Santiago Alba Rico: "La decisión de no vacunarse es insolidaria e irresponsable"

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Un grupo de manifestantes franceses muestran a Nantes una pancarta en que  dice: "tots unidos contra el certificado sanitario".

BarcelonaEn las últimas semanas ha crecido en varios países de Europa, también fuera del continente, el debate sobre si la vacunación contra el covid-19 tiene que ser obligatoria para la población o, como mínimo, entre algunos sectores. Al mismo tiempo, gobiernos como el de Francia, Grecia e Italia ya han impulsado estrategias para restringir el movimiento y el acceso a varios establecimientos a aquellos ciudadanos que no quieran inmunizarse. Otros, como el de Estados Unidos, lo han hecho pero de una manera más suave. Estas medidas han causado polémica y manifestaciones, especialmente en territorio francés. Detrás de todo, hay varias lecturas políticas, sociales y también éticas que preocupan a filósofos y escritores como Santiago Alba Rico (Madrid, 1960), que reflexiona sobre ello.

Esta semana, Emmanuel Macron ha dicho que es “egoísta” no querer vacunarse.

No tengo ninguna duda de ello: la decisión de no vacunarse es insolidaria e irresponsable. En España, por ejemplo, nos podemos permitir felizmente tener a una minoría insolidaria e irresponsable, pero en Francia o en Italia, donde los movimientos antivacunas son poderosos y anteriores a la pandemia, la cuestión es más complicada. Lo que no creo es que a la persona antivacunas a quien su presidente le llama “egoísta” se sienta después más inclinada a vacunarse. De hecho, la mayoría de los antivacunas se sienten antisistema y, por lo tanto, un insulto desde las instituciones les hará pensar que tienen más razón.

Por lo tanto, ¿los gobiernos pueden obligar a la población a vacunarse?

Bueno, sobre la obligatoriedad de las vacunas tenemos que recordar que, de entrada, son los gobiernos los que están obligados a vacunar a los ciudadanos. La obligatoriedad es, pues, del estado hacia los ciudadanos, y no a la inversa. De todas maneras, este debate [si los gobiernos pueden obligar a la población a hacerlo] existe y es bastante complejo porque no se pueda resolver fácilmente. No tengo una respuesta contundente. Me he vacunado y defiendo en público y en privado la necesidad de vacunarse, pero de manera instintiva me resisto a esta idea de la obligatoriedad, y más en un marco de excepción en el que, sin darnos cuenta, hemos ido cediendo derechos elementales.

No es ningún secreto que los gobiernos están utilizando estrategias para presionar a la población para que se vacune. En Francia y en Italia se restringirá el acceso a bares y restaurantes a personas no vacunadas. En Estados Unidos regalan 100 euros a las personas que se inmunicen…

Lo más penoso de estas medidas, muchas de las cuales rozan la ilegalidad e incluso la inconstitucionalidad, es que funcionan. Lo vimos en Francia, con aquellos tres millones de antivacunas que decidieron vacunarse solo para poder entrar en un bar. Hay un sector de la población contraria a las vacunas que, cuando finalmente se inmuniza, no lo hace por responsabilidad, sino por frivolidad. Y todo esto revela una relación entre estados y ciudadanos poco madura y, por lo tanto, poco democrática.

Santiago Alba Rico, en una imagen de archivo.

¿Esto de no querernos vacunar sucede solo en sociedades ricas y acomodadas?

No exactamente. Túnez, el país donde vivo, tiene una de las incidencias más altas de África, la sanidad está colapsada, y solo se ha vacunado el 7% de la población. Esto, más que a la carencia de dosis, se debe a un sistema de vacunación por inscripción voluntaria al que ha respondido muy poca gente. La desconfianza hacia las instituciones es tan grande que una buena parte de la población no quiere inmunizarse. Es cierto, en todo caso, que si en Túnez todo el mundo se quisiera vacunar no habría ni dosis ni recursos suficientes. Y, por lo tanto, no es menos cierto que el debate "libertario" alrededor de las vacunas sí que es de países ricos. Y es un debate, además, que esconde la verdadera raíz del problema: la desigualdad económica, el reparto de riqueza y el sistema de patentes. Quien no quiere vacunarse donde hay vacunas es insolidario e irresponsable; quien quiere vacunarse y no puede hacerlo es víctima de un crimen internacional contra la humanidad.

Muchos de los que han decidido no inmunizarse dicen que la vacuna les da miedo.

Sí. Y creo que ha habido errores de comunicación o políticos que han ayudado a dar fuerza a estas ideas. De hecho, algunos de los que todavía no han querido inmunizarse no son antivacunas, sino que son víctimas de una política informativa que ha generado angustia. En algunos países ha habido oscurantismo y en otros sobreinformación; y en casi todos las dos cosas a la vez. Las vacilaciones de los gobiernos, a veces debidas a las perplejidades propias de la investigación científica, han ocultado a menudo intereses económicos o electorales y, en todo caso, han alimentado la desconfianza y el miedo.

¿Cómo nos ve como sociedad? Un año y medio de pandemia desgasta…

El desgaste está siendo enorme, pero todavía no podemos valorar bien su alcance ni la manera en que se acabará expresando. Estamos todos sumergidos en una crisis colectiva y global, de forma que no tenemos observadores exteriores ni podemos observarnos a nosotros mismos desde el exterior. Que esta crispación subjetiva adopte formas patológicas privadas o sociales dependerá de los contextos políticos y económicos. Pero incluso en los países "ricos" –ya empobrecidos materialmente y antropológicamente– habrá que tomar medidas de justicia social si se quieren evitar los estallidos sociales o los retrocesos democráticos.

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