Viaje a Bulgaria (3/3)

En Bulgaria, los restaurantes ya cerraban antes de la pandemia

El impacto económico del covid tensa el país más pobre de la UE, que sufre un despoblamiento feroz

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Dos hombres que salen de trabajar esperan un autobús en la ciudad de Pernik, no muy lejos de Sofia

Enviat especial en BulgariaEn el Brick Café, un restaurante situado en uno de los barrios acomodados de Sofía, suena música de Julio Iglesias. La camarera, una chica de unos 25 años, lo explica: “Ah, ¿esta música? Le gusta mucho a nuestro jefa. Siempre la pone en Spotify”. Pero antes de la pandemia de covid-19 la voz del cantante madrileño sonaba pocas veces en este local. En un rincón, al lado de las grandes ventanas que conectan con la calle, hay un piano. Nadie lo toca y, de hecho, las teclas están protegidas por una madera. “Cada viernes y sábado teníamos música en directo. Venía un pianista y tocaba mientras la gente cenaba”, dice Georgi, el jefe de sala. Pero el covid-19 se llevó el trabajo del pianista. Y el de tantos otros profesionales. En 2019, antes de la pandemia, en este restaurante trabajaban 28 personas. Ahora son 12. Pero ha habido días más oscuros, recuerda Georgi. En 2020, cuando las restricciones para frenar el virus obligaban a los restaurantes a solo servir comida para llevar, trabajaban dos personas: él y la propietaria del negocio. “Yo repartía los encargos y ella cocinaba”.

Un año y medio después del inicio de la pandemia, la bajada del Brick Café no es nada que sorprenda. En todo el mundo, millones de negocios han tenido que reducir el personal o incluso cerrar debido a la bofetada económica derivada del covid. Pero el caso del Brick Café sí sirve para ilustrar la situación particular de Bulgaria, donde llueve -y lloverá- sobre mojado

Este país de los Balcanes de siete millones de habitantes es el estado más pobre de la Unión Europea en términos de PIB per cápita. También tiene uno de los salarios mínimos más bajos de Europa: ronda los 300 euros mensuales. Y, según el Índice de Felicidad Global, es el país menos feliz de la UE. Los últimos eurobarómetros apuntan que el coste de la vida es la principal preocupación de los búlgaros, a pesar de que es el segundo país de la comunidad europea donde vivir es más barato. 

“Mi salario es muy bajo”

Pernik es una ciudad de 90.000 habitantes situada a 30 kilómetros de Sofía, la capital búlgara. En kilómetros, el recorrido es corto. Pero desde un punto de vista social, económico y también arquitectónico la distancia que separa las dos ciudades es mucho más grande: se pasa de la bastante cosmopolita y turística Sofia a un municipio gris, de estilo totalmente soviético y lleno de fábricas que han visto tiempos mejores. 

Una fábrica abandonada en una zona industrial de Pernik.

Es sábado y, en una parada de autobús, dos hombres esperan sentados. Alexander, de 53 años, y Miroslav, de 39. No se conocen, pero tienen una cosa en común: tienen que trabajar en dos trabajos a la vez para poder llegar a fin de mes. “Mi salario es muy bajo”, dice Miroslav, que trabaja en un supermercado y los fines de semana se dedica a cortar y vender leña. Alexander se desentiende de la conversación, pero Miroslav continúa: “Con el covid-19 todo empeora, claro... yo mismo lo he notado: en el mercado donde iba a comprar muchas tiendas cerraron y no han vuelto a abrir". 

Una de los grandes miedos del actual gobierno es que la pandemia se enquiste aquí más que en el resto de Europa debido a la poca población inmunizada que hay en el país: solo el 26% de los búlgaros se han querido poner la pauta completa, el porcentaje más bajo de la UE. Kostadin Angelov, ministro de Sanidad del anterior ejecutivo, tiene claro que las consecuencias, desde un punto de vista económico, serían nefastas. "Si nos convertimos en una mancha negra en el mapa de la Unión Europea será una condena para nuestra economía: existe el riesgo de que Bulgaria quede aislada por miedo a los contagios", dice el político, en referencia a las medidas que podrían aplicar los otros estados para limitar los viajes en territorio búlgaro. Y a nadie se le escapa que el turismo es ahora un motor económico.

Pero esto no ha sido una buena noticia para todo el mundo. “Aquí en Pernik venía a trabajar gente de todo el país”, recuerda con cierta nostalgia Nevena, una vecina de la ciudad. “Ahora todos se marchan a Sofía o a la región del mar Negro, donde hay más turismo”, añade. Ella tenía una cafetería-restaurante que tuvo que cerrar un año antes de la pandemia: “¿Cómo lo tenía que mantener? Los que no se han marchado de Pernik solo vienen a dormir porque trabajan en Sofía”, dice.

Un bloque de pisos en una calle no muy lejos del centro de Pernik.

Los lamentos de Nevena resumen dos procesos clave que ha sufrido la Bulgaria reciente. En primer lugar, y a raíz de la caída del régimen socialista en 1990, un cambio de modelo económico: la industria, pilar fundamental durante los años de comunismo, ha ido perdiendo peso y lo han ganado el turismo y las actividades vinculadas al sector terciario. Pernik, ciudad minera y de tradición industrial, es un ejemplo de ello: de ser uno de los centros financieros del país a ver cómo el número de habitantes de la ciudad disminuye año tras año.

En segundo lugar, un proceso de despoblamiento que desangra al país. Según las Naciones Unidas, Bulgaria es una de las poblaciones que ha disminuido más rápidamente. Hoy tiene siete millones de habitantes: dos millones menos que en 1989, y en 2050 se calcula que podría haber perdido dos más. La mayoría de búlgaros que se marchan son jóvenes. Primero se desplazan del pueblo a la ciudad. Si no tienen suerte, se van más allá de la frontera en busca de unas condiciones económicas más favorables. Y este número de búlgaros que emigran al extranjero supera a los inmigrantes que llegan al país en más de un millón. A esto se suma la bajada de la natalidad: el crecimiento natural es negativo desde la década de los 60 y hoy se producen el doble de muertes que de nacimientos.

Inestabilidad política 

Pero nada de esto es nuevo. En 2013 el alto precio de la luz propició una oleada de protestas multitudinarias que acabaron haciendo caer el gobierno del primer ministro Boiko Borísov -a pesar de que después sería reelegido-. La factura de la electricidad solo fue el detonante: los búlgaros gritaban en contra de la pobreza y la corrupción política. En definitiva, contra las pocas previsiones de futuro. Hasta seis manifestantes se prendieron fuego al estilo bonzo. El año pasado la historia se repetía: ya en plena pandemia, volvió a tener lugar una oleada de protestas similar, en la que pedían la dimisión del gobierno de Borísov y levantaban la voz, de nuevo, contra la pobreza y la corrupción. El primer ministro sobrevivió, pero cesó a los ministros del Interior, de Economía y de Turismo. El ejecutivo de Borísov acabó el mandato en mayo de este 2021.

Durante estos ocho meses, Bulgaria ha tenido que celebrar tres elecciones por la imposibilidad de formar gobierno. No fue, de hecho, hasta este lunes cuando pudo investir a un nuevo primer ministro: Kiril Petkov, el líder del partido de nueva creación Continuamos el Cambio, que gobernará con coalición con tres otros grupos políticos y al que muchos comparan con Emmanuel Macron. El mismo día que Petkov, de 41 años, era investido, el precio de la luz llegaba a los 251 euros/megavatio hora. En España, donde el salario medio es más de tres veces superior, el precio se situaba en 268 euros/megavatio hora.

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