Especial 2023

¿Se acabará la guerra en Ucrania? Cinco claves para interpretar el mundo del 2023

El impacto global de la invasión rusa nos prepara un planeta más convulso y lleno de heridas que se retroalimentan

7 min
Los residentes el edificio que fue atacado con un bombardeo de artillería se encuentran ante el edificio, a Kíiv

BarcelonaPermacrisis. Esta ha sido, según el diccionario Collins, la palabra del 2022. El significado es bastante preciso: “Un periodo prolongado de inestabilidad y de inseguridad, que es resultado de una serie de acontecimientos catastróficos”. La dirección editorial del diccionario consideró que el concepto condensa este sentimiento de desasosiego global que acompaña nuestros días y que es fruto de una superposición de crisis históricas y decisivas. La pandemia del covid-19 y, especialmente, la invasión lanzada por Vladímir Putin contra Ucrania no solo han hecho mutar, repentinamente, el paisaje que nos rodea, también han tenido un impacto expansivo que nos marca el rumbo político, social, económico y geoestratégico. El análisis es nítido: vivimos un momento trascendental, y el escenario es un mundo más convulso, más impredecible, y lleno de heridas que se retroalimentan y que nos afectan a todos.

La palabra permacrisis, pues, se consolidará todavía más durante este 2023. “Si la invasión rusa de Ucrania fue el escenario inesperado del 2022, es a partir de ahora cuando el mundo empezará a notar el verdadero alcance y la profundidad del impacto global de la guerra”, se lee en el documento de previsiones que el think tank Cidob augura para el curso próximo. No tenemos ninguna bola de cristal ni sabemos interpretar el futuro observando el poso del café, pero sí podemos subrayar algunas claves que, probablemente, serán decisivas para explicar el año que ahora comenzamos.

1.
La gran pregunta
El president ucraïnès, Volodímir Zelenski, ahir a Bakhmut.

Como la invasión rusa contra Ucrania lo continuará condicionando prácticamente todo, habrá una pregunta recurrente a lo largo de este 2023: “¿Cuándo acabará la guerra?” De momento, hay que tener una premisa clara: hoy por hoy, nada hace pensar en un desenlace cercano del conflicto. La ofensiva relámpago que Moscú había planificado se ha convertido en una guerra consolidada en el corazón de Europa que ahora corre el riesgo de enquistarse hasta el punto de que nadie descarta un escenario de guerra congelada, durante años, en el este ucraniano. Históricamente, la mayoría de conflictos han finalizado gracias a una negociación. Este no tendría que ser una excepción, puesto que se hace difícil imaginar una derrota total de cualquiera de los dos bandos: Putin, que flirtea con la amenaza nuclear, se juega la reputación; y Kiev, que lucha por pura supervivencia, cuenta con el poderoso apoyo de Occidente y con una población movilizada. Pero las expectativas de diálogo entre ucranianos y rusos también son exiguas. A pesar de que en las últimas semanas se había hablado de condiciones y de ciertas presiones de Washington a Volodímir Zelenski, las posturas y las demandas de Keiv y de Moscú están demasiado alejadas para que pueda haber algún adelanto. 

¿Qué se espera, pues? Es probable que el frío y la nieve frenen los combates durante los primeros compases del año, pero el Kremlin seguirá castigando a los ucranianos con ataques aéreos dirigidos a infraestructuras energéticas, que dejarán a millones de personas sin calefacción, sin luz y sin agua. La mayor parte de las batallas las seguiremos encontrando en el este del país, a pesar de que algunos expertos pronostican algún golpe de efecto pasados los días más duros del invierno. Unos hablan de una contraofensiva rusa, venida desde Bielorrusia; otros, de un empujón definitivo de las tropas ucranianas para acelerar la recuperación de los territorios ocupados.

Sea como sea, hay tres cosas bastante seguras. La primera, que la guerra dejará todavía más muertos, más refugiados y más destrucción. La segunda, que el fantasma de la amenaza nuclear continuará sobrevolando temerariamente el conflicto. Y la tercera, que el dinero será clave: tanto para Ucrania, que depende de la voluntad de Estados Unidos –y en menor medida de Europa– para seguir financiando la guerra, como para Rusia, que también lidia con la bofetada económica que han supuesto las sanciones occidentales.

2.
Una nueva era global
Al fons, una pantalla que mostra el president xinès, Xi Jinping.

El acelerador geopolítico en el que se ha convertido la guerra en Ucrania nos ha adentrado hacia una nueva era global. El 2022 nos ha dejado dos movimientos cruciales, que hay que tener en cuenta a la hora de interpretar los tiempos que vienen. Por un lado, la ruptura total de Occidente con Rusia, que afecta de una manera especial a la existencia de una Europa que tiene que aprender a vivir sin el cobijo energético de Moscú. Por el otro, que Estados Unidos –y de paso la Unión Europea– hayan señalado a China como la gran amenaza de futuro, ahora que Pekín oposita, sin complejos, para usurpar a Washington el título de primera potencia mundial. La escalada de tensión entre EUA y China provocada por la visita oficial de Nancy Pelosi a Taiwán fue solo una muestra del peligroso camino de la confrontación en el que puede derivar el actual clima de competición feroz que protagonizan los dos países. También reafirmó la consolidación del viraje geopolítico hacia Asia que anticipó hace años Barack Obama.

El hecho de que el conflicto ucraniano haya reforzado “la alianza sin límites” entre Putin y Xi Jinping –que no se entiende sin la aversión compartida hacia Occidente– hace pensar que vivimos en un mundo bipolar, dividido por dos bloques muy marcados. No es exactamente así. La realidad es que hace tiempo que nos encaminamos hacia un planeta multipolar donde otras potencias emergentes –como India o Turquía– también reivindican su espacio, y en el que regiones de futuro como África, el Pacífico o América Latina jugarán un papel clave. “Este año veremos con más claridad una aceleración en la competición estratégica de otras potencias, que aspiran a ganar protagonismo manteniendo espacios de cooperación abiertos, tanto con Estados Unidos como con China o con Rusia”, dice el mencionado informe del Cidob.

3.
El ser o no ser de Europa
Joe Biden, a l’esquerra, i Emmanuel Macron brindant durant un sopar de gala a Washington.

Mientras tanto, Europa continuará inmersa en un dilema prácticamente existencial. La amenaza rusa ha destapado la vulnerabilidad que supone ser una región dependiente en aspectos clave como la energía o la seguridad. “Nuestra prosperidad estaba establecida en China y Rusia, con los primeros nutrimos el mercado y con los segundos obteníamos energía. La seguridad, en cambio, la delegamos a Estados Unidos”, decía no hace mucho el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell. Voces como la de Emmanuel Macron encabezan este clamor a favor de configurar una Unión Europea más independiente, para sortear errores similares al del gas ruso y también para evitar caer en la irrelevancia geoestratégica.

Más allá de la dependencia de Moscú –que Europa ha intentado mitigar a marchas forzadas haciendo otras amistades sospechosas, como Qatar o Azerbaiyán–, preocupa la relación con Pekín y Washington. La inquietud con China, principal socio comercial y poseedor de materias primas clave, es más que entendedor: la creciente frialdad diplomática hace temer fácilmente turbulencias. Pero el caso de Estados Unidos es diferente: Washington continúa siendo el gran aliado de Europa, y Joe Biden es un atlantista convencido si se compara con su predecesor, Donald Trump. Aún así, hay cierta desconfianza. En primer lugar, porque recientemente se han criticado algunas posturas proteccionistas de la Casa Blanca, como la ley para la reducción de la inflación o el elevado precio que Washington exige por su gas. En segundo lugar, porque hay preguntas que no dejan dormir. ¿Hasta qué punto es viable vincular la política de seguridad europea a la cooperación con unos Estados Unidos cada vez más imprevisibles? Un triunfo de Trump –o de algún perfil similar– en las elecciones del 2024, y en un contexto tan incierto como el actual, haría tambalear los fundamentos del club europeo.

4.
Nubes de tormenta
Sense sostre a Brussel·les

Las nubes de tormenta se han instalado en casi todos los cielos del mundo. Son consecuencia de los escenarios descritos anteriormente, y nos han llevado a convivir con un periodo de fuerte desaceleración económica global, que multiplica crisis existentes. Los datos invitan al pesimismo. El Fondo Monetario Internacional, por ejemplo, calcula que el crecimiento económico mundial para el 2023 será del 2,7%, el más bajo desde el 2001 –con la excepción del 2020 por la irrupción del covid-19–. Y, en estos casos, la ecuación es sencilla: la inestabilidad económica conllevará inestabilidad social y, por lo tanto, política.

El 2023 será el año de los descontentos. Uno de los grandes retos que tendrán que afrontar los gobiernos del mundo será gestionar la rabia y la frustración de unas sociedades que, mayoritariamente, se están empobreciendo. El incendio inflacionista, y la consiguiente subida de precios de casi todo, no ha ido acompañado de una mejora de salarios, y esto ha provocado una pérdida del poder adquisitivo de la población, que buscará culpables. Veremos más protestas. También veremos cómo los populismos –sobre todo la extrema derecha– buscarán sacar rédito político para ocupar más espacios de poder.

Este descontento será afilado en Europa, la región más afectada por la bofetada económica que ha supuesto la invasión rusa. Y aquí será interesante ver cómo el malestar de la población puede condicionar el apoyo de los gobiernos de la UE a Kiev. Hasta ahora, se han superado las desavenencias y se ha conseguido tejer una respuesta común a la ofensiva de Putin, pero ¿qué pasará cuando algunos socios se nieguen a enviar más dinero o más armas a Zelenski porque su población sale a la calle porque también sufre frío y hambre?

5.
Las otras historias
Salvament Marítim ha rescatat aquest dilluns tres polissons pujats a la pala del timó d'un petrolier que acabava d'arribar a Las Palmas de Gran Canària després d'haver sortit fa onze dies des de Lagos

Una de las imágenes más impactantes que nos ha dejado el 2022 se hizo pública hace solo unas semanas. En ella aparecían tres chicos aferrados al timón rojo de un petrolero que había estado once días navegante por el océano, desde Nigeria hasta Canarias. La necesidad debía de ser tanta que se jugaron la vida de la manera más inverosímil para llegar a Europa.

La foto tiene otra lectura: el 2023 también estará lleno de pequeñas historias como esta, que a menudo no reciben la atención mediática que merecen pero son necesarias para interpretar nuestro entorno. Porque los movimientos migratorios de todo el mundo, que cada año superan récords y definen políticas y gobiernos, no se entenderían sin el testimonio de estos tres chicos. O porque el empoderamiento de las mujeres no se comprende si se obvia que miles de iraníes continuarán saliendo a la calle para pedir, únicamente, que se las respete. O porque el éxodo rural que martiriza a Europa no se pone en perspectiva si no se explica que en los pueblos de Bulgaria cada vez son más las tiendas y escuelas que cierran. Tampoco se es consciente de qué supondrá la descomunal crisis alimentaria que viene si no se piensa en las millones de madres de África subsahariana que llorarán porque la desnutrición les deja los pechos sin leche. Y tampoco se entiende la crisis climática o las implicaciones de la globalización si se silencia a los agricultores indios que se angustian cada vez que se rumorea que otra multinacional quiere comprar los terrenos que cultivan desde hace décadas. Sin lugar a dudas, el año que estamos comenzando también irá de esto.

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