La muerte de Isabel II

'The Crown': operación de estado con miles de figurantes

El Palacio de Buckingham se vuelve uno de los epicentros de las manifestaciones de dolor y también escaparate de la nueva monarquía

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Britànics a las rejas del palacio de Buckingham Palace, para ver llegar Carles III.

LondresUno de los artículos de opinión del Daily Telegraph, el diario del old money, aristocracia rural y muy conservadora, aseguraba este viernes que Isabel II era "muy especial e imposible de sustituir". Sin entrar en discutir el primero de los calificativos, el segundo se puede considerar una patada en la boca al nuevo rey. Carlos III ha elevado el vuelo después de tantos años esperando ser rey con un haándicap.

Más problemas todavía. En palabras de la excorresponsal real del mismo diario, Camilla Tomeney, "la nación sentirá una sensación de pérdida mayor de la que nos habríamos podido imaginar". La pregunta es obvia, pues: ¿Carlos III será capaz de resarcir al país de tanta pérdida? ¿De qué nación habla la columnista?

Rory Kaike esta tarde delante del Palacio de Buckingham.

Quizás la que quería explicarme este mediodía Rory Kaike delante del Palacio de Buckingham, prácticamente al mismo tiempo que Carlos III llegaba, bajaba del coche y recibía un baño de masas. Era el segundo en unos meses, el segundo de toda una vida de casi 74 años, después de que la primera noche de los actos del Jubileo, en junio, el rey y la ahora reina consorte también relajaran las medidas de seguridad y se dejaran mimar un poco.

Rory Kaike, de 73 años –"No lo recuerdo, claro, pero yo nací cuando todavía reinaba Jorge VI", empieza diciéndome–, ha ido acompañado de su mujer, que mientras la charlábamos intentaba acercarse lo máximo posible a la valla de protección de las puertas del palacio, donde Carlos III se ha acercado para saludar a las personas que lo aclamaban, y para romper la cuarta pared de la monarquía, el invisible velo que separa la sangre azul de la sangre roja.

"Explíqueme: ¿cómo se siente? ¿Por qué ha venido?", le pregunto a Rory, una vez establecido el primer conocimiento. "Para ofrecer mis respetos a la reina. Estoy triste, afligido; la reina me ha y nos ha acompañado toda la vida, y ahora… ahora me siento un poco vacío. Creo que todos nos sentimos así", responde.

Una agobiante sensación de ahogo rodea al Reino Unido desde hace 24 horas o 70 años, de hecho: hay que participar, lo quieras o no, en la ceremonia del dolor y la alegría –ha muerto la reina, ¡viva el rey!–, de la falta de crítica. Una sensación incluso intimidadora.

"Dígame, Rory: ¿no cree que sería mejor una república, poder elegir al jefe del estado, etcétera?" "No. Ya hemos visto en muchos lugares en qué acaban. Piensa que la reina ha sabido presidir la desaparición del imperio, y el surgimiento de la Commonwealth, y nada ha sido traumático. Isabel II ha sido la columna vertebral de este país durante 70 años", me dice, una expresión que desde este jueves, y ya antes, muchos comentaristas de prensa de radio y televisión han repetido hasta el cansancio.

Repregunto: "¿Tiene hijos usted? ¿Qué piensan de la monarquía?" "Tengo hijos y nietos. Los nietos son pequeños. ¿Los hijos…? Sí, creo que sí, también participan de estos sentimientos. Quizás de otro modo, claro. Ellos no crecieron en la posguerra, como yo. Pero sí. De verdad, todo el país se siente igual. La reina ha sido un valor de estabilidad". Le doy las gracias, le deseo buenas tardes, pero todavía vuelvo a la carga: "Y después de este reinado, ¿qué podemos esperar de Carlos III?" "Bueno, durante muchos años él ha sabido elegir toda la sabiduría que le ofrecía su madre. Ahora la podrá ejercer y, además, tiene también una mujer magnífica. Si esto hubiera pasado hace diez años, no lo diría. Pero Camila ha demostrado que ha cambiado; ya no queda la sombra de Diana".

Quizás tiene razón. Y quizás es lo que piensan los miles de personas que se han reunido delante del palacio, que bajan desde la estación de metro de Green Park –en muchas estaciones de la red se puede ver la misma fotografía de la reina en los espacios publicitarios– con ramos de flores, o solo con gafas de sol para no mostrar los ojos.

Cotilleo todavía algo más por la plaza. Entre los fans de la reina hay blancos, negros, jóvenes, viejos, y todos hablan como Rory Kaike. Sus respuestas son más largas o más cortas, anónimas o con nombre y apellido, algunas más y otros menos articuladas, pero todas, me lo parece, honestas.

Doy la vuelta y veo las carpas de los medios de televisión de todo el mundo amontonadas a un lado de la Victoria Memorial Square. Están empachando a la audiencia global –como todo el mundo–, explicando segundo a segundo qué sienten y qué no sienten los británicos, y que si Macron ha dicho y que Biden también ha dicho y que si…

Y las carpas de las cadenas de televisión, y las 24 horas de emisión continuada de la BBC –y el esfuerzo por hacer un show de alcance global– hacen que acabe por pensar que todo ello es una operación de estado descomunal en nombre de Isabel II, y con la excusa de 70 años de reinado, pero al servicio otros intereses. ¿Cuáles? Rory Kaike es un figurante, uno entre miles, uno entre millones. Como también este cronista, que solo hace que cumplir con el papel asignado en el guion de la gran farsa dramática de The Crown.

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