El mundo pregunta: ¿tenemos estómago para luchar?

El paisaje global termina con una acumulación de crisis mayúsculas y transformadoras: ahora mandan la guerra, la estridencia, la imprevisibilidad y el miedo a que todo salte por los aires

28/11/2025

La escena tuvo lugar el pasado septiembre en un refinado restaurante de Estrasburgo, ciudad muy europea. Dos voces relevantes del Parlamento Europeo hablaban de tanques, drones y riesgo de guerra en Europa mientras degustaban un poulet a la creme. La conversación transcurría con total normalidad entre los asistentes a la mesa: políticos y periodistas. "¿Europa tiene suficientes soldados para luchar?", "Los ejércitos europeos deben modernizarse, los tanques ya no ganan guerras", "Si Rusia nos atacara, con el armamento que tenemos, sólo podríamos aguantar unos días". Fueron consignas que se oyeron durante la cena.

Horas después, en el pleno del Parlamento Europeo, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, sonaba contundente: "Europa está en lucha. [...] Europa debe luchar", "Defenderemos hasta el último centímetro cuadrado de nuestro territorio", "¿Europa tiene estómago para luchar?" El cuarto aplaudía el discurso de la alemana, vestida con una americana de color verde militar. Durante aquella madrugada, el ejército de Polonia había abatido a drones rusos que sobrevolaban su espacio aéreo. Ramificaciones de la guerra de Ucrania, una guerra europea del siglo XXI en la que se ha matado al ritmo de la Segunda Guerra Mundial.

¿Qué pensarían los lectores del ARA de hace 15 años, cuando el diario nació, sobre estas dos estampas? El mundo, y sobre todo Europa, han cambiado tanto que, muy probablemente, apostarían que es un relato de ficción, una distopía, fake news, uno concepto que entonces, por cierto, no conocíamos cómo conocemos ahora.

El decimoquinto aniversario del ARA llega en un momento especialmente convulso en el panorama global. La lista de urgencias es larga y podría ocupar todo este artículo, por eso es más efectivo realizar una descripción altamente genérica con un término que, últimamente, se ha puesto de moda: permacrisis, premiada como palabra del año en 2022 y que hace referencia a "un largo período de inestabilidad e inseguridad fruto de una acumulación de eventos catastróficos". Dicho de otro modo, el mundo está en agitación permanente, en transformación, en urgencia constante, ya menudo se tiene la sensación de que nos encontramos al borde del abismo, sumidos en la incertidumbre, en la antesala de algún peor acontecimiento.

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"No tenemos un mundo bipolar, ni un mundo multipolar, simplemente tenemos un mundo caótico". La frase es del secretario de Naciones Unidas, António Guterres, en un discurso en el verano del 2024 durante la Conferencia de Seguridad de Múnich.

Convulsión 'in crescendo'

Si miramos por el retrovisor, el camino recorrido desde el 2010 da cierto vértigo. Durante estos quince años los titulares de la actualidad internacional han sido mayúsculos, transformadores, a menudo imprevistos: la crisis económica, las revueltas de la Primavera Árabe, la ola de refugiados, el Brexit, el crecimiento chino, las muertes en el Mediterráneo, los ataques yihadistas en Europa, el triunfo de Trump, la pandemia, el pandemia, la invasión rusa de Ucrania, la constatación de la crisis climática, la consolidación de la extrema derecha europea, la irrupción de la inteligencia artificial, el 7 de octubre y la guerra genocida de Israel contra Gaza, el segundo triunfo de Trump… El etcétera aquí también es largo.

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Si miramos hacia delante, el camino que se augura también da vértigo. Trump ha demostrado en los primeros meses de mandato que es un líder más radicalizado, más imprevisible, más agresivo: adjetivos que rezuman también a la sociedad estadounidense. Con la guerra de Ucrania mortíferamente enquistada, la amenaza rusa sobre Europa es palpable, mientras que a menudo desde Moscú –y ahora también desde Washington– se invoca el fantasma de una guerra nuclear. La extrema derecha, auspiciada por los algoritmos que ahora todo lo marcan, se ha habituado a ocupar puestos de poder dentro del club comunitario y las encuestas dicen que la posibilidad de una Francia gobernada por los de Le Pen y una Alemania liderada por AfD es altamente realista.

Con el alto el fuego tierno en Gaza, Oriente Próximo se reconfigura a ritmo de Netanyahu mientras todavía no somos conscientes de las secuelas políticas y sociales del horror que se ha vivido en la Franja. China de Xi Jinping sigue acumulando poder global mientras consolida alianzas que encuentran en el desafío en Washington y Occidente el denominador común. La llegada de la inteligencia artificial supondrá un terremoto global con fuertes consecuencias sociales, políticas y económicas. La crisis climática sigue siendo el gran reto existencial pese a la persistente carencia de voluntad política para frenarla… Otro etcétera largo, pero el espacio de este artículo es limitado.

Este último párrafo, que tiende al pesimismo, me hace pensar en un libro: Factfulness: El mundo va mejor de lo que crees, del físico y académico Hans Rosling. La obra, que tanto gustó a Bill Gates que se ofreció a regalar un ejemplar a cualquier graduado universitario que se lo pidiera por correo electrónico, demostraba que la sociedad tiende a pensar que el mundo es más pobre, más peligroso y menos sano de lo que es verdaderamente. Y reivindicaba que el panorama global, especialmente en lo que se refiere a derechos y estabilidad, nunca había sido mejor.

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El problema es que Rosling publicó este libro en la primavera del 2018, antes de grandes crisis globales como la pandemia o la invasión rusa de Ucrania. Rosling es sueco. Hay pocos países como Suecia –que abandonó la neutralidad histórica para pasar a formar parte de la OTAN– que simbolicen mejor el cambio de paradigma europeo y global.

Crisis de los futurólogos

El 28 de noviembre de 2010, en el primer número del ARA, se dedicaba una página –la 37– a realizar un análisis de los 10 retos más urgentes para "al nuevo mundo". El listado era el siguiente: el Ártico geoestratégico / el hambre / los riesgos del ciberespacio / las guerras en África / la gobernabilidad global en duda / la crisis climática / el contrapoder latinoamericano / la democratización de China y de Rusia / el impacto de la crisis en el estado del bienestar / la inestabilidad en Oriente Próximo.

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Algunos temas ya daban pistas sobre lo que iba a venir. Muchos temas que iban a venir, posiblemente los más relevantes, fueron entonces indetectables. La política internacional y la futurología no son buenos amigos.

El mundo de 2010 estaba marcado por las consecuencias de la crisis financiera de 2008. La economía global se recuperaba lentamente y de forma desigual: en Occidente, la desconfianza con las instituciones y la política tradicional crecía, mientras que en Asia, China emergía como gran potencia económica. En la UE, la crisis de la deuda golpeaba con fuerza y ​​generaba tensiones sobre la solidaridad dentro del club comunitario. Estados Unidos de Obama empezaba la retirada de Irak y también se alejaba de Afganistán. En Oriente Medio y en el norte de África se acumulaban tensiones sociales que pronto estallarían en la Primavera Árabe.

Pol Morillas, director de CIDOB, hace notar un interesante apunte: el nacimiento del ARA coincidió con el momento en que los estragos de la crisis económica empezaban a hacerse evidentes en las fracturas de las sociedades occidentales. "Y es entonces, de hecho, cuando los partidos populistas cogen fuerza porque beben de ese descontento de la población".

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La llegada de Trump a la Casa Blanca en el 2016 –y su regreso el año pasado– ha sido la muestra más evidente de la normalización de la estridencia. El auge del populismo y sus derivadas en los liderazgos actuales explican parte de los peligros y retos de hoy. Y si seguimos con Trump como icono global del movimiento, el resultado es una mancha que se esparce por todas partes: la personificación de la política, la oda a los liderazgos fuertes, los America first, el boicot al multilateralismo, la diplomacia del egocentrismo, la explotación de la posverdad, la polarización en la política y en la calle, la impredictibilidad acentuada, el desprecio a instituciones y fórmulas tradicionales.

Sería inapropiado no destacar la delicada posición en la que se encuentra Europa. El Viejo Continente afronta desde el 24 de febrero de 2022, inicio de la invasión de Vladimir Putin, una crisis directamente existencial. El despertar que ha supuesto el regreso de la guerra a Europa –el fin de la era de la inocencia, como definió Margaritis Schinas– ha obligado al club comunitario a no tener más remedio que hacerse mayor y trabajar para emanciparse de todas las dependencias peligrosas. Liberados, en gran parte, de la envenenada energía del Kremlin, el siguiente paso es aún más complicado: independizarse del paraguas de protección de Estados Unidos imprevisibles.

En el horizonte, la anunciada autonomía estratégica. Llegar hasta allí implica, según los gobiernos europeos, acometer medidas políticas contundentes. Algunas generan recelo entre una parte de la población, como incrementar el gasto militar, recuperar la mili o recomendar abiertamente tener kits de supervivencia en los hogares europeos por lo que pueda ocurrir. Afortunadamente, el europeo medio de 2025 no había sido acostumbrado a pensar en la guerra.

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Que la UE haya sido desplazada de las tablas en las que se ha negociado el futuro de las dos guerras más relevantes del siglo XXI –Ucrania y Gaza– es otro síntoma de irrelevancia estratégica que genera preocupación en los pasillos de Bruselas. También preocupa que esta irrelevancia pueda acentuarse a medida que el eje geopolítico pivota hacia Asia, una región que, por cierto, lleva tiempo pulsando el acelerador en un ámbito que se augura clave en la geopolítica del futuro: la tecnología, ahora dominada por la IA.

Manuel Szaprio, representante de la Comisión Europea en Barcelona, ​​decía hace unos días que Europa ha demostrado que puede transformar ese panorama en una oportunidad. "El objetivo de la UE debe ser convertirse en un garante del multilateralismo, de la estabilidad, de la fiabilidad, del respeto al estado de derecho". Según Szapiro, el club comunitario se encuentra ante un momento imperial: la disyuntiva radica en hacer desaparecer la razón de ser de la UE o, precisamente, coger el toro por los cuernos y potenciar esa razón de ser para sobrevivir.

Cristina Gallach, periodista y la única catalana que ha ocupado cargos relevantes en la ONU, la UE y la OTAN, subraya una premisa esencial: la realidad de después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se sentaron las bases del actual sistema internacional, ha mutado. "Muchos nuevos actores han aparecido y otros, como Estados Unidos, que estuvo en el centro de la construcción del sistema post 1945, quieren desentenderse de lo que construyeron. Rechazan ese sistema porque ahora no responde a sus intereses de dominio económico, comercial y geopolítico". Según Gallach, estamos en plena transición, pero no tenemos escrito ni el guión, ni el punto de llegada. ¿Cuánto tiempo va a durar esta etapa? No lo sabemos.

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¿Cuál ha sido el cambio más relevante de los últimos 15 años?

Gallach contesta con contundencia: "La revolución tecnológica y digital en todas sus manifestaciones e incidencia en la vida cotidiana. Ha impactado todos los ámbitos de nuestra sociedad y lo sigue haciendo: el trabajo, el ocio, las relaciones humanas, la política y la geopolítica". Y Gallach avisa, por supuesto, del impacto mayúsculo que tendrá la Inteligencia Artificial (IA), que ya lo impregna todo.

El tsunami global que ha sido la llegada de la modernísima IA me hace pensar en otro libro: Labradores y señores, del escritor griego Theodor Kallifatides (ganador, por cierto, del primer Premio Internacional del ARA). En esta magnífica obra, en la que relata con ternura e inteligencia su infancia en un pueblo griego –pero universal– marcado entonces por la ocupación de las tropas nazis, hay una frase aún más magnífica que, de alguna manera, funciona como clausura de este extraño artículo.

La frase dice: "El mundo avanza un poco a pesar de todo, pero nunca va sólo adelante. Porque en nuestro fuero interno todos anhelamos que se ponga fin al progreso. En algún momento de nuestra vida queremos poner fin". La frase tiene muchas lecturas. También en política internacional.