Cada nueva carrera electoral hacia la Casa Blanca obliga al mundo a reubicarse. Aunque Estados Unidos sea hoy una potencia en retirada y que el poder global se haya dispersado en nuevos actores, públicos y privados, que desafían desde hace tiempo la hegemonía de Washington, el resultado de estas elecciones impacta en los equilibrios internacionales y en los diferentes conflictos abiertos, especialmente en Ucrania y Oriente Próximo. Pero también en la lucha global contra el cambio climático, en los niveles de imprevisibilidad de un orden internacional en proceso de cambio y en la erosión democrática de una potencia global.
Independientemente de quien gane, los europeos en particular y el mundo en general se encontrarán por delante unos Estados Unidos mucho más abocados a sus propios intereses. Estados Unidos proteccionistas y obsesionados con Asia y el Pacífico. China se ha convertido en la principal amenaza transversal de la política estadounidense. Uno de los pocos puntos en común de la agenda de Kamala Harris y Donald Trump, que difieren, eso sí, en la agresividad de la respuesta al desafío comercial y geoestratégico que les plantea Beijing.
Para las autoridades chinas, “apenas existen diferencias entre ambos candidatos”, asegura la experta en China de CIDOB, Inés Arco. Pero ante un contexto adverso y con la aversión al riesgo que caracteriza al régimen de Xi Jinping, “es posible que China prefiera la previsibilidad de Harris a la volatilidad de Trump”, remacha Arco. "está a punto de intensificarse, independientemente de quien asuma la presidencia de Estados Unidos en enero de 2025", vaticinaba Ali Wyne, experto del International Crisis Group, al Washington Post.
Ante la incertidumbre, Europa contiene, una vez más, la respiración. La Unión Europea, sometida a los vaivenes de las prioridades de Washington ya los daños colaterales de una apuesta por el endurecimiento comercial, compartida tanto por Harris como Trump, sabe que está obligada a tomar medidas urgentes para proteger su economía . Con la reciente memoria de la primera administración Trump, Bruselas ha acelerado unos planes de contingencia para parar el golpe inicial.
La UE es una potencia atrapada en la confrontación estratégica entre un poder ascendente, China, y otro descendiente, Estados Unidos. Aunque ambos la necesiten para reafirmar su hegemonía, Europa no puede evitar sentirse cada vez más vulnerable; obligada a repensarse a sí misma en función de los escenarios que se abran a partir de ahora.
La UE tiene dos guerras en su vecindario más cercano que dependen directamente de la agenda del próximo inquilino del despacho oval.
Ucrania es, probablemente, quien más se juega a corto plazo en estas elecciones. La continuidad de la ayuda financiera y militar en Kiiv cuelga de un hilo. Trump ha prometido acabar con la guerra "en 24 horas", mientras que su vicepresidente, JD Vance, ha aludido a un "plan de paz" que parece más pensado para convencer al Kremlin que las exhaustas capitales europeas, que temen el peso político y financiero de una retirada de la ayuda estadounidense al ejército ucraniano. Una posible solución negociada, tal y como se debate en estos momentos en Washington, “puede no tener en cuenta la enormidad de las consecuencias de un mal acuerdo para la seguridad de Europa” advierte el analista, Célia Belin, en un artículo para el European Council on Foreign Relations.
En Oriente Próximo, en cambio, Estados Unidos seguirá siendo el principal aliado de Israel con un apoyo militar que se ha mantenido intacto desde el 7 de octubre del año pasado y que no cambiará. El apoyo de ambos candidatos ha sido inequívoco y ninguno de los dos ha ofrecido respuestas creíbles para detener el conflicto.
Para Charles Kupchan, profesor de relaciones internacionales y experto del Council on Foreign Relations, estas elecciones también son un referéndum sobre el lugar que deben ocupar Estados Unidos en el mundo, desde la defensa de un multilateralismo cada vez más cuestionado en el futuro del endurecimiento ideológico en unas democracias occidentales donde la agenda de la extrema derecha ha ido ganando influencia política y presencia institucional.