Refugiados ucranianos: "Necesitamos alquileres de pisos por meses"

Redes de voluntarios trabajan para alojar y ayudar a los refugiados ucranianos a título particular

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Nicole Mende hablando con Ana e Igor, a su piso de Baflona.

BadalonaJusto cuando estalló la guerra de Ucrania, Nicci Mende y su marido entraron en internet para buscar cómo ayudar a las familias refugiadas que estaban llegando a Catalunya. A él, norirlandés establecido en Badalona, la situación lo conmovía especialmente porque le recordaba a su niñez en el Belfast del conflicto sangriento. Con cuatro pasos se inscribieron en una web, dejaron los datos personales e informaron de que hablan castellano e inglés y de que tienen libre una de las dos habitaciones de su piso. Muy pronto, al otro lado de internet ya leían el mensaje Anna e Igor, un matrimonio de Odesa con dos hijos de ocho y cinco años que se había quedado bloqueado en Catalunya, donde estaban de vacaciones.

“No entraba en nuestros planes una guerra”, apunta Igor sin gota de ironía. La pareja ha decidido compartir su historia, pero finalmente sin identificarse ni salir en las fotografías porque, en parte, les pesa un sentimiento de culpa, de decepción, de tristeza de “no poder hacer nada” ni por su país ni por todos los que se han quedado allí, ya sea por no haber tenido ninguna otra opción o por una decisión meditada de resistir. “Nos escriben y nos dicen que tenemos suerte, que estamos en el paraíso, pero nosotros aquí tenemos muchos problemas”, dice Igor.

Nicci, Anna e Igor están en el comedor de Mende, un espacio que desprende calor y donde las dos criaturas se entretienen con la televisión y los dos perritos de la casa. Una semana después de iniciar la convivencia, los dos núcleos han formado, dicen, lo más parecido a una familia, a pesar de que unos y otras son conscientes de que se trata de una estancia temporal que no se tendría que alargar.

La llegada de ucranianos al Estado es constante y ya se calcula que en Catalunya hay más de 5.000, la mayoría alojados en casas particulares, muchos de familiares y amigos, y otros de desconocidos, o en los cuatro albergues públicos ofrecidos por la Generalitat y en las 1.600 plazas de la Cruz Roja. Las redes de particulares solidarios con ganas de contribuir al bienestar del colectivo han proliferado por todo el territorio. Se han abierto canales en Telegram, webs y páginas en Facebook, y los números de teléfono corren por WhatsApp. Como el de Julie Navani, que haciendo lo imposible para encajar oferta y demanda ha dado techo a centenares de ucranianos.  

Empadronados en Badalona

Los voluntarios se movilizan para hacer recogidas de material –desaprobadas por gobiernos y entidades especializadas por el sobrecoste económico y técnico de trasladar comida a 3.000 kilómetros–, hacer de traductores o encontrar alojamientos de emergencia. También Natalia Dzyuban se enroló en este ejército de voluntarios desde el minuto cero, primero dando cobijo a un par de amigas y ahora también como traductora en las puertas del Saier (Servicio de Atención a Inmigrantes, Emigrantes y Refugiados) porque muchos de los que llegan no saben ni por qué están allí. “Les dicen que vengan al Saier y salen con una cita, y no saben qué hacer ni para qué sirve”, dice. “Mi móvil no para de sonar preguntando por la habitación que ahora ocupan ellos”, dice Mende, que es joven y contagia su vitalidad. “Me gustaría que todo el mundo tuviera claro que es muy fácil hacerse voluntario, que hay mucha gente ayudando y ehcando una mano”. Júlia Belaya vive enganchada al móvil para que haya alguien esperando a los que aterrizan en el Prat o llegan a la estación de Sants, sin ningún referente. "No hay ningún dispositivo y están perdidos, sin saber dónde ir", se queja.

Igor y Anna ya son oficialmente residentes en Badalona y se deshacen en elogios con el ayuntamiento de la ciudad por la atención y la dedicación hacia el colectivo de ucranianos. El padrón les ha dado la entrada en el sistema sanitario público y en la escolarización para las dos criaturas, que dicen estar “ilusionadas” con volver a la escuela, ni que sea para jugar con otros niños de su edad. Este tiempo fuera de casa tiene que dar un poco de aire a los padres. Igor todavía puede trabajar en su empresa ucraniana como analista de datos, gracias a la conexión a internet, pero no tiene asegurado que mañana pueda continuar. Anna es fotógrafa de niños y dice que ahora todavía es demasiado pronto para volver a su trabajo. “Necesito volver a poder sonreír y ahora no tengo fuerzas”, confiesa con una mirada que haría estremecer a una roca. Por ahora, la familia se distrae haciendo largas caminatas por la ciudad o por la playa. “Nuestro cuerpo está aquí, pero nuestra alma y mente están allí, en casa”, dicen.

Comisión bancarias caras

Están pendientes día y noche de cómo avanza el conflicto bélico y de la situación personal de sus conocidos a través de las alarmas y mensajes del teléfono. Viven, de hecho, dos vidas en paralelo sin fuerza ni siquiera para vivir una. Les quita el sueño sobre todo el alojamiento, una preocupación que comparten con su anfitriona, conscientes de que sus ahorros en Ucrania se agotan y se reducen en cada transacción en la que pierden el 30% por comisiones bancarias, y que los precios de los alquileres están desbocados . “Hemos ido a muchas inmobiliarias y todo lo que les ofrecen son alquileres de un año. Necesitamos que haya pisos por meses porque no saben cómo evolucionará su vida en los próximos días”, apunta Mende. La pareja asegura que su intención es “no depender” de las ayudas sociales que se establezcan para los refugiados ucranianos, reconocidos por la protección temporal, sino "tener planes A, B, C..." . De momento, todo son llamadas y esperas que les devuelvan la llamada, subraya Igor.

Otra Natalia, que tampoco quiere dar su apellido, también hace de voluntaria ocasional. Ha ayudado a llevar hasta Barcelona a su hija y a su nieto, los aloja en su casa y está pendiente de encontrar quién dé techo a una antigua vecina de Lviv, una ciudad que abandonó hace más de una década para emigrar a España. "Conmigo tienen asegurado un plato en la mesa, pero busco alguna ayuda social", dice.

"No se pueden ir a buscar a criaturas solas"

La DGAIA, la Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia, ha puesto en marcha un programa de acogida urgente para las criaturas ucranianas que llegan sin referentes familiares, pero por ahora "no hay ninguno", puesto que la inmensa mayoría están llegando acompañados por la madre o a través de una organización reconocida, explica al ARA la directora de la entidad, Ester Cabanes. Es el caso de los de la ONG Tanu, de Terrassa, que hace más de 20 años trae a Catalunya a niños huérfanos durante el verano y que ahora se ha encargado de que vengan 92 niños y adolescentes, 30 de los cuales están con sus familias de acogida y el resto con otros la idoneidad de las cuales la DGAIA analizó de manera expresa y les delegó la guarda por la vía de urgencia, a pesar de que mantiene la custodia y un control exhaustivo de cada caso. Cabanes asegura que no han llegado criaturas solas, a bordo de vehículos particulares de voluntarios, pero sí que tienen constancia de "cuatro o cinco" niños a los que familiares y amigos fueron a buscar a la frontera y su situación se ha tenido que regularizar rápidamente. "No se pueden ir a buscar y devolver criaturas solas ni tenerlas en casa", advierte Cabanes, que señala que "la buena voluntad para ofrecerse a ayudar a los menores" puede ser, en realidad, un delito de tráfico de menores. "Se entiende que son acciones movidas por la solidaridad, pero tenemos que tener en cuenta que las redes de tráfico de personas y las mafias existen", subraya la responsable de la DGAIA, que insta a quien tenga un menor en casa sin referentes ni registrado a comunicarlo rápidamente.

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