Un instante de la conversación entre madre e hija, en 'Sense ficció'
Periodista i crítica de televisió
2 min

El Sin ficción del martes era un preliminar para El Maratón de este fin de semana. El documental, Mamá, tiene como protagonista a Gemma Guzmán, una mujer a la que hace tres años diagnosticaron un cáncer de mama y que posteriormente ha desarrollado metástasis en el cerebro. La vemos realizando las sesiones de quimioterapia para cronificar la enfermedad. Es un documental donde la generosidad de la protagonista y su familia es esencial, pero el hecho de colocarse frente a la cámara y hablar de su situación parece tener un efecto positivo en su bienestar emocional. La producción es muy modesta y el guión apuesta por una aproximación muy directa e intuitiva, con un desarrollo narrativo demasiado estático. A pesar de las limitaciones formales, sin embargo, existe una secuencia muy conmovedora y de un valor excepcional.

A la hora de acostarse, Gemma acompaña a su hija adolescente en la cama y tienen una conversación tranquila en su habitación. Recuerdan, con sentido del humor, que hace unos años Gemma dijo viviría hasta los 102 años. "No me hagas vivir hasta los 102 años con la quimio, eh...", le responde su madre. Pero valora que bien que se están saliendo, ambas, de ese trance y que valientes que han sido. "Tú sí, yo no...", le responde la chica. Y Gema le hace ver que ella también lo ha sido mucho: "A ver, te han dicho dos veces que tu madre podía morir". Y le recuerda que, en medio de todo este proceso, también murió el abuelo, ambas abuelas también han sido diagnosticadas de cáncer y una también murió. "Creo que hemos sabido afrontar muy bien la muerte, tú y yo; hemos hablado mucho", le insiste Gemma. Su hija se le escucha con serenidad, le da la razón y se muestra pensativa.

Es una secuencia emocionalmente muy potente. Y obviamente es el resultado de lo que dice la protagonista: haber hablado mucho antes y aprender a convivir con naturalidad con una realidad que no es fácil, y menos para una chica de quince años. Además, la conversación incorpora una negociación muy cotidiana y divertida entre ambas, porque la hija quiere salir algunas noches en las fiestas mayores de los pueblos de alrededor y Gemma no tiene nada claro que tenga que ir.

La escena deshace el tabú de la muerte. Madre e hija hablan de ello sin eufemismos y en un contexto doméstico. No hay dramatismo impostado ni artificio añadido alguno. No hacen ninguna falta. Por sí solo, es un momento potentísimo. Vemos cómo Gemma intenta aliviar la carga emocional silenciosa que los adolescentes a menudo asumen en situaciones familiares complejas. Somos testigos de cómo la madre pone en práctica una cierta pedagogía de la finitud, pero lo hace desde el nosotros y con espontaneidad. Se reconocen mutuamente las virtudes y límites y asumen las incertidumbres. Gema activa los mecanismos de adaptación a una realidad que, en ocasiones, no puedes elegir. Los espectadores presenciamos la construcción de un legado emocional: el traspaso de herramientas para que la hija pueda afrontar mejor su futuro. Fue excepcional.

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