Asia

Al marisco, a los coches, a las sábanas o a los hipopótamos: la obsesión de China por hacer PCR

Pekín lleva hasta límites surrealistas la cuestionada estrategia para combatir el covid-19

Un trabajador médico con vestido  de protección utiliza un ventilador en una estación de pruebas de ácido nucleico

PekínEn China, las pruebas PCR para detectar el covid-19 se han convertido en una pesada rutina para la población, pero la obsesión para parar cualquier brote de coronavirus provoca situaciones que rozan el ridículo. Por ejemplo, que pescados, mariscos e incluso coches exhibidos en las ferias no se salven de ser testados y pasar la prueba del palillo. Pekín lleva hasta límites surrealistas la cuestionada estrategia para combatir el covid-19, que sigue limitando la vida del país con restricciones que, en buena parte del mundo, ya no se implementan.

Y es que, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha asegurado que la posibilidad de contagio por contacto en superficies u objetos es extremadamente improbable, China mantiene el relato de que la mayoría de las infecciones detectadas desde que el país está cerrado se deben al contacto con paquetes, de congelados o no, provenientes del extranjero.

Por este motivo, la aplicación Douyin, el TikTok chino, sorprendió este agosto con imágenes de pescados y cangrejos sometidos a análisis. Personal sanitario enfundado en vestidos de protección, los EPI, les introducían el correspondiente palillo por la boca y algunos estaban vivos, puesto que en China es habitual comprar el pescado o marisco con vida en los mercados. Las autoridades de la ciudad costera de Xiamen habían decidido testar cinco millones de habitantes y extender la acción a “algunas formas de vida marina”: por eso los pescadores y su carga tenían que ser analizados al llegar a tierra. Las medidas se aplicaron después de detectar una cuarentena de casos. Detrás de esta decisión estaba este miedo al “peligro extranjero”, puesto que se sospechaba que los pescadores locales intercambiaban carga en alta mar con colegas de países vecinos.

De las pruebas PCR no se han salvado otros animales: para empezar, las mascotas, pero también se han extendido a granjas de gallinas. Ni siquiera han podido esquivar las pruebas los famosos osos panda de la reserva de Chengdú. La justificación era preservar su salud y la de los turistas que los visitan. El mayo pasado circularon vídeos de cómo era examinado un hipopótamo de un parque natural en la provincia de Zhejiang. Sus cuidadores lo sometían a dos PCR por semana.

La presión que se ejerce sobre los funcionarios para mantener a raya la pandemia, pues, llega a límites que rozan el surrealismo, como por ejemplo la recogida de muestras de un coche expuesto en la feria del automóvil de Chengdú para asegurar que el vehículo no podía contagiar a los asistentes al acto.

Vestidos de EPI en los aeropuertos

China defiende su modelo y rechaza la opción de convivir con el virus como hace el resto del mundo. Exhibe como un triunfo el bajo número de muertos –no llegan a 5.300, según cifras oficiales, las únicas disponibles– ante los altos datos en el resto del planeta.

Pero ante una variante poco letal como la ómicron, resulta cada vez más extraño ver a los chinos que viajan al extranjero salir del avión protegidos con vestidos EPI, viseras y mascarilla, cuando la vida en los aeropuertos ya ha vuelto prácticamente a la normalidad. Tampoco tiene muy sentido que el personal de cabina de Air China se siga enfundando en un EPI durante todo el vuelo, que desde Europa suele durar más de diez horas.

Todo el mundo que llega al gigante asiático tiene que hacer una cuarentena en un hotel designado. Actualmente se han reducido a un máximo de diez días, si no hay un brote local. Y aunque antes de viajar ya son obligatorias dos PCR, 48 y 24 horas antes del vuelo, las pruebas prosiguen al desembarcar del avión, la primera en el mismo aeropuerto. Durante la cuarentena se hacen una media de cinco más. A pesar de que la libertad solo se consigue si se mantiene el resultado negativo, en el hotel no se olvidan el último día de coger muestras en la habitación –sábanas, mesas, sillas– por si se ha podido dejar algún rastro de covid-19 que no se ha encontrado en el cuerpo del viajero.

Las pruebas continuas tienen un alto coste económico para el país. Por ejemplo, la población de Pekín (22 millones) hace una PCR cada 72 horas desde el mes de abril. Son gratuitas y el resultado negativo es obligatorio para entrar en transporte público, en tiendas o en el edificio del domicilio. Si la PCR ha caducado, queda prohibida la entrada hasta poder presentar una nueva. Las autoridades defienden que estas pruebas con marca de tiempo permiten a la población sana moverse y contener la propagación de los brotes.

La empresa de valores con sede en Shanghai Soochow Securities calcula que mantener el ritmo de las pruebas de detección durante un año tendrá un coste superior a los 257.000 millones de dólares y equivaldría al 1,5% del PIB del gigante asiático de 2021. Otros analistas como Nomura elevan el gasto hasta el 1,8% del PIB.

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