La alternativa de Mélenchon

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Mélenchon, en un acto durante la campaña electoral.

El laboratorio político francés está hecho de trasvase de votos, de la superación de las estructuras de los partidos políticos tradicionales y de mucha indignación. Ahora también se ordena a partir de un triángulo donde Emmanuel Macron ocupa el gran centro; y la extrema derecha y La Francia Insumisa se refuerzan desde los extremos a partir del rechazo en las élites del poder. En la geografía de este descontento, Jean-Luc Mélenchon ha emergido como la alternativa, especialmente de cara a unas elecciones legislativas donde tradicionalmente Marine Le Pen suele perder buena parte de los votos conseguidos en el duelo presidencial.

Dice Mélenchon que nunca se ha sentido tan a punto para gobernar como ahora. En el fondo sabe muy bien que no será primer ministro porque, incluso si ganara las elecciones (en contra de lo que dicen las encuestas), Macron todavía tendría la potestad de designar a quien él quisiera como jefe del gobierno. Pero en la retórica triunfalista de Mélenchon hay algo de cierto: La Francia Insumisa ha conseguido el liderazgo hegemónico de la izquierda francesa.

La alianza negociada con el Partido Socialista, los Verdes y los comunistas para intentar hacer frente a Macron -extraña, forzada y todavía débil- les permite presentar candidaturas conjuntas y un programa compartido en las próximas elecciones legislativas de junio. Las izquierdas, que convirtieron la campaña de las presidenciales en una exhibición de desavenencias y personalismos, han embastado ahora un programa de oposición y lo han hecho en un tiempo récord.

El septuagenario Mélenchon no llegará al palacio de Matignon pero ver, desde arriba, el drama que vive el Partido Socialista ya debe de tener regusto de victoria para un veterano de la política francesa que empezó militante en el PS en 1976; diez años más tarde, se convirtió en el senador más joven de Francia y, después, fue ministro de Educación con Lionel Jospin. Ahora, reforzado por el votos de los jóvenes, se reivindica como populista y promete “desobedecer” los tratados de la Unión Europea (los socialistas hablan solo de “exenciones temporales”).

Rotura socialista

Mientras, el PS se divide entre quienes creen que el pacto con Mélenchon era el único movimiento posible para salvar su implantación regional y quienes huyen desesperados de la última “rendición” que aboca a los socialistas a la desaparición -si es que el 1,7% de los votos conseguidos por Anne Hidalgo en las presidenciales no lo había hecho ya-. Entre los desertores del acuerdo, Macron podría sumar todavía a sus listas algún otro nombre conocido de la disidencia socialista. El consejo nacional del PS todavía tiene que ratificar este principio de acuerdo, pero, “si se acepta -decía la semana pasada el expresidente François Hollande-, significa que el PS habrá decidido desaparecer”.

Francia sigue siendo el país más pesimista de Europa; un país que duda y que ha interiorizado un sentimiento de declive personal y nacional. Mélenchon ha sabido conectar con la rabia social que, de los chalecos amarillos a las protestas contra los confinamientos, moviliza de manera horizontal una suma heterogénea de descontentos.

“Mi manera de ser es una señal -decía el insumiso 2010-. Soy ruidoso y colérico, igual que mi época... Soy terco”. Lo ha sido suficiente como para llegar hasta aquí.

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