Afganistán

El angustioso viaje de un traductor afgano para conseguir plaza en un avión español

Colaborador durante años de periodistas, ha viajado en autobús por medio país tomado por los talibanes

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MÒNICA BERNABÉ
4 min
Talibans patrullando por las calles de Kabul

BarcelonaHace solo siete días el billete de autobús para viajar de la ciudad de Herat, en el oeste de Afganistán, hasta la capital, Kabul, valía 1.000 afganis, unos 7,7 euros. Esta semana, ya costaba 1.500 afganis (11 euros). Pero Javad pagó de buena gana por cuatro plazas, aunque solo eran tres las personas que viajaban: su mujer, su hijo de 5 años y él mismo. Así al menos estarían más cómodos para emprender un viaje de 24 horas recorriendo buena parte de Afganistán. Su objetivo era llegar a Kabul para que el gobierno español los evacúe. Eso es lo único que quieren: huir del país cuanto antes.

Javad ha sido durante años traductor de varios periodistas españoles. Su inglés es impecable. Hace un mes ya se empezó a preocupar ante el rápido avance de los talibanes porque, además de haber trabajado para extranjeros, él y su familia pertenecen a la etnia hazara. Los talibanes les tienen especial tirria, porque los hazara son musulmanes chiíes -los fundamentalistas son suníes-. Y son muy fáciles de identificar porque tienen los ojos rasgados como los chinos.

“Salimos de Herat el domingo a las séis de la tarde”, explica por teléfono Javad. Tuvieron que reducir toda su vida a tres pequeñas maletas y una bolsa de mano. Él, además, borró de su móvil todas las fotografías y las aplicaciones de WhatsApp, Telegram, Facebook, Twitter, Messanger y Viber por si acaso los talibanes lo revisaban. No quería tener nada que le identificara. Escondió el móvil y su ordenador portátil en una maleta, y solo llevó a mano un viejo móvil Nokia, de aquellos que solo sirven para hacer llamadas.

Su mujer, por su parte, se encargó de esconder los pasaportes y los dólares que habían conseguido reunir. Se los guardó dentro del sujetador, porque, si algo bueno tienen los talibanes, es que no registran a las mujeres, y todavía menos si llevan burka.

“Pacté con mi mujer que, si los talibanes nos preguntaban por qué viajábamos a Kabul, contestaríamos que mi padre está enfermo”, declara Javad. Lo más difícil, admite, fue convencer a su hijo de que no dijera la verdad. Le replicó: “Pero, papa, si el abuelo está en Herat y no está enfermo”.

Herat está a 800 kilómetros de Kabul, pero esto es solo en teoría. La carretera que enlazaría esta ciudad con la capital por el camino más corto nunca se llegó a arreglar durante las dos décadas de presencia internacional en Afganistán. Los ataques de los talibanes lo hicieron imposible. Así que hay que recorrer más de medio país por el sur y pasar por algunas de las zonas más peligrosas -como por ejemplo Helmand y Kandahar- para llegar a la capital. En total, 1.200 kilómetros por una carretera que en buena parte no está asfaltada.

En el autobús, un vehículo destartalado, viajaban 60 personas. “Cada pocos kilómetros había controles de los talibanes en la carretera”, explica Javad, que detalla que en el trayecto los radicales siempre actuaban del mismo modo: paraban el autobús, preguntaban al conductor si entre los pasajeros había soldados o personas que hubieran trabajado para los extranjeros, y después subían al vehículo para comprobarlo por ellos mismos. “Las familias viajábamos a la parte delantera del autobús, y a nosotros no nos molestaban. Pero a los hombres que viajaban solos, que iban en la parte trasera, les hacían abrir el equipaje y mostrar la documentación”, detalla.

El viaje fue un horror. Por la tensión, por el calor y por los baches que hacían temblar el autobús como si fuera a desmontarse. Javad admite que él acabó vomitando en una bolsa de plástico y otros muchos pasajeros también, porque aquello era insoportable. Solo pararon dos veces para descansar, y a pesar de esto el conductor hizo el viaje sin inmutarse. Eso sí, iba fumando opio, cuenta Javad.

El traductor afirma que lo que más le sorprendió en el camino fue la gran cantidad de talibanes que había por todas partes. “Era impresionante, me pregunto de dónde han salido”. Incluso en las antiguas bases del ejército afgano ahora ondeaba la bandera blanca de los extremistas.

Llegó a Kabul con su familia a las seis de la tarde del lunes. En la entrada de la capital, el registro todavía fue más exhaustivo. Tres talibanes armados con Kalashnikovs subieron al vehículo y pidieron la documentación a muchos de los pasajeros. También revisaron el maletero, e incluso las bolsas que iban atadas con cuerdas en la parte superior del autobús. “Durante buena parte del viaje fui hablando con uno de los pasajeros. En ningún momento me explicó por qué viajaba a Kabul, pero, cuando llegamos, me confesó que había trabajado para las tropas italianas en Herat y que también esperaba ser evacuado”, relata Javad.

Ahora él y su familia están alojados en un hotel en Kote Sangi, en el oeste de Kabul. Pagan 500 afganis al día (unos 3,8 euros) por una habitación con baño compartido y no tienen ni idea de cuánto de tiempo tendrán que esperar. Creen que están en la lista de personas que serán evacuadas por el gobierno español. Al menos eso les han asegurado, pero de momento no los han llamado de la embajada española en Kabul para confirmarles que podrán subir al avión. Viven día y noche pendientes de que suene el teléfono.

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