Desde Senegal (3)

Los jóvenes que se quieren quedar para cambiar Senegal

Las nuevas generaciones hacen frente al gobierno y buscan romper el legado colonial francés

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Cau el solo, y decenas de jóvenes hacen deporte a una playa de Dakar, capital senegalesa.

Dakar (Senegal)Por las calles de Dakar, la capital de Senegal, es fácil encontrar estos días supermercados de la cadena francesa Auchan apedreados y con los cristales rotos. No es solo en Dakar, de hecho: también te lo encuentras en ciudades como Mbour, unos 80 kilómetros al sur de la capital; o en Thies, 70 kilómetros al este. Y no son solo los supermercados Auchan: también las tiendas de la compañía de telefonía móvil Orange, o tiendas de ropa vinculadas a la marca Zara, o edificios de televisiones y diarios próximos al gobierno, que fueron incendiados. Son las cicatrices de la oleada de protestas inédita que Senegal vivió a principios de marzo, y que acabó con la muerte de trece manifestantes, según el recuento de la oposición. 

El detonante de esos días de cólera fue la detención de Ousman Sonko, un líder opositor especialmente popular entre los jóvenes. En todo el país, especialmente en Dakar y en la región de Casamance, los senegaleses –sobre todo los jóvenes– aprovecharon este episodio para expresar su rabia contra el gobierno, al que recriminan desde la falta de perspectivas de futuro en el país, relacionada con una crisis económica agravada por la pandemia, hasta los casos de corrupción que salpican al ejecutivo, pasando por los recortes de libertades impulsadas por el presidente, de quien sospechan que quiere perpetrarse en el cargo, al que llegó hace nueve años. Las protestas se alargaron días, hasta que liberaron a Sonko, pero el malestar, igual que las cicatrices de los disturbios, sigue muy visible en las calles del país.

Son las siete de la tarde y en la Universidad Cheikh Anta Diop, la principal del país y una de las más importantes de África, los jóvenes salen de clase y se van hacia casa. En las afueras del edificio, la presencia policial es especialmente alta, posiblemente porque los universitarios fueron uno de los grupos más activos durante las manifestaciones. Tres chicos, dos estudiantes de filosofía y uno de geografía, se paran. “¿Sonko? Claro que apoyamos a Sonko. Necesitamos un cambio, este gobierno es corrupto y no piensa en los jóvenes”, dice uno de ellos, que asegura que participó en las manifestaciones. “El presidente [Macky Sall] parece un dictador. Ha cambiado desde que llegó al poder, y ya estamos hartos”, dice otro, Magatte Sarr, de 20 años. Pero la sensación es que, sobre todo, su malestar se centra en la falta de oportunidades para progresar en su país. “Nosotros ahora estamos estudiando, pero cuando acabemos, ¿qué? No hay trabajo. Yo no quiero coger un cayuco porque es peligroso, pero entiendo que muchos lo hagan”, sigue Sarr. 

Otro joven se une a la conversación. Tiene 28 años, se llama Cheikh Diokj y explica que ha estudiado una carrera y un máster y que ahora está haciendo un doctorado. “Yo siempre he sido el primero de la clase, he hecho lo que se tiene que hacer, y no estoy encontrando trabajo. Nos esforzamos mucho, y no hay recompensa”. Asegura que muchos amigos suyos que se han sacado una carrera en esta misma universidad ahora están trabajando de guardias de seguridad en supermercados o poniendo gasolina en estaciones de servicio. “Aquí solo trabajas en lugares importantes si tienes contactos o si vienes de Europa”, concluye. 

Y este último punto es interesante. Uno de los atributos que los jóvenes senegaleses valoran más de Sonko es su discurso rupturista con el legado colonial francés, todavía presente en Senegal, y con los tentáculos extranjeros que, según él, condicionan el crecimiento de los países africanos. El líder opositor, de 45 años, ha denunciado reiteradamente el expolio de los recursos del continente: recuerda a menudo que el 80% de la economía senegalesa está en manos extranjeras o denuncia la presencia francesa en el Sahel, que considera que no responde a la lucha contra el yihadismo sino a la voluntad de conservar la influencia. De todo ello culpa al presidente, al que ve incapaz de romper con estos vínculos y apostar por unas políticas “valientes” que refuercen el proafricanismo que él defiende.

Un joven trabajador en una calle de Dakar, la capital de Senegal.

Esto explica que durante las protestas de principios de marzo empresas francesas como Auchan y otras extranjeras fueran el blanco de la ira de los manifestantes. 

“Yo no quiero marcharme”

Por la tarde, cuando el sol empieza a bajar y el calor afloja, las playas de Dakar se llenan de jóvenes que hacen gimnasia. Unos corren de punta a punta de la playa, otros hacen flexiones o juegan a pelota. Incluso los hay que practican lucha senegalesa, muy popular en el país. Las chicas aprovechan el mobiliario urbano para hacer abdominales. Muchos, de hecho, son universitarios que se reúnen para hacer deporte por la tarde, una vez acaban las clases. 

Mientras se toma un descanso entre ejercicios, Malick Seye accede a hablar. “Este gobierno está podrido. Hay que romper de una vez el vínculo con Francia. ¿Sabes?, nuestro presidente hace todo lo que le dice Macron”, apunta. Sonko le parece una buena solución, pero la sensación es que cualquier nombre le parecería mejor que el de Macky Sall. “Yo estoy estudiando una ingeniería. Tengo amigos que serán abogados y empresarios. ¿Por qué tienen que venir las empresas de fuera y quedárselo?”, dice. Entonces señala su móvil. “Nosotros ya no somos como nuestros padres. Nosotros estamos conectados: sabemos qué pasa, cómo vivís vosotros y cómo vivimos nosotros”, reflexiona, mientras hace broma sobre la problemática en Europa con la vacuna de AstraZeneca.

“Yo no quiero marcharme. Yo quiero vivir bien en mi país”. Ciertamente, hay muchísimos senegaleses que, desesperados, se lanzan al océano y se juegan la vida para intentar llegar a las Canarias. Pero también hay muchos, como Malick Seye, que quieren llevar el cambio a Senegal, un país que quiere crecer. Tiene ingredientes para hacerlo y una población que tiene una media de edad de 18 años.

Este texto forma parte de un reportaje del ARA sobre Senegal. Los otros artículos tratan el papel la de las multinacionales pesqueras y la emigración.

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