Alfred Hitchcock se pasó buena parte de su carrera como cineasta preguntándose si existe una posibilidad razonable de matar a alguien garantizando que tus huesos no acabarán en el trullo. Films como Crimen perfecto, La soga o Extraños en un tren giran en torno a esta especulación. Y su respuesta –no me siento culpable por el espóiler, que estas no hay excusas por no haberlas visto– es que no: siempre ocurre algo que frustra los planes más milimétricos y estudiados. Si Hitchcock estuviera vivo hoy, en cambio, tendría una maravillosa oportunidad de ir matando a gente de forma cotidiana e impune. Sólo necesitaría una red social y algo de ingenio, y de esto último iba sobrado. Si no, que se le pregunten a la agencia Efe, que, en sólo una semana, ha tenido que despublicar dos noticias. Primero fue el helicóptero falsamente despeñado contra el rascacielos más alto de Madrid, y ahora la muerte del escritor Fernando Aramburu.
Este segundo caso es más doloso, porque el método utilizado para matarlo es ya uno de los clásicos de la desinformación: crear un perfil en una red social emulando la editorial en la que publica el autor en cuestión y emitir un tuit lamentando su paso a mejor vida. Es una mentira que requiere muy poca traza detectivesca para desactivarla. Basta con mirar los mensajes anteriores de la cuenta y fácilmente se verá que se trata de un engaño, ya que difícilmente se habrá pasado meses simulando ser una editorial. Pero por mucho que sea una táctica tan vieja como ir a pie, así se ha conseguido matar en su momento a Salman Rushdie, Fernando Savater o Isabel Allende. Un error es disculpable. La concatenación, en cambio, nos habla de los peligros de sucumbir a la dictadura de la inmediatez sacrificando el preciado bien de la contrastación, que es lo que acaba generando confianza en el lector.