Crisis Climática

“Espero que Estados Unidos no venga a la COP del Amazonas”, dice la negociadora brasileña

Brasil acoge una cumbre clave, diez años después del Acuerdo de París, con ausencias sonadas como la de Israel y la incógnita sobre la participación de Washington

La policía militar brasileña realiza un simulacro de seguridad como preparativos de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), que se celebra en Belém do Pará, Brasil, a partir del 10 de noviembre
09/11/2025
5 min

Porto Alegre (Brasil)Hace diez años en Francia el mundo celebró uno de los momentos más esperanzadores de la reciente diplomacia: la aprobación delAcuerdo de París, el gran pacto global para frenar el calentamiento del planeta. Hoy por el contrario, el optimismo se ha desvanecido y la realidad se impone con la dureza de los datos. La temperatura media global se acerca peligrosamente al umbral de 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales, y los compromisos climáticos nacionales –NDC, Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional–, que cada país presenta para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero, siguen siendo insuficientes.

Las guerras y las tensiones geopolíticas entre los grandes poderes globales y la inestabilidad y la falta de financiación han reducido la ambición de una comunidad internacional que parece haber abandonado el multilateralismo. Además de Estados Unidos, que aún tiene que decidir si envía o no una delegación a Brasil, una gran ausencia en la COP30 será la de Israel, que ya ha anunciado que no asistirá por su batalla abierta con la ONU.

En este contexto volátil y desesperanzado, la COP30, que se abre el jueves 6 de noviembre con una cumbre previa de líderes políticos y arranca oficialmente el día 10 de noviembre en Belém do Pará, una de las puertas de entrada al Amazonas, es mucho más que una mal de credencia: es una prueba de cred: es una prueba de Brasil, que será su anfitrión. "Uno de los grandes retos es demostrar que lo acordado en París puede hacerse realidad", dice Lilian Chagas, diplomática, y negociadora jefe brasileña, y una de las responsables de preparar la conferencia. Chagas habla con el ARA por videoconferencia, entre Brasilia y Porto Alegre, la capital del país y del estado de Río Grande do Sul, respectivamente. Y lo hace con la serenidad de quien conoce a los engranajes de las negociaciones de la UNFCCC. "El proceso global creado hace una década funciona –imperfectamente, pero funciona–, y ahora debemos conseguir que sea más ambicioso y más justo, ya que la inercia por sí sola no nos llevará a los objetivos del Acuerdo", afirma.

Lilian Chagas, negociadora jefe de Brasil para la COP 30.

Pero Chagas es consciente del contexto extremadamente adverso en el que se celebra la cumbre, sobre todo después de la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París. Pese a representar al país que más contamina per cápita, Trump no estará presente en la cumbre de líderes que el jueves dará el pistoletazo de salida a la COP30. Pero podría enviar un equipo negociador a la cumbre si quisiera, porque su salida del Acuerdo de París –aprobada el mismo día que tomó posesión el 20 de enero– no se hace efectiva técnicamente hasta el 1 de enero del 2026. Ante la incógnita de si estarán o no, Chagas es contundente: "Espero que no vengan".

La frase es reveladora de la disrupción que genera Washington, que podría poner aún más bastones en las ruedas en las frágiles negociaciones climáticas. Una prueba reciente ha sido el bloqueo de Estados Unidos de Trump a la aprobación de una tasa en las emisiones de los barcos que no se aprobó el mes pasto dentro de la Organización Marítima Internacional. Washington participa en negociaciones climáticas para torpedearlas.

"Si la atmósfera internacional fuera más cooperativa, todo sería más fácil", admite Chagas. "De hecho, esta COP pondrá a prueba si Dios es o no brasileño", dice, para hacer énfasis en las dificultades de partida a las que se enfrenta la reunión climática. Diez años después de París, la diplomática señala que, por primera vez, "el ciclo completo previsto por el Acuerdo de París entra plenamente en funcionamiento". En esta cumbre hay que pasar de los debates a la acción, termina la fase de negociación de los términos concretos del pacto para pasar a su implementación. Sin embargo, este avance en la maquinaria burocrática choca con un contexto geopolítico "extremadamente difícil".

Pero Lilian Chagas se muestra esperanzada por una verdad incontestable: "El cambio climático ya no es una teoría: es una realidad que afecta a todos". Y recuerda que, incluso después de un discurso negacionista de Donald Trump durante la Semana del Clima de Nueva York, en el que calificó el cambio climático de "fantasía" y atacó la energía limpia, dos días después, el secretario general de la ONU, António Guterres, convocó una reunión a la que asistieron representantes de 11, compromiso con una acción climática más contundente.

La credibilidad de Brasil, en juego

La COP30 es ineludiblemente brasileña a causa de su contexto y sus prioridades. La decisión de organizar la conferencia en Belém, en el corazón del Amazonas, es un mensaje simbólico muy potente. "El hecho de celebrar la conferencia en Belém do Pará refleja el compromiso de Brasil con la protección del bosque y la promoción del desarrollo sostenible en la región", asegura Chagas. "Si el Amazonas colapsa –y los científicos han identificado hasta 22 posibles puntos de inflexión en la región y sus alrededores–, el mundo entero sufriría sus consecuencias".

Brasil quiere demostrar que puede ser parte de la solución. Pero, de momento, y lo dice la propia embajadora, la realidad es que el 50% de las emisiones del país provienen todavía de la deforestación. Revertir esa tendencia es su misión prioritaria de mitigación. "Nuestro principal reto es acabar con la tala ilegal, la minería ilegal y la ganadería ilegal y recuperar millones de hectáreas de bosque perdido", explica la negociadora. Por eso, en la cumbre del jueves Brasil presentará oficialmente el Tree Forest Finance Facility, un proyecto de reforestación para una superficie superior a los 18 millones de hectáreas y que cuenta con el apoyo del Banco Mundial para canalizar inversiones hacia la conservación y la bioeconomía del Amazonas.

En este contexto de predicar con el ejemplo, Brasil también apuesta fuerte por las energías renovables, especialmente los biocombustibles. "Somos el único país en el que los consumidores pueden elegir entre gasolina y etanol, hecho a partir de caña de azúcar. El etanol es un 30% más barato y mucho menos contaminante", destaca Chagas. En términos generales, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE) y la FAO, el etanol de caña de azúcar puede reducir entre el 60% y el 90% de las emisiones de CO₂ respecto a la gasolina, siempre que la producción no implique deforestación ni prácticas intensivas. Pero si se invaden ecosistemas naturales (como el Cerrado o la selva amazónica, en Brasil), el balance puede volverse negativo durante décadas, ya que la pérdida de carbono del suelo y de la vegetación supera los beneficios del biocombustible.

En todo caso, la clave para el éxito de la COP30, según Lilian Chagas, no es la falta de soluciones, sino la capacidad de implementar las soluciones que se adopten. Con el mundo cerca del umbral crítico, Belém será el escenario donde la diplomacia deberá demostrar que la voluntad de salvar el planeta es todavía el eje central de la política internacional, un compromiso que muchos líderes globales –desde Donald Trump hasta Vladimir Putin o Narendra Modi– cuestionan abiertamente.

Chagas lo resume con un tono que combina realismo y esperanza: "La ciencia nos dice que todavía estamos a tiempo –hasta finales de esta década– para cambiar de rumbo. Pero hay que actuar deprisa". Y añade, con una metáfora muy brasileña: "En mi país decimos que ante un reto grande, es necesario actuar en familia (mutirão en portugués). El cambio climático es lo mismo: una tarea colectiva. O lo hacemos juntos, o no lo haremos".

De París al Amazonas, el hilo que une una década de cumbres climáticas es frágil, cada vez más, pero todavía no se ha roto de forma irreparable. En Belém, bajo el techo verde de la selva, la comunidad internacional se juega más que nunca.

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