La guerra olvidada que amenaza con "la peor crisis de hambre en décadas"
El éxodo de civiles que huyen de la violencia en Sudán ha derivado en una crisis humanitaria mayúscula, que apenas recibe ayuda internacional
Adré (Chad)“Cuando las RSF llegaron en abril a Al-Junayna, mataron a hombres y niños a sangre fría. Asesinaron a mi marido ya mis hijos delante de mí. Las calles estaban llenas de cadáveres, se les comían los perros. Por la noche había quien se jugaba la vida para enterrarlos en fosas comunes. A muchas mujeres y niñas las violaron delante de todo el mundo. A las que nos dejaron huir nos prometieron que Al-Junayna ya no sería tierra de los esclavos, de los negros, sino que sería tierra árabe”, explica Hawa Guma Hamad sentada bajo un sombreado de esparto en el campo de Metché. En esta población, formada por aldeas esparcidas al este de Chad, aislada y sin apenas agua, el gobierno de Chad ha trasladado 50.000 refugiados y refugiadas sudaneses. En total, desde que hace un año se declaró la guerra en el país vecino, ha recibido a más de 700.000, el 90% de los cuales son mujeres y criaturas.
El quinto país más pobre del mundo los ha distribuido a lo largo de la frontera mientras la ayuda internacional sigue sin llegar. Hace meses que Naciones Unidas alerta que, si los países ricos no envían los medios necesarios, la población sudanesa sufrirá “la peor crisis de hambre en décadas”.
Sudán ha pasado, en los últimos cinco años, de representar la esperanza democrática a encarnar los peores horrores de la guerra. En 2018, ocho meses de protestas desembocaron en la caída del régimen de Omar al Bashir a través de un golpe de estado y la constitución de un gobierno de transición democrática. Pero, tras dos años de tensiones, el propio comandante del ejército que le presidía lo enterró con una nueva sonada en el 2021. Y el 15 de abril del 2023, ante el desacuerdo entre sus respectivos comandantes por el reparto del poder , el ejército y las milicias árabes Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) empezaron una guerra en la que pugnan, por sus propios intereses, casi una decena de países.
Del lado del ejército sudanés están Egipto, Irán, Eritrea y Ucrania. Esta última incluso ha desplegado fuerzas especiales en Sudán y ha dado drones armados. Del lado de las RSF, los Emiratos Árabes Unidos, Libia oriental controlada por el comandante Jalifa Haftar, Israel y Rusia a través de los mercenarios de Wagner.
Sudán cuenta con grandes reservas de oro y petróleo, tiene salida al mar Rojo –estratégico para el comercio marítimo internacional– y es puente entre África y Oriente Próximo. Precisamente fueron las RSF y otras milicias árabes musulmanas afines las que, según investigaciones del Tribunal Penal Internacional, cometieron una limpieza étnica contra los masalit, una etnia africana negra de religión animista.
“Esta persecución viene de los tiempos del dictador Al-Bashir, cuando las mismas milicias, entonces llamadas Janjawid, cometieron el genocidio. Pero no sólo es por racismo, porque nos siguen considerando a sus esclavos. Es también porque nos quieren expulsar de Darfur por quedarse nuestros recursos naturales”, sostiene con altivez Assadig Abubaker Saleh, también refugiado en Metché. Este abogado de Al Junayna participó en las investigaciones que llevaron el caso del dictador sudanés ante el Tribunal Penal Internacional por las 300.000 personas asesinadas durante el genocidio del 2003, entre otros crímenes de guerra. Ahora, Abubaker teme por su vida.
Según numerosos testigos, combatientes de las RSF atraviesan a menudo la frontera para aterrorizar y asesinar a los refugiados más molestos, como los defensores de derechos humanos como este abogado, que sigue recopilando testigos para poder juzgar a los responsables de las matanzas algún día.
El colapso del sistema humanitario internacional
En Adré, la población chadiana más cercana a Darfur, donde sobreviven más de 150.000 personas al raso, Manhil Gamer se frota la barriga y se lleva la mano en la boca. "Tenemos hambre, aquí no hay nada", dice señalando a los hijos. Los tres tienen los ojos enrojecidos y legañosos por una infección y el estómago hinchado, claro síntoma de malnutrición. Manhil es una de las miles de mujeres que hacen cola desde la madrugada para recoger el saco de sorgo y de judías que el Programa Mundial de Alimentos (PMA), la agencia de la ONU destinada a combatir el hambre, debería repartir mensualmente a los dos millones de personas que se han refugiado en los países de alrededor de Sudán. Y también a los casi nueve millones que han huido de su casa para instalarse en otros sitios más seguros dentro de Sudán. La guerra de Sudán ha provocado la mayor crisis humanitaria del mundo: 18 millones de personas que dependen de la ayuda humanitaria internacional. Y no llega.
“La situación es muy crítica porque se necesita mucha comida para tantas personas y el PMA se encuentra en una crisis financiera muy grave. Trabajamos mes a mes y no sabemos si al mes siguiente podremos realizar la distribución. Si no la hacemos, veremos multiplicarse los casos de malnutrición y muertes”, explica durante el reparto Vanessa Boi, responsable de la respuesta de emergencia del Programa Mundial de Alimentos en el este de Chad. Ha sido una donación puntual de Japón la que ha hecho posible esta entrega, pero ha sido necesario reducir las raciones para cubrir apenas las necesidades calóricas mínimas. Incluso han tenido que suprimir el aceite en algunos de sus repartos.
Los principales donantes –Estados Unidos, Alemania y la Unión Europea– han priorizado las crisis más cercanas y en las que tienen más intereses: Ucrania y Gaza. Por primera vez desde su fundación, en 2023 las contribuciones conseguidas por la ONU para contener las emergencias y el hambre fueron menores que el año anterior. Eradicar el hambre ya no es una prioridad para el Norte Global. Como respuesta ante la inacción internacional, la ONG Médicos Sin Fronteras ha destinado a esta crisis humanitaria decenas de millones de euros para construir hospitales y clínicas, decenas de pozos y cientos de letrinas. Los tres pilares imprescindibles para contener el hambre y evitar pandemias.
Pero, como explica el jefe de la misión de MSF-España en Chad y Sudán, sigue siendo insuficiente. “El Gobierno de Chad está abierto a recibir más ONG y agencias de la ONU. Necesitamos, urgentemente, más manos”. En unas semanas, llegará la estación de las lluvias y, consiguientemente, el pico de casos de malaria por el aumento de los mosquitos. Una combinación fatal para los casos de malnutrición infantil, que no paran de aumentar.