Putin y el regreso de la historia

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Un mural en la ciudad polaca de Gdansk que muestra el rostro de Vladímir Putin junto al dictador Adolf Hitler.

Que Anatoli Chubáis enviado especial del presidente para las relaciones con organizaciones internacionales, haya decidido marcharse de Rusia no es poca cosa. Ni una buena noticia para Vladímir Putin. El exilio del ideólogo de la privatización en los 90 de más de 120.000 empresas soviéticas -y, por lo tanto, arquitecto de la cleptocracia que incuba a los oligarcas- visualiza la primera rendija en el núcleo duro del régimen. Y encaja con la reflexión del politólogo ruso Andrey Makarychev cuando asegura que los oligarcas curiosearon y en el Kremlin muy pocos querían la guerra.

La salida de Anatoli Chubáis pone muchos interrogantes a las informaciones del domingo 20 de marzo del Corriere della Sera -basadas en fuentes ucranianas- sobre el presunto arresto domiciliario de cuadros del FSB -el antiguo KGB- ordenado por Putin. El ministro de Defensa Serguéi Shoigú ha aparecido en la televisión después de más de dos semanas. Se dijo que había caído en desgracia. No hay nada claro. Habrá que estar atentos a lo que pueda decir Chubáis. Y a sus silencios.

Putin cree, o quiere hacer creer, que la guerra se acaba y que tendría bastante quedándose con el Donbás. ¿De verdad ha llegado Putin al momento decisivo? ¿Podría los próximos días anunciar un alto el fuego y vender una derrota como una victoria? Esto suele pasar cuando dos bandos empiezan a estar agotados. ¿De verdad Putin se lo cree? Y, si se lo cree, ¿qué exhibiría desde esta ventana de oportunidad? ¿A Mariúpol trinchado como Stalingrado en 1943 y los 15.000 soldados rusos muertos? ¿Y las masacres y las cifras de víctimas que todavía no se saben, pero que se sabrán?

¿Y qué piensa la sociedad rusa de este regreso a las peores tragedias del siglo XX? No todo el mundo se lo acaba de creer y el Centro Levada, el único de investigación sociológica fiable, se tiene que dedicar solo a hacer encuestas sobre nacionalismo o xenofobia porque se la juega si entra de lleno a informar de la guerra. Aun así, Levada ha sido capaz de decir que para el 48% de los rusos la culpa de la crisis es de Estados Unidos y la OTAN.

Dice el exoligarca Mijaíl Jodorkovski, encarcelado diez años por Putin y ahora exiliado en EE.UU., que al dueño del Kremlin no se lo frena con concesiones. Que lo ve como una debilidad. Que a Putin hay que intimidarlo con contundencia. Que es el único lenguaje que entiende. Mientras tanto, ¿qué le pasa por la cabeza? Y es que estamos ante un Putin sin precedentes cuando señala a los “traidores” y a los “quintacolumnistas”; las amenazas y el odio de la “casta occidental”, y la necesidad de Rusia de “autoregeneración”, expulsando a los cuerpos extraños e incitando a la delación. Quizá pensaba en Chubáis.

¿Y podría Putin acercarse al botón nuclear como el psicópata del film Doctor Strangelove (¿Teléfono rojo?: volamos hacia Moscú )? Vuelvo a Andrey Makarychev explicando en La Vanguardia lo que un día le escuchó decir a Putin: “¿Por qué queremos un mundo en el que Rusia no tiene el lugar que le corresponde?” ¿Estamos ante un suicida? ¿Los más próximos están pensando en sacárselo del medio? Porque, ¿cómo podría Putin continuar en el Kremlin con el mundo señalándolo como un criminal de guerra?

¿Un pronóstico fiable? Quizá el de la revista American Purpose en el artículo de Francis Fukuyama, que en 1989 anunció el final de la historia y en 2012 rectificó y avanzó el regreso. Dónde estamos ahora. Fukuyama constata el fracaso de la operación del Kremlin contra Ucrania, identifica el colapso militar y el naufragio diplomático, y está convencido de que Vladímir Putin no sobrevivirá a la derrota. Y piensa que el descalabro será una lección para China. Que quizá por eso -sobre todo últimamente- solo observa y se abstiene en la ONU. Y sobre todo calla y disimula.

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