Guerra

Tres horas y media para nueve kilómetros: el peaje israelí en las carreteras palestinas

Las restricciones a la movilidad por parte de las autoridades israelíes en la Cisjordania ocupada condicionan la vida diaria

4 min
Una carretera de Cisjordania cortada por las fuerzas israelíes.

Enviada Especial a JerusalénEntre la ciudad de Belén, en la Cisjordania ocupada, y Jerusalén, apenas hay nueve kilómetros. Pero en los Territorios Ocupados Palestinos, las distancias se miden en tiempo. Un tiempo que deciden los militares israelíes a través de los checkpoints (puntos de control) que los palestinos deben cruzar no sólo para entrar en Israel, sino también para moverse dentro de Cisjordania o Jerusalén Este.

El domingo fui de Jerusalén a Belén con un conductor palestino. Wajd tiene residencia legal en Jerusalén y puede tener un coche con matrícula israelí, con la placa de color amarillo. Gracias a ello pudimos circular por la moderna autopista que conecta las grandes ciudades israelíes con Jerusalén. Desde el ataque de Hamás del 7 de octubre está llena de banderas con la estrella de David y las dos franjas azules que representan al río Jordán y al Nilo. En cambio, los coches de los palestinos que viven en Cisjordania tienen la matrícula de color blanco, y no pueden pasar por la autopista: les toca ir por carreteras serpenteantes y sin mantenimiento, también por caminos de carro.

Al llegar al checkpoint de Belén, que tiene una estructura similar a un peaje, los soldados israelíes ni siquiera nos dan el alto. Entrme en Cisjordania y el panorama cambia: la carretera que conduce dentro de la ciudad está bloqueada porque por la mañana militares israelíes han bajado una gran barrera de color amarillo que da acceso a la llamada Zona C. Son los trozos de Cisjordania que, pese a pertenecer a la Autoridad Palestina, están bajo control militar exclusivo de Israel. El conductor va preguntando a todo el que encuentra por dónde podemos pasar. Más adelante, un hombre que circula en dirección contraria nos alerta de que por ahí también está cortado, nos señalan otro camino y lo encontramos también bloqueado, éste con tres grandes bloques de hormigón sobre la calzada.

Al final, nos indican otra calle con una larga hilera de coches que avanzan lentamente. Los militares israelíes han tirado sobre el asfalto una gran montaña de piedra y escombros, pero los palestinos han allanado el margen izquierdo y, conduciendo con cuidado de no estropear los bajos del coche, se puede pasar por encima. Hemos tardado unos cuarenta minutos.

Vehículos circulando por una carretera de Cisjordania.

Volver a Jerusalén será más complicado. A media tarde intentamos rehacer el camino y encontramos que la montaña de tierra y escombros ha vuelto a crecer y no se puede pasar por ella. Nos adentramos por otra carretera más al sur. Los conductores se preguntan sobre la situación al cruzarse y nadie sabe nada a ciencia cierta: hay quien dice que más arriba se puede pasar, otros que no. Acabamos más al norte, por la zona que se conoce como "el valle del infierno", porque hay muchos accidentes: es una carretera empinada, llena de curvas cerradas y sin farolas.

La cola es cada vez más larga y ahora se han sumado algunos camiones. Un taxista nos indica que le seguimos, y unos metros más adelante gira a la izquierda y sale de la carretera para meterse en una pista sin asfaltar. Pero después de 20 minutos nos avisan de que por ahí tampoco se puede pasar. Rehacemos la carretera infernal, ahora en sentido de subida. El conductor decide hacer lo que estaba intentando evitar: meterse por una vía rodeada de asentamientos, donde teme ataques de los colonos. Hasta hace unos años la segregación en las carreteras era absoluta, pero ahora que las colonias se han expandido tanto en Cisjordania, sus habitantes utilizan también las carreteras que antes estaban reservadas sólo a los palestinos.

El tráfico en directo

Wajd ha sintonizado la cadena de radiofórmula Falastine en la que, entre canción y canción, van informando de los cierres de carreteras, en un singular boletín del tráfico. Información de servicio. Incluso dan un número de Whatsapp donde puedes decir dónde estás y dónde quieres ir y te indican la mejor ruta. También existe la opción de Google Maps, que no indica la situación ni el estado de los checkpoints ni de las barreras, claro, pero sí da pistas: las carreteras más congestionadas son los lugares por los que se puede pasar. Por si acaso, paramos en una gasolinera para cumplir el depósito y comprar agua y unas galletas.

Después de dos horas y media dando vueltas acabamos llamando a una periodista local que, unos minutos más tarde, nos traza una ruta de salida. Subimos y no somos los únicos: nos adentramos en una aldea situada en una montaña, y encontramos que los vecinos ya se han organizado para regular el tráfico indicando el camino con las linternas de sus teléfonos móviles. Hay alguien en cada esquina: pasan muchos coches en doble sentido por la calle principal, empinada y con curvas cerradas y, ahora que ya ha oscurecido sería muy fácil que hubiera un accidente. Al parecer, la gente local está acostumbrada a hacer de guardia urbana improvisada.

Las restricciones a la movilidad por parte de las autoridades israelíes en la Cisjordania ocupada no responden a ninguna norma. Los checkpoints y los obstáculos en las carreteras no tienen horario, ni régimen. A veces están abiertos ya veces cerrados, a veces sólo dejan pasar a mujeres y hombres mayores pero no a los jóvenes. A veces sólo coches de ONGs y periodistas. A veces revisan los vehículos y otras no, a veces identifican a los conductores y les hacen preguntas. A veces hay que dejar el coche a un lado y cruzarlos a pie, y continuar al otro lado en autobús o en taxi. Por eso, cuando se levantan cada mañana, los palestinos no saben qué pasará: si llegarán a la trabajo o en la universidad, en la cita con el médico o en el examen. Cada día es una incógnita marcada por la aleatoriedad, que hace mucho más difícil gestionar el día a día. Atrapados en un atasco permanente y sintiendo que no pueden controlar sus vidas. Y si todavía se preguntan cómo acabó la anécdota de esta crónica: llegamos a Jerusalén tres horas y media después. Tres horas y media por nueve kilómetros. &_BK_COD_

stats