El Afganistán que los talibanes no quieren que veas

Los talibanes eliminan las mujeres, las películas y las series de la televisión

Prohíben trabajar a los periodistas extranjeros y a los locales les impiden el acceso a la información

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La periodista afgana Khatera Ahmadi, a punto de empezar el informativo con una mascarilla  a la cara por orden de los talibanes.

KabulEste artículo forma parte de la serie 'Viaje al Afganistán que los talibanes no quieren que veas' que publica el ARA este abril y que firma nuestra enviada especial Mònica Bernabé.

Cada día a las ocho de la tarde en la cadena de televisión afgana Tolo hacen uno de aquellos concursos en los que los participantes tienen que superar pruebas absurdas. Se llama Ru da ru (cara a cara). Es un programa para pasar el rato y uno de los poquísimos de la televisión afgana que te sacan una sonrisa. Todos los concursantes son hombres, y también el presentador y el público que aplaude de forma entusiasta. Las mujeres en Afganistán han desaparecido casi por completo de la pequeña pantalla, de la misma manera que las películas, la música y los culebrones que tanta audiencia tenían. Desde que los talibanes llegaron al poder en agosto de 2021, la televisión se ha transformado. Ahora hay que tener muchas ganas para verla.

La parrilla está llena de debates tediosos en los que participan hombres con turbante y barba. También hay programas informativos y muchos, muchos espacios religiosos. Por no haber, no hay casi ni anuncios. “Para emitir un anuncio, los talibanes deben supervisar primero el guión y no pueden salir mujeres”, explica el actor afgano Khan Kadir Rasa, que ha protagonizado todo tipo de series pero sobre todo se hizo famoso por un spot que rompió moldes en 2013. Fue la primera persona que anunció preservativos en Afganistán.

Evidentemente, con el panorama actual, las productoras han quebrado y todos los actores y actrices se han quedado sin trabajo. “Los pocos anuncios que se emiten se hacen en Irán o en Pakistán y después se traducen”, sigue explicando Rasa, que es uno de los muchos que han perdido el empleo.

Sin publicidad ni el apoyo de la comunidad internacional –que también invertía en los medios de comunicación afganos-, muchas televisiones y emisoras de radio han cerrado, y un ejército de periodistas se han quedado en la calle. Las mujeres, las primeras. Internet tampoco es una alternativa. Solo el 22,9% de la población afgana tiene acceso, según datos de 2022 del Banco Mundial.

Informar se ha convertido en todo un reto. Ya ha pasado la época dorada en la que los talibanes recibían con alfombra roja a los periodistas extranjeros e incluso les dejaban subir a sus vehículos militares para filmar o tomar fotografías. Era el momento en que acababan de llegar al poder y les interesaba dar una buena imagen internacional para ser reconocidos como el gobierno legítimo de Afganistán. Ahora, en cambio, deniegan la acreditación de prensa a la mayoría de periodistas internacionales. No quieren observadores incómodos. Los pocos que quedan es porque la acreditación que tenían aún no se les ha caducado. Son de las agencias de noticias Reuters y AFP, y el diario estadounidense The New York Times. Para salir de Kabul e informar desde otra ciudad del país también deben pedir permiso a los talibanes. 

Los periodistas locales

Los periodistas afganos aún lo tienen peor. Tamim Shahir, que es jefe de sección en Tolo News, la única cadena afgana que emite noticias las 24 horas del día, no sabe precisar cuántas veces le han llamado los talibanes para quejarse por una noticia. “¡Uf!, un montón”, suspira ante la pantalla de su ordenador. Admite que hay temas que evitan tratar para no tener aún más problemas. Por ejemplo, “la legitimidad del régimen”. “Los talibanes nos impiden el acceso a la información. Es muy difícil trabajar”, lamenta. En Tolo News hay 30 periodistas, de las que ocho son mujeres. Eso sí, hombres y mujeres trabajan en oficinas separadas por orden de los talibanes.

Ellas son las que se llevan la peor parte. Cuando salen en la pequeña pantalla, deben llevar velo islámico y cubrirse la cara con una mascarilla. Así lo decretaron los talibanes hace casi un año. “Tampoco nos dejan entrar a las ruedas de prensa en los ministerios”, se queja Benafsha Binesh, una de las reporteras de Tolo News que cada día sale a la calle en busca de la noticia. Le ha pasado de todo.

“El día que los talibanes anunciaron que prohibían a las mujeres estudiar en la universidad, fui a la puerta de la Universidad de Kabul a entrevistar a algunas estudiantes pero los talibanes nos arrebataron la cámara y nos borraron todas las entrevistas”, se queja. Lo mismo le ocurrió el pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Un pequeño grupo de afganas se manifestaron en Kabul. Los talibanes también le borraron las imágenes. El pasado septiembre incluso la detuvieron a ella, a su cámara y a una vendedora ambulante a quien había entrevistado. “Me dijeron que nos arrestaban porque dábamos una mala imagen del país entrevistando a una mujer pobre”. Los tuvieron retenidos cuatro horas, asegura. Y a ella la amenazaron con arrestar a su familia si volvía a hacer lo mismo.

Uno de los principales logros de la presencia internacional en Afganistán fue la libertad de prensa y de expresión. En esos años surgieron decenas de canales de televisiones y emisoras de radio. Los talibanes prohibieron los medios de comunicación durante su primer régimen en los años noventa. Esta vez no lo han hecho porque ellos mismos sacan réditos. La Radio Televisión de Afganistán (RTA) se ha convertido en su principal canal de propaganda. Se pasan el día haciendo discursos ante la cámara, recitando el Corán o mostrando imágenes de un Afganistán idílico que, desgraciadamente, en la calle no ves por ninguna parte.    

 

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