COP26

Johnson borra a Sturgeon de Glasgow para eclipsar al independentismo

La primera ministra de Escocia mantiene el objetivo de un nuevo referéndum para la segunda mitad de 2023

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El primer ministro británico, Boris Johnson, en uno de los escenarios de la cumbre climática en Glasgow.

LondresEl lunes de la semana pasada, cuando 122 jefes de estado y primeros ministros del mundo empezaban a llegar al COP26 de Glasgow, prácticamente toda la prensa escocesa e inglesa publicaba un anuncio de página entera, pagado por el Partido Nacional Escocés (SNP), que lidera Nicola Sturgeon, en el que se leía: "Una nación a la espera da la bienvenida a las naciones del mundo". Una alusión evidente a las aspiraciones de los nacionalistas –que gobiernan con un pacto de colaboración con los Verdes, también partidarios de la independencia– de convertirse en un nuevo estado y poner fin al control que desde 1707 mantiene Londres sobre Edimburgo, a pesar de la devolución de poderes de 1997.

Anuncio publicado en la prensa británica alusivo a la voluntad independentista del Partido Nacional Escocés

Más allá de la posible utilidad y las limitaciones de la COP26 para resolver los desafíos del cambio climático, lo cierto es que desde el primer momento el gobierno de Boris Johnson y el propio premier en particular vieron el encuentro de Glasgow como una oportunidad política para gritar al mundo la nueva realidad del Global Britain post-Brexit. Desde Downing Street se veía la conferencia como una gran plataforma para desplegar la habitual pompa y circunstancia imperial, heredera de la nostalgia de otras épocas que empapa la vida institucional y política, si no del Reino Unido, sí de Inglaterra y, muy especialmente, del Partido Conservador.

La incontable presencia de delegados internacionales y también de prensa de todo el mundo daba a Londres la oportunidad de mostrar el mejor escaparate posible del nuevo país del que tanto habla Johnson, una vez liberado ya de los vínculos con la Unión Europea. Al mismo tiempo, servía al primer ministro para relegar a Sturgeon al papel de comparsa, y para hacerle ver quién tiene realmente la sartén por el mango en el tira y afloja sobre la posible independencia de Escocia. El hecho de que en la entrada de la Zona Azul de la COP26 solo se vean la Union Jack y la bandera de las Naciones Unidas, pero no la Saltire, la de Escocia, es una acción bastante simbólica del trato denigrante que, como home nation del Reino Unido, muchos escoceses consideran que su país ha sufrido.

Con todo, la primera ministra escocesa ha intentado hacer la guerra por su cuenta con las armas, no muchas, que tiene en sus manos. Así, ha dado la máxima visibilidad a la activista sueca Greta Thunberg. Además, se la ha podido ver saludando al presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, o hablando con la todavía cancillera alemana, Angela Merkel, el pasado lunes, con motivo de la recepción que el príncipe Carlos ofreció a los mandatarios internacionales. Y dando voz a los movimientos de mujeres. También Sturgeon ha recibido con honores al colectivo indígena Minga, en una demostración, al menos aparente, de que su gobierno está junto a los más olvidados.

Minga es una palabra indígena, utilizada mucho antes de que los conquistadores españoles llegaran a América del Sur, para referirse a un acto de trabajo comunitario, un acuerdo entre vecinos para construir un bien común entre todos. Las comunidades rurales colombianas han destacado especialmente en todo tipo de actos de protesta para hacer un llamamiento a recuperar todo aquello que consideran que han perdido: el control del territorio, la paz y las vidas de muchos de los miembros de sus grupos, asesinados con todo tipo de violencias.

Coalición climática

Además, este fin de semana, con la presencia incluida del presidente de la Generalitat de Catalunya, Pere Aragonès, Sturgeon ha llevado a la COP26 la única manera de tener presencia activa, la fuerza de la llamada Under2 Coalition, un grupo de acción climática que representa a 260 gobiernos estatales y regionales del mundo. Pero el nivel de marginación de Sturgeon por parte del gobierno británico ha sido tal que la ministra principal solo se ha podido dirigir, el domingo, a los delegados de la mencionada coalición. Todavía más, este mismo lunes Nicola Sturgeon tendrá una conferencia de prensa con representantes de los medios internacionales –incluido el ARA–, donde inevitablemente volverá a salir el tema de la independencia. Un tema que, como ha repetido estos días, sigue vivo y con el objetivo claro de celebrar un nuevo plebiscito en la segunda mitad de 2023.

Así lo reafirmaba el día 2 en declaraciones a la CNN: "Este es mi plan [hacer el referéndum la segunda mitad de 2023]. Si todos aceptamos el principio fundamental de la democracia, entonces, hablar de tribunales se vuelve [una cuestión] completamente académica. Esto va de democracia, de permitir a la gente de Escocia que elija su futuro cuando sea el momento adecuado. Que Boris Johnson se oponga a la independencia es perfectamente legítimo. Lo que no lo es tanto es que ponga palos en las ruedas al camino de la democracia".

A finales de noviembre, el Partido Nacional Escocés celebrará su congreso anual, por segundo año consecutivo de forma virtual. A pesar de que de momento las encuestas no apuntan a un cambio radical de tendencia a favor de la independencia, y el roce muy cerca con pequeñas oscilaciones a favor o en contra sigue de forma intermitente, la primera ministra tendrá que poner más carne en el asador del referéndum. También para silenciar a los críticos que consideran que no hace lo suficiente.

El resultado de la COP26 –Johnson cantará victoria pase lo que pase–, y la conciencia que despierte en los escoceses sobre la insistencia de perseguir políticas verdes es una apuesta incierta, y también por eso Sturgeon incluyó a los Verdes en su ejecutivo. Pero el SNP todavía tiene que resolver problemas serios del proyecte independentista, como por ejemplo la moneda y qué hacer cuando Johnson niegue con más firmeza todavía el derecho al segundo referéndum.

El 2022 será un año clave en el pulso que mantienen Londres y Edimburgo y que, en Glasgow, ha vivido una sutil guerra de guerrillas. La COP26 quizás va sobre el clima, pero también sobre el clima político que se respira entre Westminster y Holyrood.

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