El Nobel de la paz que hace la guerra

Etiopía celebra el lunes unas elecciones marcadas por el conflicto iniciado por Abiy Ahmed en Tigray

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Un sonriente Abiy Ahmed firmando al libro de honor de los Nobel con los miembros del Comité, en Oslo

BarcelonaEl escritor inglés Samuel Butler, autor de la sátira utópica Erewhon, decía que “solo es necesario un abrir y cerrar de ojos para convertir a un hombre pacífico en un guerrero”. Hace más de cien años que Butler dejó escritas estas palabras, pero hoy cobran especial sentido en Etiopía. El 10 de diciembre de 2019, el primer ministro etíope, Abiy Ahmed, recibía en Oslo el premio Nobel de la paz por haber ayudado a poner fin al conflicto eterno entre su país, Etiopía, y la vecina Eritrea. Al recoger el galardón, Ahmed quiso recordar los tiempos en los que le tocó ser un joven soldado que luchaba contra tropas eritreas: “La guerra es el epítome del infierno para todos aquellos que participan. Lo sé porque estuve y pude volver. He visto a hermanos matando a hermanos en el campo de batalla, he visto a viejos, mujeres y niños temblando de miedo bajo la lluvia mortal de balas y proyectiles”. Pero esto era en 2019.

En noviembre de 2020, once meses después de ese discurso que lo erigió como uno de los líderes africanos del futuro, Abiy Ahmed quería guerra. En una comparecencia en la televisión nacional, el mandatario, de 44 años, lanzaba una ofensiva contra la región del Tigray, en el nordeste del país, como respuesta a un supuesto ataque contra dos bases militares etíopes. Lo que vendió como una ofensiva relámpago ha acabado siendo un conflicto duro y opaco, que todavía sigue y que ha desencadenado una grave crisis humanitaria en la zona. Algunas cifras ayudan a hacerse una idea: cerca de dos millones de desplazados internos, más de 75.000 refugiados en Sudán, 350.000 personas viven en una situación de hambre extremo, y más de cuatro millones (el 70% de la población de Tigray) necesitan asistencia alimentaria urgente. Es difícil hablar de muertos, porque no hay recuentos fiables, pero ha trascendido más de una matanza indiscriminada contra civiles. A finales de noviembre, por ejemplo, más de 800 personas fueron masacradas en una iglesia de la ciudad de Aksum, no muy lejos de la frontera con Eritrea. De hecho, el ataque fue a cargo de soldados eritreos, que ahora apoyan a Addis Abeba para luchar contra los rebeldes del Tigray, que también han atacado a civiles. Todo ello se agrava por el bloqueo que el ejército etíope impone a los convoyes de ayuda humanitaria que intentan acceder a la región. 

Es en este contexto de violencia en Tigray que este lunes se celebran elecciones generales en Etiopía, en las que Abiy Ahmed, gran favorito, espera revalidar el cargo. Los comicios estaban previstos inicialmente para el 29 de agosto de 2020 y, más tarde, para el 5 de junio de 2021, pero fueron pospuestos, primero por la pandemia y después por problemas logísticos. Más de 44.000 colegios electorales se han habilitado en casi todo el país, pero solo se han registrado 37,4 millones de votantes, una cifra muy baja si se tiene en cuenta que Etiopía es el segundo país más poblado del continente africano, con unos 110 millones de habitantes. 

En varias regiones, incluida la de Tigray, no se podrá votar el lunes y se tendrá que hacer más adelante. ¿El motivo? La Junta Nacional Electoral de Etiopía alega varias irregularidades: desde dificultades para hacer llegar las papeletas y retrasos en el registro de votantes hasta problemas de seguridad.

"Limpieza étnica"

El pasado miércoles, en el único mitin electoral que Ahmed ha celebrado durante la campaña, el mandatario decía: “Ya hemos mantenido nuestra integridad territorial y nuestra soberanía, ahora estamos trabajando, sobre todo, para convertir el Cuerno de África en la potencia del continente”. Días antes, y como respuesta a las palabras del enviado de la Unión Europea a Etiopía y ministro de Relaciones Exteriores de Finlandia, Pekka Haavisto (que aseguró que lo que estaba pasando en Tigray era “una limpieza étnica”), el gobierno de Abiy Ahmed aseguraba que todo era una “completa mentira, y una especie de alucinación o lapsus”.

Estas palabras tampoco fueron muy bien recibidas en Bruselas, que, como el resto de mundo, se hace una pregunta: ¿qué tipo de mandatario es realmente Abiy Ahmed? ¿El hombre que maravilló a la comunidad internacional en 2018, cuando llegó al poder, y que algunos comparaban con el propio Nelson Mandela por, entre otras cosas, apostar por un gobierno paritario, liberar presos políticos, firmar la paz con Eritrea y legalizar partidos opositores? ¿O el hombre que optó por la guerra en Tigray y que, a pesar de los recientes llamamientos de la comunidad internacional al alto el fuego, las rechaza asegurando que está a punto de conseguir la victoria final? Si las urnas lo revalidan, será más difícil obviar que la respuesta tiene demasiados matices.

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