La guerra es el alma de Vladimir Putin

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Vladimir Putin en un acto oficial reciente en San Petersburgo.

Pocas horas después de que la República Checa se presentara como supervisora ​​del plan europeo para enviar 800.000 obuses a Ucrania, Vladimir Putin anunciaba que no tenía ninguna intención de atacar a los países de la OTAN porque “sería un disparate”. La reacción del jefe del Kremlin puede hacer pensar que medidas de disuasión como la gestada en Praga funcionan, sin embargo, cuidado, porque Putin estuvo negando un ataque a Ucrania hasta pocos días antes del estallido de la guerra.

Estamos ante un autócrata calculador e imprevisible con poca credibilidad. No hay que perder de vista que hasta hace cuatro días contados Putin admitía a regañadientes que los autores de la matanza del Crocus City Hall de los alrededores de Moscú eran, sí, yihadistas, pero que las intenciones provenían de Ucrania. Nos podríamos seguir preguntando: ¿funciona la disuasión con Putin? Y la incierta respuesta no debería dejar de lado ni la capacidad de cálculo del líder ruso ni el hecho de que él nunca da pistas, y cuando da a menudo son falsas.

Pero hubo un tiempo en el que ninguna de estas ecuaciones eran preocupaciones y Vladimir Putin aparecía como un líder de matriz kagebista, sí, pero también como un potencial aliado. Vamos a los primeros años del siglo XXI. Cuando el yihadismo ataca a EEUU el 11 de septiembre de 2001, Putin atiende la petición de ayuda del presidente Bush. El Kremlin pone a disposición de EEUU la base rusa de Kirguizstán, así como espacios de Tayikistán y Uzbekistán. Es con el apoyo logístico de Putin que la denominada coalición militar internacional podrá llegar y ocupar a Kabul en un tiempo récord. Y Putin, satisfecho, proclamará que son tiempos de colaboración con Occidente; tiempo conocidos como los de la gendarmería compartida.

¿Pero qué estaba pasando de inquietante en la revista Newsweek, y en el FBI, a principios de septiembre de 2001, pocos días antes del atentado de Bin Laden? Newsweek tenía claro que la policía federal estaba ultimando un dossier con indicios de que en los últimos años el Kremlin había acumulado decenas de millones de dólares que habían sido depositados en paraísos fiscales. Vladimir Putin estaba en el centro de las sospechas. Los principales acusadores eran Marina Salier y Yuri Gladkov, concejales del ayuntamiento de San Petersburgo cuando Putin era vicealcalde, tras el descalabro de la URSS.

En marzo del 2000 yo había entrevistado a Maria Salier, quien, impotente y decepcionada, me explica que la Fiscalía no admite los documentos que prueban que Putin se habría embolsado unos cien millones de dólares siendo el encargado de gestionar la venta de partidas, de titularidad municipal, de gas, petróleo y materias primas. Las ganancias eran para comprar comida y utensilios para llenar las tiendas. La concejala Salier y el concejal Gladkov –fallecido en el 2007 con síntomas de envenenamiento– descubrieron que los contratos internacionales firmados por Putin eran irregulares y se había desviado dinero. El FBI tuvo que archivar el dossier el día que Putin decidió ayudar a Bush, y Newsweek se quedó sin exclusiva.

Putin había llegado al poder como primer ministro en agosto de 1999, y se encaramó a la ola patriótica tras las explosiones en septiembre atribuidas a los yihadistas chechenos, que mataron a más de tres-centros personas en viviendas humildes . Un atentado parece financiado por el magnate Boris Berezovski y organizado por el kagebismo, y que le sirvió a Putin para ocupar el poder y trinchar Chechenia. Lo que el reportero francés Sebastian Smith señala en su libro Las montañas de Alá como "la guerra de Putin”. Testigo de su manera de ser y de hacer. Origen de todo lo que estamos viviendo.

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