Las casas de apuestas dan pistas del fin de la guerra en Ucrania

Dos soldados ucranianos practican tiro en una zona de Járkov utilizando la figura de Putin como diana.
16/12/2025
Jefe de Internacional
4 min

Desde que comenzó la guerra, canciones ucranianas se han convertido en himnos para las tropas de Volodímir Zelenski. El hit de estas Navidades es Obimí, del grupo Okean Elzy, muy popular en el país. El título de la canción significa abrazo. La letra es simple: "Cuando llegue el día, se acabará la guerra. Allí me perdí, toqué fondo. Abrázame, abrázame, abrázame dulcemente y no me sueltes. Abrázame hasta que llegue la primavera". La letra es menos combativa que la de himnos anteriores.

Vuelven a ser días supuestamente decisivos para el futuro de Ucrania y de Europa: la guerra avanza hacia el cuarto aniversario, y Trump y todos sus instrumentos presionan a Zelenski para que acepte antes de Navidad el plan de paz de inspiración rusa. "Estamos muy cerca de llegar a un acuerdo", reiteraba este fin de semana Trump, en modo mantra. En Kiiv aún se acuerda el discurso con aires de claudicación de Zelenski en noviembre, después de que se hiciera público el documento de los 28 puntos. "Nos encontramos en uno de los momentos más difíciles de nuestra historia", abrazaba el presidente a sus compatriotas. Y la Unión Europea, que salvó esa bola de partido, sigue jugando al límite entre no enfadar a Washington e intentar incidir mínimamente en la solución final sobre el frente ucraniano. En Bruselas, todavía cuece la publicación delestrategia de seguridad nacional de Estados Unidos –que dibuja la UE como un proyecto fallido– y quizás aún más la definición-bufetada que el dueño de Washington proclamó en una entrevista en Politico: "Un grupo de naciones en decadencia lideradas por personas débiles que quieren ser demasiado políticamente correctas". El momento de reto existencial es incuestionable.

Anoche llegaban mensajes optimistas desde Berlín. El discurso que imperaba entre los presentes en la cita de alto nivel era que nos encontramos frente a una "oportunidad real", en palabras de Merz, de ver un alto el fuego en Ucrania. Se subrayaban "avances importantes" en las futuras garantías de seguridad de Ucrania, pero la máquina sigue atascada en la tecla más importante: la cesión de territorios que Putin exige. En la capital alemana, Zelenski estaba bien rodeado: aparte del canciller Merz, estaban Macron, Starmer, Meloni, Tusk, Rutte, Von der Leyen, Costa y los enviados de Trump. Pedro Sánchez, por cierto, volvía a quedar fuera. Su ausencia nos habría sorprendido hace unos meses, pero desde que se plantó ante las exigencias militares de Trump, el papel de Madrid en las negociaciones sobre Ucrania ha quedado en un plan discretísimo. ¿Es una condición de la Casa Blanca?

Llega Navidad –la primavera tendrá que esperar–, y la pregunta es la de siempre: ¿cuándo acabará la guerra en Ucrania? Pocos meses después de que empezara la invasión rusa, la pregunta ya era repetida insistentemente en cancillerías, despachos y cafeterías europeas. Han pasado casi cuatro años de guerra y, hoy –y teniendo en cuenta la imprevisibilidad y opacidad de los actores protagonistas, Trump y Putin–, la mejor respuesta sigue siendo la que dejó escrita Albert Camus en 1947 en La peste: "Cuando estalla una guerra, la gente dice que esto no puede durar, que es demasiado estúpido. Y, sin lugar a dudas, una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impida que dure. La estupidez insiste siempre".

En mi último viaje a Ucrania, en septiembre, me sorprendió que los ucranianos estaban más preocupados por cómo acabaría la guerra que por cuándo. Saben que la forma acordada es existencialmente decisiva, y derivaban preguntas interesantes: ¿Es justo ceder territorio al agresor a cambio de paz? ¿Quién garantizará que Rusia no vuelva a atacar? ¿Quién se hará cargo de la reconstrucción de todo un país? Ayer, el optimismo europeo de Berlín implicaba incluso a algunas de estas preguntas. La hemeroteca pide no precipitarse.

El algoritmo de Instagram me descubría esta semana que existe una plataforma norteamericana donde puedes apostar en tiempo real sobre la guerra en Ucrania. Se pueden realizar predicciones de todo tipo. "¿Habrá un alto el fuego en Ucrania antes de que acabe en el 2025?", preguntan. El sistema cree que sólo hay un 4% de posibilidades de que esto ocurra. En caso de que apuestas por el , ganarías 20 dólares por cada dólar apostado. Más preguntas: "Rusia capturará [la ciudad ucraniana de] Pokrovsk?". Un 30% de los usuarios cree que lo hará antes del 15 de enero. "¿Putin dejará de ser presidente de Rusia en el 2025?": 0,6% de probabilidades actualmente. ¿Y en 2026? 14% de probabilidades. "¿Rusia invadirá un país de la OTAN?". Un 1% de probabilidades de que ocurra antes de que acabe el año; un 7% antes de junio del 2026. "¿Zelenski llevará vestido y corbata durante su próximo encuentro con Trump?", 11% de probabilidades. "¿Estados Unidos saldrá de la OTAN antes del 2027?", 17%. La lista de preguntas y apuestas es casi tan grande como la falta de ética que supone hacer juego con la guerra.

El algoritmo de X me ponía poco después delante de dos vídeos mayúsculos, que vistos de forma casi simultánea te recalcan que la guerra no es un juego. El primero había sido grabado en la ciudad de Odessa y recogía una estampa dolorosa: un soldado ucraniano, herido de guerra, se quedaba paralizado en un espigón observando un mar Negro enfurecido. El militar permanecía inmóvil, ajeno al temporal, inmerso en sus pensamientos, incluso cuando las olas le salpicaban y el agua del mar le cubría pies y tobillos. ¿Qué había visto ese soldado que ni se movía?

El segundo vídeo había sido grabado en Moscú, al otro lado de la guerra. Allí no aparecían soldados, sólo sus viudas: mujeres que lloraban la muerte de maridos muertos haciendo la guerra de Putin en Ucrania. Las imágenes eran del homenaje a las familias de soldados rusos caídos en el frente ucraniano. Durante ese acto, se hizo sonar la canción Katiuixa, que cuenta la historia de una mujer que espera su amado enviado al frente de la Segunda Guerra Mundial. La guerra en bucle.

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