Joe Biden jura este miércoles como 46º presidente de los Estados Unidos
Trump deja la Casa Blanca pendiente del ‘impeachment’ que determinará su futuro político
WashingtonSi alguien tiene algo que celebrar esta semana en Washington son los hoteleros. Con la ciudad tomada por más de 20.000 efectivos de la Guardia Nacional, llegados de los cincuenta estados del país para fortificar el centro de la capital estadounidense, varios hoteles han reabierto sus puertas después de meses de letargo por la pandemia. La mayoría de sus clientes visten de caqui militar, el color dominante desde hace una semana en la ciudad. Un color que subraya la gravedad del momento, la anomalía con la que termina el turbulento mandato de Donald Trump y comienza el de Joe Biden, que a partir de las seis de la tarde, hora catalana, pasará a ser el 46º presidente de los Estados Unidos.
A Biden, que tuvo como principal lema durante la campaña “curar el alma de la nación”, le espera un reto estratosférico en la Casa Blanca. Vuelve a la institución cuatro años después de ser el segundo de Barack Obama, con 78 años, como el de mayor edad en asumir el cargo, y junto a la primera vicepresidenta de la historia, Kamala Harris, también primera negra y asiático-americana en el puesto.
Ambos llegan con el país devastado por una doble enfermedad: la causada por el coronavirus y por el populismo autoritario del presidente saliente. La primera ha dejado ya 400.000 fallecidos -los últimos 100.000 en apenas cinco semanas- y una economía hundida. La segunda, un asalto al Capitolio el 6 de enero, grupos de supremacistas blancos armados envalentonados y millones de estadounidenses atrapados en una red de mentiras que les hace creer que viven en un estado fallido. El 70% de los votantes republicanos considera que quien jurará hoy el cargo es un presidente ilegítimo que llega a la Casa Blanca gracias a un gigantesco fraude electoral. Así se lo ha dicho una y otra vez Donald Trump, cuyo delirio, acompañado por un aparato mediático a su servicio, ha arrastrado a una parte nada desdeñable de la ciudadanía.
No creen en los tribunales, que han desestimado una tras otra las demandas de Trump. No les ha convencido que quien fuera su leal fiscal general hasta hace unas semanas, William Barr, negara la existencia de un fraude masivo. No aceptan nada que no sea que la derrota de Trump se explica por una conspiración que implica a países extranjeros, a republicanos corruptos, a las cloacas del Estado y al Partido Demócrata. Solo el presidente saliente les dice la verdad. Hablan de una posible guerra civil con preocupante ligereza.
Futuro político incierto
Trump se marcha pero su futuro político sigue siendo una incógnita. Su liderazgo sobre el Partido Republicano y sus opciones de intentar repetir en cuatro años dependen en gran medida de lo que suceda en el Senado, responsable de juzgar políticamente a Donald Trump del cargo de “incitación a la insurrección” aprobado la semana pasada en la Cámara de Representantes. Ayer, en el reinicio de la actividad en la cámara alta, el líder republicano Mitch McConnell hizo su declaración más contundente sobre los acontecimientos del pasado 6 de enero y sobre el papel en ellos del presidente. Según McConnell, “a la turba la alimentaron con mentiras, [fue] provocada por el presidente y otras personas poderosas”.
Si vota a favor de condenar a Trump, el senador podría arrastrar con él un número suficiente de republicanos y cerrar las puertas de la Casa Blanca en 2024 al hasta ahora presidente. Mientras tanto, y en un nuevo intento de desvincularse de los hechos, Trump emitió ayer por la noche un vídeo de despedida en el que aseguró: “La violencia política es un ataque contra lo que queremos como americanos”. Sin mencionar por su nombre a Joe Biden, el republicano apuntó: “Rezo por su éxito a la hora de mantener América segura y próspera”, y le deseó “suerte, una palabra muy importante”. Lejos de cerrar la puerta de su futuro político, el todavía presidente defendió: “El movimiento que iniciamos es solo el comienzo”.
Al contrario que sus predecesores -incluido Barack Obama, que hace cuatro años cumplió con todos los ritos del traspaso de poderes-, Donald Trump se irá a primera hora de la Casa Blanca camino de su mansión de Mar-A-Lago, en Florida, sin recibir a su sucesor. Será el primer presidente saliente que se ausenta de la ceremonia inaugural desde 1869. Antes de que Biden asuma la presidencia, Trump se despedirá en un acto previsto en una base aérea próxima a Washington, desde la que volará hacia Florida. Trump quiere que tenga aires militares y la Casa Blanca está teniendo problemas para encontrar a invitados suficientes para garantizarle al presidente una despedida masiva.
Invitaciones declinadas
Numerosos ex-cargos de la administración han declinado la invitación. Tras el asalto del día 6, son muchos los que han buscado marcar distancias con Trump. Incluso parece improbable que participe el vicepresidente Mike Pence, que sí estará en la toma de posesión de Biden.
En este sentido, el demócrata ha insistido durante semanas en que como presidente lo será de todos los estadounidenses. Por ello se espera que tras jurar el cargo ante el presidente del Tribunal Supremo, el juez John Roberts, sus palabras busquen promover la unidad. Aparte de un millar de congresistas e invitados, no habrá más testigos de sus palabras que el mar de banderas que llenarán un vacío National Mall. Color para la grisura de los tiempos. Antes de salir en avión camino a Washington, Joe Biden se despidió de su estado, Delaware. “Sé que son tiempos oscuros”, admitió, “pero siempre hay luz”. Biden, que ha logrado la presidencia a la tercera, se emocionó al recordar a Beau Biden, su difunto hijo, del que dijo que “deberíamos estar presentándolo como presidente de los Estados Unidos”.