Biden aterriza en Europa con la urgencia de ser "el líder de la paz"

El presidente de los EE.UU. estudiará con los aliados respuestas efectivas que paren la invasión

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El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden

WashingtonHace una semana, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, lanzó un reto a Joe Biden: "Quiero que seas el líder del mundo. Y ser el líder del mundo significa ser el líder de la paz". Desde su llegada al poder, el mandatario norteamericano prometió el regreso de los EE.UU. al frente de la geopolítica mundial (en contraposición al "America first" de su predecesor), pero el contexto histórico ha hecho que tenga que demostrar su capacidad para conseguirlo en un momento clave, en una situación de inflexión global. La situación en Ucrania y el conflicto frontal con Rusia, que recuerda el choque de bloques que dominó la Guerra Fría, deja a Biden ante un reto urgente que tiene el potencial de un cambio en el equilibrio de fuerzas, de modificar el contexto internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial. Ya lo dijo Biden a finales de la semana pasada: "Estamos en un momento en que las cosas están cambiando. De aquí saldrá un orden mundial nuevo, y lo tenemos que liderar".

Este jueves hace exactamente un mes del inicio de la invasión rusa en Ucrania, un hecho que los EE.UU. habían alertado durante meses. Una guerra que desde la Casa Blanca confiesan que no acabará de manera "fácil ni rápida", y que es para Biden una prueba de fuego en el panorama internacional. "Estamos en uno de estos momentos decisivos para un líder norteamericano que define su legado internacional", dice Timothy Naftali, experto en historia presidencial de la Universidad de Nueva York (NYU). El presidente norteamericano aterriza en Europa para participar en una triple cumbre de líderes mundiales, con objetivos en tres frentes: la ayuda a la defensa de Ucrania, la insistencia en el castigo en Rusia y el refuerzo de la alianza occidental. Para los EE.UU., el viaje tiene que servir para insuflar confianza a los aliados europeos (y del resto del mundo) en la capacidad norteamericana de liderar la respuesta a la agresión rusa, de dar soluciones a las democracias occidentales ante las amenazas de Moscú, de tener recursos para minimizar los efectos que tiene el conflicto a escala global.

El reto del viaje es que no se quede solo con el enorme simbolismo que significa el abrazo de Washington a sus aliados. Hasta ahora, Biden y su gobierno han conseguido un frente común casi indestructible y han actuado casi siempre a coro en la respuesta a la agresión rusa. Sin embargo, y a pesar de que las acciones se han acumulado durante las últimas semanas con sanciones, vetos, prohibiciones y amenazas, la realidad es más terca y no ha provocado el resultado deseado: un diálogo fructífero o una disuasión suficiente porque el presidente ruso, Vladímir Putin, dé marcha atrás y deje de bombardear Ucrania, abandone el asedio a las ciudades y retire los soldados.

"En el pasado, el uso de sanciones raramente ha provocado un cambio de régimen o ha acabado guerras", recuerda Shannon O'Neil, vicepresidenta del Council on Foreign Affairs, una de las expertas que creen que las "sanciones masivas" impuestas a oligarcas, a líderes políticos, incluso al mismo Putin, "no han dado victorias reconocibles".

¿Reafirmar el dominio de los EE.UU.?

Ha llegado un punto en el que Washington necesita certezas y presentar nuevos recursos, demostrar que sigue con el compromiso incuestionable. Las sanciones a más rusos son seguras, después de que se filtrara que serán castigados más de 300 legisladores pro Putin de la Duma. El gobierno Biden ha aceptado enviar todavía más tropas a los aliados del flanco oriental de la OTAN, y se trabaja en nuevos paquetes de equipación militar milmillonarios para enviar a Ucrania. Sobre la mesa también hay uno de los elementos más capitales de toda la situación: cómo resolver la seguridad energética europea, todavía muy dependiente del suministro ruso. Si esta táctica de seguir la presión, el ahogo económico y la disuasión militar funciona, "fundamentalmente reformulará la estrategia, la naturaleza de las alianzas y la jerarquía de las grandes potencias más allá del siglo XXI", según O'Neill.

"Reafirmará el dominio norteamericano con una nueva manera de hegemonía. Disuadirá otros agresores que tienen pocas maneras de protegerse de las devastadoras consecuencias de la guerra económica y financiera (contra los EE.UU. y sus aliados). Presagiará un nuevo tipo de carrera armamentista no militar, en la cual las naciones compiten por establecer sistemas y bloques comerciales regionales [...]", continúa la experta.

A nadie se le escapa que aquí es cuando entra en juego China, uno de los actores fundamentales que los EE.UU. están arrastrando para que se posicionen. El contacto entre líderes de la semana pasada, ante el temor de la proximidad entre Moscú y Pekín, fue el primer paso: el viaje de Biden a Europa tiene que servir para hacer frente común también ante los chinos, que hacen malabares para salir de esta crisis con el papel de potencia mundial intacto.

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