BarcelonaMira por dónde, ni Le Pen, ni Macron. El protagonista ha sido el joven primer ministro Gabriel Attal. El tiempo dirá si Macron lo ha enviado al primer plano pensando inútilmente en salvarse él o si es el primer paso de la construcción de un nuevo liderazgo. Sin ambigüedades: "Ni un solo voto debe ir a la extrema derecha", ha dicho. Reclamando el voto por Ensemble (Juntos por la República), su coalición, ha garantizado que sus candidatos que hayan quedado en tercer lugar desistirán en favor de un candidato que defienda como ellos "los valores republicanos". “Es un deber moral” contra la extrema derecha en un momento en el que gran parte de la derecha en toda Europa –en España, por ejemplo– la está legitimando.
Si el voto de la primera vuelta de las legislativas francesas tiene un mensaje claro es el fracaso del presidente. El país se le ha escapado de las manos y cuesta entender que, en los tres años de mandato que le queden, pueda recuperar la autoridad necesaria para enderezar una República que ha recibido un golpe insólito, agravado por el contexto de expansión del extrema derecha en Europa. ¿Llegará Macron al final de su mandato?
La confirmación del eclipse de Macron es titular destacado de esta noche electoral francesa. Sin embargo, que fuera previsible no puede restar importancia al resultado. El evento que la V República aún no había conocido: Reagrupamiento Nacional llegando primero con posibilidades reales de conseguir una significativa mayoría con escaños y, por tanto, de investir a Jordan Bardella como primer ministro. Un fracaso de todos, no exento de cómplices.
Parecía impensable, y lo ha hecho posible el proceso de confusión entre política y dinero a partir de la presidencia de Sarkozy y la descomposición del Partido Socialista que Macron aprovechó para hacer su huida hacia adelante y construir su –efímero, al parecer– espacio de autocracia aristocrática. Tenía mayoría en la Asamblea Nacional y le quedaban tres años de mandato. Era lógico aprovecharlos para realizar las correcciones políticas necesarias para recuperar conexión con los franceses y afrontar en mejores condiciones la nueva legislatura. Prefirió darle la opción a Marine Le Pen. Ahora sale Attal a salvar a los muebles. Mal vamos.
Y esto nos lleva a otro titular de la noche electoral. Desde el primer momento la izquierda ha apelado también al desistimiento republicano, la única posibilidad de que RN no lidere el gobierno de Francia. Enseguida, sin embargo, han aparecido las limitaciones. Mélenchon, un personaje tóxico que hace tiempo que tiene a la izquierda francesa atrapada, ha querido salir el primero en dar la consigna, y es una mala manera de empezar porque tiene una peculiar capacidad para generar rechazo más allá del círculo de los suyos. Luego Olivier Faure y Raphaël Glucksmann han subido el nivel y la ambición del discurso. El PS tiene una oportunidad de renacer afrontando a Le Pen desde el primer minuto.
Nada es fácil en el actual contexto europeo. Pero, acabe como acabe, Macron deja una derecha cada vez más dispuesta a caminar con la extrema derecha. Esta noche probablemente sea el principio del fin del presidente estrella. Seguro que la distancia, la soberbia del que se cree por encima de los demás, lo ha perjudicado. Da la sensación de que ve el mundo por un agujero –el de las élites económicas y de comunicación– y que no llega a conectar con lo que ocurre en la vida cotidiana. En un momento en el que en Francia las izquierdas llevan tiempo fuera de juego, entre la indefinición de los socialistas y la inconsistencia cabreada de personajes como Mélenchon, el voto francés expresa lo que vemos por todas partes, empezando por Estados Unidos: el desconcierto de la ciudadanía ante los acelerados cambios económicos, tecnológicos, ambientales, culturales y sociales que la desbordan y hacen tambalear su confianza en las democracias.