Las dos vidas de Piera Aiello, la mujer que desafió la Mafia

Tuvo que cambiar de identidad después de haber denunciado a los asesinos de su marido

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La diputada italiana Piera Aiello, en una imagen de archivo

Roma Piera Aiello (Partanna, 1967) tiene dos vidas y dos identidades. Una es conocida, como diputada en el Parlamento italiano, hasta el año pasado en las filas del Movimiento Cinco Estrellas; la otra es secreta, como testigo protegido en la lucha contra la mafia. Pero antes, tuvo alguna más. Su primera vida terminó el 30 de julio de 1991. Ese día, con una maleta llena de juguetes, otra de ropa y una hija de tres años a cuestas, abandonó Sicilia después de que unos mafiosos acabaran con la vida de su marido y de su suegro. Su encuentro con el juez Paolo Borsellino fue su resurrección.

Piera Aiello acababa de cumplir la mayoría de edad cuando la obligaron a casarse. Un matrimonio infeliz por las palizas que recibía de su esposo casi a diario. Nicola Atria era hijo de Don Vito, 'capo' de un clan mafioso en Trapani, la tierra de Matteo Mesina Denaro, el jefe de Cosa Nostra. Tras la desaparición del padre en 1985, Nicola prometió encontrar a sus asesinos y vengar su muerte. Esa fue su condena. “Conocí a Nicola con 14 años, me casé a los 18 y con 23 me quedé viuda”, cuenta mientras apura el primero de muchos cigarrillos en su despacho de Montecitorio, sede del Parlamento italiano. “Mi marido no era un mafioso, era un delincuente. Se infiltró en ese ambiente para encontrar a los asesinos de su padre y acabó encontrando la muerte”.

Decidió no esconderse

Una calurosa noche de finales de junio, dos hombres encapuchados entraron en el restaurante que regentaban y le pegaron dos tiros a quemarropa. Piera se salvó de milagro, pero decidió no esconderse y denunciar a los asesinos. Se subió a un coche rumbo a una pequeña comisaría de un pueblo escondido entre las montañas para encontrar al juez Paolo Borsellino. “La primera vez que le vi le dije: 'Con ese acento palermitano y ese bigote parece usted un mafioso'. Y él se echó a reír”, recuerda entre carcajadas. “Me dirigí a él como 'Honorable', que es como en Italia se llama a los diputados y a las personas importantes. Me frenó en seco: 'Con todo el respeto para la categoría, yo soy un simple fiscal. Pero tú me puedes llamar tío Paolo'”.

Condenada por Cosa Nostra, huyó de Partanna sin mirar atrás. “No había ni una sola familia donde no hubiera un muerto. Era el pueblo de los huérfanos y de las viudas. Y yo no quería ser una de ellas”. Tres días más tarde, estaba durmiendo con su hija en un apartamento protegido en Roma. A ellas se uniría poco después su cuñada, Rita Atria, la hermana de Nicola. “Cuando entras en un programa de protección de testigos pierdes tu libertad, tu familia, tu casa. Al principio no era nadie, me quitaron mis documentos pero no me dieron una nueva identidad. Cambiábamos de casa y de ciudad cada tres meses”, rememora.

El 19 de julio de 1992, un Fiat 126 cargado de explosivos acabó con la vida de Paolo Borsellino. Exactamente 57 días después de que una bomba con 500 kilos de dinamita colocada bajo la autopista que conecta el aeropuerto de Palermo con la ciudad matara a su compañero Giovanni Falcone, con quien había logrado condenar a más de 400 mafiosos en un histórico macrojuicio. La muerte de Falcone y Borsellino fue un antes y un después. “Me dijeron que muchos testigos protegidos se estaban retractando porque tenían miedo, pero yo sabía que no podía volver atrás”. Rita, en cambio, no pudo soportarlo y se lanzó al vacío desde una ventana. “Mi corazón sin ti no vive”, escribió en una nota de despedida. Tenía 17 años.

Lo que vino después fueron años de soledad --“sin la protección de tío Paolo”-- y de batallas con la farragosa burocracia italiana por una identidad, la que fuera, para poder tener un carnet de conducir, abrir una cuenta en el banco o inscribir a su hija en la escuela. “Porque aunque la cambies, la anterior nunca deja de existir; para ello tendrían que declararte muerta. Así que tendré siempre dos nombres”, dice resignada.

Con esa nueva identidad –que nunca ha revelado-- conoció al que es hoy su marido y padre de sus otras dos hijas. A él le confesó su pasado antes de casarse; las niñas supieron la verdad sólo en 2017, un año antes de arrasar en las urnas y entrar en el Parlamento. Aquel día fue la primera vez que descubrió su rostro en público ante las cámaras. Y comenzó su segunda vida. ¿No tuvo miedo?, le pregunto. “El miedo, cuando uno decide denunciar, es constante. Pero con el tiempo se transforma en rutina. No puedes llorar toda la vida, pensar que te van a matar todo el tiempo. Nunca pensé en huir al extranjero. Podría esconderme en Groenlandia, pero si me quieren encontrar, me encuentran. Al menos, prefiero morir en mi tierra”.  

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