Más barricadas y más controles: Kiev quiere ser una fortaleza
La gente acumula agua y alimentos en casa por miedo a que los combates se intensifiquen
Enviada especial a KievYanna Dubova ha preparado una bolsa con un neceser, un poco de ropa y medicinas por si tiene que salir corriendo de casa. Y otra bolsa con comida para sus gatos y perros porque tiene claro que, si ella se va, se los llevará allá donde vaya. Vive en una bonita casa en Kiev a orillas del río Dniéper, que cruza la capital ucraniana de norte a sur, y que era un lugar privilegiado para sólo bolsillos con un cierto nivel económico hasta que empezó la guerra. Ahora allí no hay quien viva: no hay refugios antiaéreos, ni sirenas que avisen de un posible bombardeo. Yanna no lo dice, pero se le nota en la cara: está aterrada.
Yanna también ha llenado la despensa de su casa con harina, muchísima harina, para poder hacer pan si se queda sin nada para comer. Y desde que empezó la invasión rusa, duerme en un sofá en el salón porque, justifica, está lejos de cualquier ventana de la casa y, si hay una explosión, no le caerán los cristales encima. ¿Que de dónde ha sacado todas esas ideas? Dice que las ha leído en internet y en los medios de comunicación ucranianos, que han publicado un sinfín de consejos sobre qué hacer en una situación como la actual, en la que las tropas rusas están a pocos kilómetros y disparan contra la capital.
Olena Fatieva, una interiorista que vive en la misma zona, ha decidido que lo mejor es almacenar agua. Ha llenado con agua todos los recipientes que tiene en casa: jarros, botellas, garrafas, potes… Y porque no tiene una bañera, porque si no también la habría llenado. Dice que lo empezó a hacer en el mismo instante que empezó la guerra, el 24 de febrero, y que renueva el agua de los recipientes cada pocos días para que no se estropee. Ahora utiliza agua de un pozo que tiene en casa y que funciona con una bomba eléctrica. Y a eso tiene miedo, precisamente, a quedarse sin electricidad y que, en consecuencia, la bomba no le sirva para nada.
De momento en Kiev continúa habiendo electricidad, conexión a internet e incluso se puede continuar pagando con tarjeta bancaria en los pocos comercios que están abiertos en la ciudad. De hecho, ése es uno de los grandes problemas: hay poquísimas tiendas abiertas. Solo los supermercados, y algunas tiendas de alimentación y farmacias. Y como no, en algunos casos se forman colas para entrar. Se puede decir que la sensación en la ciudad es similar a la de la primera ola de la pandemia en Catalunya: poca gente en la calle y también escasos vehículos. Pero con la gran diferencia de que ahora todo el mundo tiene otra preocupación en la cabeza. De hecho, antes del inicio de la guerra era obligatorio llevar mascarilla dentro de los comercios. Ahora la obligación continúa vigente en teoría, pero nadie la lleva.
Controles y barricadas
En la mayoría de las calles hay controles de la policía o del ejército ucranianos o de las denominadas fuerzas de defensa territorial, es decir, de civiles que antes se dedicaban a otra cosa y ahora están plantados en la calzada con un Kalashnikov para parar todos los vehículos que pasan y comprobar la documentación de las personas que viajan en su interior. También hay barricadas por todas partes para impedir un eventual avance de las tropas rusas en caso de que entraran en la capital. Las barricadas pueden estar formadas por bloques de hormigón, sacos de tierra, neumáticos o incluso tranvías, camiones o autobuses atravesados en la calzada.
Conduciendo por Kiev, resulta difícil creer que las fuerzas rusas puedan llegar algún día a asediar la ciudad. Para hacerlo, necesitarían miles y miles de efectivos. Kiev es enorme: su superficie es ocho veces la de Barcelona. Aquí cualquier calle se puede decir que es una avenida con al menos cuatro carriles. El río Dniéper, que divide la capital en dos, también es uno de los más grandes y caudalosos de Europa. Para pasar de una orilla a otra, hay cinco puentes en la ciudad pero en la actualidad solo dos están abiertos para los vehículos con el objetivo de controlar los movimientos en la capital. Las fuerzas de seguridad revisan uno a uno los coches que pasan de un lado a otro. Las colas que se forman son interminables, de hasta una hora y media de espera.
El transporte público también funciona con cuentagotas. “Antes el autobús pasaba cada siete u ocho minutos, y ahora una vez cada hora”, dice el conductor de la línea 32 antes de cerrar las puertas y seguir su trayecto por el noroeste de Kiev. Los contenedores están vacíos, no hay basura acumulada en las calles. El servicio de recogida continúa funcionando incluso en esta zona de la capital, que es una de las más afectadas: los combates están a tan solo diez quilómetros, y se oyen disparos en la lejanía e incluso alguna explosión fuerte que asusta a más de a uno en la calle. También huele a quemado según cómo sopla el viento. Se han declarado algunos incendios en los bosques que rodean a la capital como consecuencia de los combates.
Aun así este fin de semana ha sido especialmente tranquilo en Kiev. Apenas han sonado las sirenas antiaéreas. Pero los ucranianos no se fían. En un calle del barrio de Lukianivka, los edificios están destrozados. Los cristales de todas las ventanas han quedado hechos añicos, y el tejado de uno de ellos, hundido. Un proyectil cayó días atrás. Ese es el problema, que un proyectil puede caer en cualquier parte en la ciudad y a cualquier hora.
Aparte de acumular recipientes con agua, Olena se dedica a mirar la televisión rusa desde su casa en Kiev. Dice que no tiene ningún problema para sintonizarla, el gobierno ucraniano no la censura. “De esta manera quiero entender mejor a los rusos, saber qué les explican”, afirma. Entender, eso es lo que quieren los ucranianos. Porque lo que está pasando en su país no lo entiende nadie.