La decadencia babilónica de Carlos Latre

Torné, de la Fuente y Latre, en el primer capítulo de 'Babylon Show'
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Carlos Latre empezó ayer en Telecinco la primera de las batallas para luchar contra el imperio de El hormiguero, de Antena 3. Babylon show tiene un título que apela al caos de la grandilocuencia y la ambición. En la presentación del programa, el director y presentador decía: "Sabemos lo que vamos a hacer pero no cómo", y esta grave deficiencia de la estrategia se hizo evidente. Latre insiste en recuperar el espíritu del Crónicas marcianas, sobrevalorando un intangible que lo arrastra, cada vez que lo intenta, al más absoluto vacío televisivo. El showman insiste en ser “apolítico e irreligioso” como clave para el entretenimiento más blanco, pero el primer día de programa ya había muchas banderas españolas colgadas entre el público para recibir al seleccionador de fútbol Luis de la Fuente, un invitado poco exitoso para un estreno. El presentador confunde lo que divertirá a su invitado con lo que gustará a la audiencia, que no tiene nada que ver. Babylon show demuestra ambición en la producción. Pero es un esfuerzo del equipo que tiene un resultado televisivamente intrascendente. Son ideas que el invitado puede agradecer, pero para el espectador ver un barco de porexpan en el plató o que entre una banda a tocar los platillos no tiene ningún componente emocional. Nadie hablará de esto al día siguiente. En El hormiguero se apela al miedo a una explosión, al suspenso de una caída, a la emoción de un riesgo inminente, a la rivalidad de una competición, a la sorpresa, a la indignación o al sentido del ridículo. En cambio, Latre construye ideas que requieren mucho trabajo pero carecen de trascendencia emocional.

Latre no supo hacer lo que Sardà hizo con él y el resto de colaboradores en el Crónicas marcianas: definirlos bien, ser generoso y dejarlos lucirse. Latre, imitador de primera, eligió a un imitador de segunda por hacer de Mbappé. Marta Torné quedó diluida, sin aportar nada significativo. Xavier Sardà fue el invitado de piedra. Latre lo utiliza como reclamo para convertirse en su heredero mediático, el continuador de su legado. Pero Sardà ya hace meses que aparece por Telecinco convertido en títere y en Babylon show no fue ni eso. El reportaje callejero de Walter Capdevila provocó una profunda vergüenza ajena. Reaprovechado de la decrepitud de 8TV, el reportero ofreció un espectáculo de estulticia extrema que provocaba estupor. Tanto Capdevila como el personaje de Mari Carmen apelan a unos estereotipos tan rancios y pasados de moda que derivan en la vulgaridad más chapucera. Hortens-IA, la supuesta asistente virtual, es humor de fiesta de fin de curso de secundaria, como buena parte del guion.

En su estreno, Carlos Latre fue arrastrado por su propio caos. Tiene tanta necesidad de explicar y justificar cada cosa que hace y sus motivaciones personales que después todo es decepcionante. Se da demasiada importancia a sí mismo y olvida el contenido. Incluso tuvo dificultades para sacar del plató a la banda municipal y la pausa de publicidad lo abocó a la desorientación absoluta. La nueva Babilonia de Latre es ya decadente desde el primer día.

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