Las fábricas han liberado a las mujeres chinas

Mujeres chinas en Pekín / EFE
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Habíamos terminado de comer cestillos rellenos de cangrejo en un restaurante de Shanghái y K. me contó cómo había huido del pueblo. Se había criado en Anhui, una provincia pobre de China. Su madre intentó montar un pequeño negocio, pero su padre lo vendió sin que ella lo supiera para pagar deudas de juego. K. se crió viendo cómo su padre pegaba a su madre y la enviaba de vez en cuando al hospital. Ella, de pequeña, miraba las telenovelas donde aparecen señoras trabajando en oficinas y vestidas de forma elegante y en la occidental. Quería ser como ellas. Se fue rápidamente del pueblo. Cuando volvía a ver a su madre, el sentimiento que le invadía era el odio contra todos los vecinos que habían mirado hacia otro lado ante la violencia que ocurría en su casa. Volver al pueblo era recordar un círculo de impunidad que quería dejar atrás.

Después de comer, mientras paseábamos junto al río Huangpu, pregunté a la K. cómo había vivido las famosas protestas de Shanghái contra las restricciones por la cóvid-19. “¿Qué manifestaciones? Ah, eso... Sí, me suena que hubo algo”. El desinterés de K. me sorprendió, pero en realidad era una respuesta muy habitual que me había encontrado entre los jóvenes chinos. Muchos de ellos consideran que elopresión económica o la de género tienen mucho mayor impacto en su día a día que el autoritarismo del Partido Comunista. Tanto K. como otras chicas chinas con las que había hablado veían el hecho de ser mujer como el mayor reto al que aún tenían que hacer frente.

Era una batalla que empezó a principios del siglo XX. Con la caída del imperio Qing, nuevas ideas, incluido el feminismo, estallaron en China impulsadas por el Movimiento del Cuatro de Mayo, que criticaba la cosmovisión tradicional y patriarcal confuciana. Más tarde, el comunismo de Mao promovió una igualdad de género, al menos en teoría, que rompía el modelo milenario.

Pero la gran liberación de la mujer en China no fue planificada: se produjo con la emigración en masa del campo a la ciudad, a raíz de las reformas económicas de los años 80. En primer lugar, ir a trabajar a una fábrica que estaba a miles de kilómetros del pueblo permitió a las chicas chinas salir del control comunitario tradicional . En segundo lugar, trabajar en la fábrica hizo que consiguieran más dinero y propiedades, lo que aumentaba su independencia y el estatus social. Por último, en los dormitorios comunitarios de la fábrica formaron grupos de amigas, unas redes de apoyo al margen de los hombres en los que podían expresar esperanzas y frustraciones.

Como en el caso de K., para estas chicas volver al pueblo fue extraño. Eran más ricas y habían visto más mundo que los hombres campesinos que, cuando volvían, las intentaban tratar de forma condescendiente o machista. Se dieron cuenta de que ya no pertenecían al pueblo. Algo había cambiado radicalmente.

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