La claca peligrosa de Pablo Motos

Pablo Motos y Alfonso Guerra en 'El Hormiguero'.
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El hormiguero está haciendo honor a su nombre. El programa de Antena 3 se ha convertido en un espacio organizado, subterráneo, intrincado, invisible, societario y persistente. Su función en la cadena va más allá del entretenimiento. Sibilinamente, trabaja al servicio de una estructura jerárquica con un objetivo común. Este miércoles por la noche, Alfonso Guerra visitó el programa. El invitado ideal para Pablo Motos en su estrategia semanal para ofrecer el mensaje político ultraconservador. Lo que dijo Guerra contra el acuerdo del PSOE, las inercias peligrosas del progresismo político y sus prejuicios con mal olor a naftalina, defendiendo el humor sobre enanos y homosexuales, no nos viene de nuevo. Y encaja a la perfección en el sesgo ideológico de Motos, con sus tertulias de pensamiento único y su actitud reaccionaria. Motos se opone al cambio en tanto que amenaza de la estabilidad y defiende la tradición que subraya las jerarquías. Empieza a demostrar un enfoque autoritario amparándose en la tergiversación de conceptos como libertad. Y evidencia una nostalgia de un pasado caduco.

Con Alfonso Guerra, Motos destilaba una indignación mal disimulada en las preguntas, deseando que las respuestas reafirmaran su pensamiento: “¿Usted se imaginó que un presidente negociaría con unos delincuentes a cambio de borrar un delito?”, “¿No estamos dejando solos a los catalanes no independentistas?”, “¿Cuándo se jodió el PSOE?” Preguntas tendenciosas en primera persona del plural que no podría formular un periodista con un mínimo de decencia. Pero que él, en tanto que cómic y domador de hormigas, puede hacer amparado en el marco de una conversación distendida. Motos se siente importante en su exhibición de la irritación y el miedo al futuro.

La semana pasada, El hormiguero invitó a Josep Pedrerol. Fue una entrevista muy política en la que le preguntó “como catalán” por el pacto de Sánchez con el independentismo. Pedrerol, al servicio de la misma cadena, soltó un discurso demagógico sobre su preocupación por España, la deriva catastrófica y su miedo a que, cuando viajara por el país, la gente pensara que él era un catalán insolidario.

Desde hace años, Atresmedia ha utilizado El hormiguero como plataforma política. Es el programa de entretenimiento donde se han realizado entrevistas electorales. Motos ha abucheado a candidatos por no querer asistir al programa y se ha divertido con Abascal, disfrazando de divulgación política la propaganda. Depositar la política en espacios de entretenimiento es una aberración. Es vender medicamentos como golosinas. Motos demuestra así su influencia mediática y el servilismo en el grupo de comunicación. Pero lo más peligroso de todo es la claca del público, obediente y automática, que no para de celebrar todos estos discursos. Es una forma de construir el pensamiento popular. El espectador acrítico aprende que los mensajes que se aplauden son los socialmente aceptados. Y, poco a poco, con la disciplina y discreción de las hormiguitas obreras, se acaba construyendo un nido con una comunidad gigante y adocenada.

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