África

30 años de la caída del apartheid

Suráfrica mira más en las elecciones de mayo que en la histórica efeméride que hizo del país un referente de la concordia

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Simpatizantes del Congreso Nacional Africano de Mandela, en un mitin en la ciudad de Pietersburg, en 1994.

BarcelonaLa crisis económica y social impide a Suráfrica celebrar con jaleo los 30 años del fin del apartheid, que puede situarse en las primeras elecciones con sufragio universal que tuvieron lugar el 27 de abril de 1994. Desde entonces , el 27 de abril se considera el Día de la Libertad y es festivo en un país que hizo historia cuando rompió con un régimen supremacista con más calma y menos sangre de lo que nadie podría haberse imaginado. La nostalgia no cabe y menos cuando dentro de cuatro semanas, el 29 de mayo, Sudáfrica encara unos comicios con los resultados más inciertos.

Volvemos a 1994. Nelson Mandela, con 75 años, lograba una victoria inapelable en las urnas y situaba su Congreso Nacional Africano (ANC) –nacido en 1912 como movimiento de resistencia– como el partido omnipresente de la política local. “Es un día como ningún otro, el amanecer de nuestra libertad”, proclamó Mandela, convertido ya en un mito mundial y en el mejor embajador del país gracias a los 27 años que pasó encerrado en prisión y generosidad demostrada con quienes fueron verdugos blancos. Ni el asesinato del líder comunista Chris Hani ni los intentos de los nostálgicos del apartheid y de los zulúes por impedir las elecciones pervirtieron el hito de una transición que ha sido exhibida como un éxito y premiada con un Nobel de la paz para Mandela y Frederik W. de Klerk, el último presidente del apartheid.

Tres décadas después, el sueño que el arzobispo Desmond Tutu bautizó como el país del arco iris –por la diversidad racial, lingüística y cultural– se ha convertido, en parte, en una pesadilla para los millones de ciudadanos que viven en la pobreza. Suráfrica es hoy el país más desigual del mundo: un tercio de la población está desempleada, según la estadística oficial, pero el porcentaje sube hasta el 40% en la vida real.

El mercado laboral sigue dividido entre los trabajos bien pagados, ocupados mayoritariamente por el 9% de la población blanca, y los del servicio doméstico, la hostelería y la construcción, ocupados por la barata mano de obra de los negros, más del 80% de los habitantes. Si bien es cierto que existe una clase media negra que ha crecido al ritmo que lo hacía la maquinaria de la administración democrática y de los nuevos profesionales que salen de las universidades, la fuerza de este colectivo es muy reducida.

La incógnita de la mayoría

Las elecciones del 29 de mayo se presentan con más incógnitas que las siete anteriores. Por primera vez las encuestas apuntan a que la ANC puede perder la mayoría absoluta que ha ido revalidando en cada convocatoria, tanto en el gobierno de Pretoria como en siete de las ocho provincias. La formación ya se lo olió en los comicios municipales, cuando sus candidatos quedaron desbancados de la alcaldía por la suma de los partidos de la oposición. En 2019 conservaron la mayoría de escaños en el Parlamento de Ciudad del Cabo, pero con sólo el 57% de los votos, lejos del 70% de 2004.

Jacob Zuma y Ramaphosa, en una imagen de 2018.

La cita electoral vuelve a estar marcada por las preocupaciones del día a día y la sensación de que nadie está al volante. Los constantes cortes de electricidad –el pasado año la compañía estatal Eskom sólo pudo suministrar energía 35 días– están poniendo al límite la paciencia de la ciudadanía y también de las empresas. La nueva normalidad sudafricana es tener la precaución de no llenar demasiado la nevera por si existe una interrupción, que puede durar horas.

En la carrera en las urnas vuelve a batallar el presidente Cyril Ramaphosa, un exsindicalista millonario, que en los años al frente del gobierno ha perdido el aura de gran gestor. Enfrente tiene un contrincante sorpresa, que conoce bien porque le sustituyó tanto a la presidencia del ejecutivo como del ANC en el 2018, cuando los escándalos de corrupción hicieron imposible su continuidad. Jacob Zuma ha vuelto a primera línea detrás del nuevo Partido MK, la sigla histórica de uMkhonto we Sizwe, el brazo armado del ANC que Mandela dirigió y le llevó a prisión.

Tres niños llevan flores en el monumento en memoria de Hector Peterson, la primera víctima de la revolución de Soweto.
Una mujer preparando el fuego para hacer la brasa en un parque de Soweto, en las afueras de Johannesburgo, en una imagen de archivo.

A esta escisión se suma la ya consolidada que lidera el antiguo enfante terrible del ANC, Julius Malema, ahora también millonario y que hace agujero acusando de ladrones a los blancos. Todavía canta la racista Kill the boer, que literalmente significa "mata al granjero", pero que también se puede traducir como "mata a los blancos".

Y, como hace treinta años, tanto la política como la música, la comida, el deporte, los barrios o el ocio aún deben leerse en clave racial. Si el ANC es todavía visto como el partido de la población negra, al que se le debe el favor de haber liberado al pueblo de la segregación, la Alianza Democrática es tradicionalmente la formación de los blancos. Pero esto está cambiando, porque esta última formación ha sido hábil y ha incluido candidatos negros en las listas, aunque en esta ocasión ha optado como candidato por el afrikánner John Steenhuisen.

La incógnita será si, como dicen los analistas, no hay un ganador claro. Entonces las negociaciones serán todos contra el ANC. En ayuntamientos como los de Pretoria y Johannesburgo se probó esta fórmula, pero es cierto que la diversidad ideológica de los partidos ha hecho que haya acabado siendo una algarabía.

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