El regreso de los talibanes

"Lo dejo todo por el futuro de mi hijo"

Una familia explica su calvario para acceder al aeropuerto de Kabul

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El Javad y la Fatemah, con su hijo Amir Mohammad, de 5 años, al aeropuerto militar de Kabul

BarcelonaJavad Hossaini y Fatemah Mohammadi no tienen ahora ningún inconveniente en posar ante la cámara con su hijo Amir Mohammad, de 5 años, y que sus nombres y apellidos aparezcan publicados. Por fin se sienten a salvo. Él lo hace sonriendo y con una barba que se ha dejado crecer durante las últimas dos semanas ante la llegada de los talibanes. Ella, con cara desencajada. No puede disimular el cansancio después de más de 20 horas de empujones.

Javad ha sido durante años traductor de varios periodistas españoles. Él y su familia dejaron Herat, de donde son originarios en el noroeste de Afganistán, el domingo de la semana pasada después de que la ciudad cayera en manos de los talibanes, y viajaron en autobús hasta la capital afgana en un trayecto de infierno. Han estado cinco días alojados en un hotel de Kabul esperando a ser evacuados, y por fin el domingo a medianoche consiguieron acceder al aeropuerto. Javad no podía evitar llorar de alegría por teléfono. Habían pasado un auténtico calvario.

“Un familiar nos recogió a las tres de la madrugada [del domingo] en el hotel para ir al aeropuerto”, relata. A esas horas, aunque aún era de noche, ya había controles de los talibanes por todas partes en la calle, asegura. En más de una ocasión les hicieron detener el vehículo, pero les dejaban pasar sin tan siquiera preguntarles a dónde iban en cuanto comprobaban que dentro viajaban una mujer y un niño.

A las 4.30 h llegaron a las inmediaciones del aeropuerto y ya entonces había una marabunta de gente. “Muchos estaban durmiendo por el suelo”, detalla Javad, que explica que, viendo el panorama, renunciaron a una de las maletas que llevaban. Se la dejaron a su familiar, no podían cargar con tanto peso. Javad sentó a su hijo sobre sus hombros y se colocó una gran mochila en la espalda. Su mujer cogió dos bolsos: uno se lo colgó delante de la barriga para protegerse. Está embarazada de siete semanas. Y el otro, en la espalda, para evitar posibles abusos: que algún hombre aprovechara para tocarle las nalgas.

“Era increíble. La gente se empujaba la una a la otra. A veces creíamos que nos moríamos, nos faltaba el aire”, afirma. “Papá, ¿pero por qué hay tanta gente?”, le preguntaba su hijo. Él intentaba darle ánimos. “Ya verás, vamos a ir a un sitio muy bonito. Sé paciente”. Tardaron horas en avanzar, en abrirse paso entre tantas maletas y gente. “Muchos de los que estaban allí no tenían ningún documento que dijera que podían ser evacuados. Simplemente iban a probar suerte”, se queja Javad. Otros iban a robar. “Tenías que ir con mil ojos con el móvil”. De la pandemia, ni palabra. Como si no existiera, a pesar de la gran concentración de gente.

Militares británicos intentando contener a la multitud en el aeropuerto de Kabul.

A las seis de la tarde consiguieron llegar cerca de las puertas del aeropuerto militar, fuertemente protegidas con altos bloques de hormigón. Pero se encontraron con un último obstáculo: una acequia de aguas pestilentes, que sólo era posible cruzar por una pasarela abarrotada de gente. Militares británicos intentaban contener la marabunta. “Mi mujer se acercó a uno de ellos para mostrarle el documento de la embajada de España que dice que podemos ser evacuados”, dice Javad. Pero el militar la empujó de tal manera que la mujer calló a la acequia. Dentro había más gente desesperada intentando mostrar sus documentos.

La ministra española de Defensa, Margarita Robles, declaró el domingo que los afganos que deben ser evacuados por España deben gritar “España, España” cuando estén cerca de la puerta del aeropuerto o vestir algo de color rojo que sirva para identificarlos. Pero muchos de los que intentaron acceder al aeropuerto este lunes aseguran que eso no sirve para nada. Hay demasiado gente. “Qué España ni qué España”, se quejaba uno sin poder disimular su enfado.

Afganos dentro de una acequia de aguas residuales intentando entrar en el aeropuerto militar de Kabul.

Javad confiesa que él también llegó a perder los nervios y que su mujer le decía que tiraran la toalla, que no iban a conseguir nunca entrar en el aeropuerto. No sabe decir cuánto tiempo estuvieron en la acequia, con el agua hasta las rodillas, pero se le hizo una eternidad. A las doce de la noche, por fin, consiguieron acceder a las instalaciones militares.

En la entrada comprobaron sus documentos y registraron su equipaje con perros, y después los condujeron a una zona custodiada por militares españoles. Allí les dieron raciones empaquetadas de comida –de esas que usan los solados- y durmieron en el suelo. O mejor dicho, lo intentaron. Javad afirma que él no pegó ojo durante toda la noche para vigilar que no les robaran el equipaje. No se pudieron lavar en ningún momento.

Este lunes Javad y su familia continuaban esperando poder embarcar en un avión que los lleve a Madrid. “Lo he dejado todo por el futuro de mi hijo”, afirma. Ahora espera que en España le traten bien y pueda trabajar. Él tiene 31 años y es fisioterapeuta y su mujer, 30 y es doctora. Son la nueva generación de afganos que aspiraba a cambiar Afganistán.

Una decena de afganos, reubicados en Catalunya

Un mínimo de diez afganos que los últimos días han sido evacuados a España se encuentran en centros de acogida en Catalunya, tal como ha informado este lunes el ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. En total, 230 colaboradores de España en el país asiático ya han sido distribuidos en nueve comunidades autónomas y 59 más lo harán este martes. El País Valenciano (37) y Murcia (34) son los territorios que más refugiados han recibido, si bien el ministerio todavía está procesando datos y las cifras pueden aumentar. Con el avión que ha llegado esta tarde a Torrejón de Ardoz, con 260 pasajeros a bordo, serán casi 900 las personas que han llegado al Estado desde que los talibanes llegaron al poder, y se está consiguiendo que la estancia en la base aérea sea de 48 horas en lugar de 72, ha explicado el ministro José Luis Escrivá.

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