Más de cuatro horas para cruzar el río de Kiev

Los múltiples controles de las fuerzas de seguridad trastocan la vida en la capital cuando hace un mes que empezó la guerra

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Una mujer pasa por el ante un control militar a Kíiv.

Enviada especial a KievLa cola es kilométrica. No se ve el final, solo coches y más coches, uno tras otro en fila india en la calzada. Esperan para cruzar el puente Darnitsky, uno de los dos únicos que siguen abiertos al tráfico de vehículos en Kiev para pasar de un lado a otro del río Dniéper, que divide en dos la capital ucraniana. En la ciudad hay cinco puentes, pero las fuerzas de seguridad han cerrado la mayoría para restringir los movimientos en la capital. De hecho, en cada uno de los dos puentes que siguen operativos existen controles de policías o militares que revisan los vehículos que pasan uno a uno. Por eso se forman colas interminables, de más de cuatro horas.

Sin embargo, no se oyen cláxones de vehículos, ni se ve a los conductores renegar o bajar de los coches desesperados para estirar las piernas mientras esperan. Nada. Se mantienen impertérritos frente al volante con una serenidad y una paciencia que sorprende. Una actitud que muchos ucranianos también han adoptado ante a la guerra. La cola de vehículos no podría ser mejor metáfora. Este jueves hace un mes que empezó el conflicto y todo hace presagiar que va para largo.

Cola de vehículos en uno de los dos únicos puentes que continúan operativos en Kiev para cruzar el río Dniéper.

“Llevamos cuatro horas aquí”, contesta Mikola, un hombre de 63 años que está sentado en el asiento del copiloto en uno de los muchos vehículos que esperan para cruzar el puente. Lo dice con total naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo tardar una eternidad en ir de un lado a otro de Kiev. No se le ve molesto ni cansado. “¿Qué puedo hacer?”, se pregunta encogiéndose de hombros. "En los controles deben hacer su trabajo", añade, dando a entender que es lógico que los militares y los policías necesiten tanto tiempo para revisar la documentación de todos los que quieren cruzar el puente. Lo único que le preocupa es el toque de queda. Una vez haya cruzado el puente, que todavía ni siquiera se ve a lo lejos, debe recorrer cien kilómetros más para llegar a su destino. Son casi las cinco de la tarde y la cola no avanza, todos los vehículos están parados, y el toque de queda comienza en poco más de tres horas.

Alexander muestra la misma calma. Es un abogado de 42 años que está al volante de otro vehículo. “A veces solo he tardado media hora en cruzar el puente, y otras me he tirado hasta cuatro horas y media. Depende del día”, detalla. Sin embargo, él tampoco parece irritado por tener que esperar tanto. "Lo que me irrita es la situación con Rusia", suelta. Se muestra convencido de que Ucrania ganará y asegura que sigue teniendo la moral tan alta como el primer día que comenzó la guerra. “Y no voy a cambiar”, advierte, antes de poner la primera marcha del coche porque ahora parece que la cola avanza unos cuantos metros.

Dos jóvenes que visten camisetas y pantalones de color verde militar también están atrapados en este atasco monumental. El que conduce es parco de palabras, pero sin embargo suelta en inglés: “Putin es un jodido idiota. Es el diablo”. Su compañero, que va en el asiento del copiloto, se llama Valentin, tiene 26 años y cuenta que él hace un mes trabajaba como programador informático y ahora, en cambio, forma parte de las llamadas Fuerzas de Defensa Territorial, es decir del cuerpo de civiles que se han unido a la lucha. En solo cuatro semanas su vida ha pegado un vuelco. A él tampoco le molesta tener que esperar horas para cruzar el puente: “He visto con mis propios ojos a 30 niños muertos por un bombardeo. ¿Tú crees que después de eso me preocupa tener que esperar?” Él también se muestra convencido de que Ucrania ganará: “Vamos a seguir luchando hasta que matemos a todos los rusos o hasta que se rindan”.

Natalia ha bajado a estirar las piernas con sus dos hijos de 3 y 7 años. Los niños ya no aguantaban más en el vehículo. Ella no parece tan calmada ni tan serena. Su marido la lleva en coche a la estación porque esta noche ella y los niños tomarán un tren en dirección a Polonia. Él, en cambio, se queda en Ucrania. "Su único objetivo es que nosotros salgamos del país", lamenta. No sabe qué pasaré con él, ni qué pasará con Ucrania.

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