Una fiesta legendaria

Las colecciones son seguramente lo más llamativo de la trayectoria de Sören Manzoni, pero si es un personaje conocido en Barcelona es por haber sido fundador, junto con su socio, conocido como Mad Max, de Nasty Mondays, una de las fiestas más populares y longevas que haya visto la ciudad. Desde su centro de operaciones, en la Sala Apolo, tuvieron el club de referencia de los lunes durante casi una quincena de años. "Fue una época maravillosa de mi vida en la cual reivindicamos una línea musical muy centrada en el pasado y el rock' roll", recuerda Mazoni, que en aquel momento quiso apostar por la música de guitarras en un lugar tan vinculado a la electrónica como Barcelona. "No sabíamos pinchar bien ni nada por el estilo, pero sabíamos montar una buena fiesta", explica. Esta concepción del espectáculo los llevó hasta Nueva York, de la mano de Macaulay Culkin, que quedó alucinado con el club. Nasty Mondays, aun así, no soportó la crisis de la pandemia: "Está acabado. Aparte de todo lo que ha pasado con el covid, he estado muchos años puesto en esto y ahora soy otra persona, a la cual no le toca estar cada lunes por la noche allí", detalla. Eso sí, nada podrá cambiar que "la leyenda siempre quede", dice con una sonrisa instalada en la cara.

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