Debía tener unos diecisiete años cuando, escribiendo mis primeros breves de prensa, apenas un chiquillo, me dieron la primera lección práctica de periodismo. No digas que un accidente ha sido “espectacular”, porque no son espectáculos y traen dolor a mucha gente. Las redes se han llenado en las últimas horas de imágenes y vídeos que, vistos desde la seguridad del sofá y la pantalla del móvil, ciertamente excitan la pulsión humana por la destrucción y la fascinación por los efectos devastadores de la naturaleza (si somos al abrigo). Pero más allá de satisfacer ese inevitable consumo sensacionalista, deberían ser palanca de reflexión. Pensaba a raíz del vídeo que ha circulado sobradamente, en el que se ve un camión de reparto colgado por el agua y un bombero rescatando al pobre conductor. Los medios nos hemos hecho eco de la escena y algunos lectores han protestado porque resulta que la marca comercial que luce el camión en cuestión, correspondiente al supermercado Mercadona, aparece pixelada.
Hay que decir que el vídeo provenía de los propios bomberos y que fueron ellos quienes pixelaron la marca. No es que El Mundo –que es quien recibió las críticas a X– añadiera la censura para proteger a la empresa de Juan Roig. Pero es evidente que despertaba suspicacias. Y los medios, si describimos el incidente, deberíamos consignar que el camión era de ese supermercado. Aunque sea para evitar la desconfianza del lector. Y, sobre todo, porque es lícito preguntarse si la empresa no tensó demasiado de la cuerda y obligó a realizar un reparto en condiciones claramente contraproducentes. En general, echo de menos dar este paso más: superar el embadurno por las imágenes aparatosas y saltar al cuestionamiento sobre si, en nombre de la rueda de la economía que nunca puede detenerse, se han puesto vidas en riesgo .