Reino Unido

Primer test electoral de un Boris Johnson asediado por diferentes escándalos

Las elecciones del superjueves, locales en Inglaterra y nacionales en Gales y Escocia, ponen a prueba la popularidad del 'premier'

5 min
Boris Johnson, durante una visita electoral a Llandudno, Gales, el pasado 26 de abril

LondresEl Reino Unido se enfrenta esta semana a lo que ya se ha denominado Super Thursday (superjueves). Con la excepción de los norirlandeses, el resto de británicos tendrán la primera oportunidad en casi un año y medio de votar en unas elecciones con muchas urnas para llenar: 143 consejos locales de Inglaterra; las alcaldías de 13 ciudades, incluida Londres y la asamblea de sus 25 concejales; 39 jefes y comisionados de policía; un diputado en Westminster por el distrito de Hartlepool (nordeste de Inglaterra), y para escoger los sesenta parlamentarios del Senedd o asamblea galesa y los 129 miembros de la cámara de Holyrood, en Escocia.

La paradoja de la convocatoria –en el caso de las elecciones locales, aplazadas el año pasado a raíz del estallido de la pandemia– es que ninguno de los dos líderes que, por razones diferentes, más se juegan, el premier Boris Johnson y el jefe de la oposición laborista Keir Starmer, concurre directamente en las elecciones. Pero los dos estarán pendientes de unos resultados que sirven, relativamente, para hacer una proyección de cara a las futuras elecciones en Westminster, que en principio no llegarán antes de la primavera del 2024. Y es que, además de la lejanía, la participación en las elecciones locales suele ser muy baja: en las del 2017 no se superó el 36%.

Con todo, servirán para medir tendencias. En concreto, si el populismo de Johnson sigue manteniendo la querencia que mostró en las regiones laboristas del norte de Inglaterra, en parte gracias al Brexit; o si Starmer –definido por la prensa pro tory como un representante de la élite metropolitana de Londres, como si Johnson no saliera de una élite todavía más clasista– rompe una dinámica que hace once años que dura, desde el triunfo conservador en las legislativas del 2010.

"Tendremos un test sobre cómo el Partido Conservador ha gestionado el año de la pandemia que también se mezclará con las consecuencias del Brexit, un psicodrama que se ha alargado durante mucho tiempo. Mientras tanto, para Keir Starmer, que hace un año que es el líder del laborismo, supone una prueba para saber si puede recuperar terreno a expensas de los tories, que han conservado once años las posiciones en los consejos locales", dice al ARA Tony Travers, catedrático y especialista en políticas locales de la London School of Economics. Pero, sin duda, son las elecciones de Escocia las más llamativas de la jornada, porque puede haber en juego a medio o a largo plazo "la perspectiva de un segundo referéndum de independencia".

La memoria de los electores

Pero, más allá de Escocia, lo que hasta hace diez días estaba en juego era comprobar cuál era la memoria de los electores en relación con la gestión de la pandemia del gobierno Johnson. ¿Qué pesa más, la errática y caótica política seguida por el premier los primeros once meses de la crisis sanitaria, con todo tipo de cambios de parecer y grandes anuncios que se han concretado en nada, o el éxito de la campaña de inmunización, que ha visto cómo ya se ha vacunado al 50% de la población (34,5 millones de personas con la primera dosis y 15 millones con la segunda)? ¿Qué pesará más, los 127.524 muertos, o 151.243 si se incluyen aquellos en cuyo certificado de defunción consta el covid como causa del traspaso, o el hecho de que el país ya vive una desescalada que muchos perciben como definitiva?

Pero hace diez días, al primer ministro le estalló bajo los pies una carga de profundidad lanzada por Dominic Cummings, que había sido su máximo aliado y asesor tanto para la campaña del referéndum del Brexit del 2016 como desde que llegó a Downing Street en julio del 2019, hasta noviembre del año pasado. En su blog personal, Cummings acusó a Johnson de haber urdido un "plan éticamente insensato y probablemente ilegal" para financiar las obras de remodelación del apartamento personal que en el número 11 de Downing Street ocupa con su pareja, Carrie Symonds. Una financiación que ya está bajo investigación de la Comisión Electoral y también del secretario del gabinete, Simon Case, del recién nombrado asesor del primer ministro para velar por los estándares de comportamiento de los miembros del gobierno, Christopher Geidt, y del comité que regula los estándares de conducta de los miembros del Parlamento británico.

Desde entonces, la agenda política y los titulares se han visto dominados por las presuntas irregularidades de Johnson, así como por algunas de sus declaraciones, según las cuales prefería ver "miles de cuerpos amontonados" antes que un tercer confinamiento. El primer ministro ha ninguneado todas las críticas. No esconde nada, dice, y todo es producto de la "burbuja mediática de Westminster". La opinión pública, ha repetido, está mucho más preocupada por la vacunación y la recuperación económica.

Algunas encuestas le dan la razón. Si el próximo jueves hubiera elecciones generales, la intención de voto para los conservadores sería del 44% ante el 33% de los laboristas, de acuerdo con la demoscopia de YouGov, publicada el pasado jueves. Otra muestra, del sábado, también muestra la misma proyección de cara a las elecciones locales: la razón, en este caso, es el hundimiento del UKIP, que en 2017 mantenía la defensa del Brexit como principal reclamo electoral. Con todo, este domingo otra encuesta para el diario The Obsrever ponía las cosas más favorable para Keir Starmer, después de que los diferentes escándalos alrededor del premier hayan reducido la distancia de los once puntos a cinco.

Impotencia laborista

Pero sea cual sea la diferencia real entre los dos candidatos, y las hipotéticas virtudes de Johnson, la imposibilidad del laborismo para llegar a los británicos dice tanto del desprecio por la verdad de la política actual como de las carencias de la izquierda para oponerse y proponer alternativas.

La semana pasada, el exeditor del Daily Telegraph Max Hastings, el jefe de Johnson cuando era corresponsal del diario en Bruselas en la década de los noventa, lo resumía en una intervención en el programa de BBC Radio 4 The World at One (minutos 21:20-27:14). Entre otras afirmaciones, decía: "Durante años he argumentado que Johnson no era apto para ser primer ministro, y he dicho que si llegaba a serlo el Reino Unido no podría decir más que era un país serio". La clave, para Hastings, es que Johnson "ha reescrito las reglas de la política". "Lo que habría hundido a cualquier otro primer ministro no parece que tenga ningún impacto en él. De alguna manera, ha reescrito las reglas, porque a la gente ya no le importa si el líder del país es un hombre honesto y decente…" Y cada vez hay más pruebas en su contra. Hastings lo calificaba también de "mentiroso en serie".

Donde Johnson, de momento, no ha tenido suerte en Escocia. El equipo de campaña tory no lo ha llevado hasta ahí, pero sí ha ido a Gales o a diferentes lugares de Inglaterra, a captar votos y dejarse hacer selfies con admiradores, que tiene muchos. El premier conecta con una determinada población inglesa y galesa, la que lo ve como el vecino de al lado de casa que puede encontrarse en el pub más próximo.

Si los conservadores ganan las locales y se imponen también en Hartlepool, los actuales escándalos que lo rodean se apagarán. Si sufre una sacudida, sus enemigos, que también tiene muchos y no pocos dentro de su partido, removerán todavía más las aguas. Mientras gane elecciones, Johnson será útil. Al primer síntoma de debilidad, como acostumbra a pasar en el partido, los conservadores se desharán de él. La munición está preparada y el artificiero jefe se llama Dominic Cummings.

stats