Denunciar un circo mientras montas la carpa

"Houdini", "Jimmy Jump", "Joker tarado"... Son algunos de los calificativos que los medios de Madrid dedican a Carles Puigdemont a sus ediciones digitales, tras la tocata (de bemoles ajenos) y fuga protagonizada por el expresidente de la Generalitat este jueves. Si la política es hoy capitalización del relato, Puigdemont se anota claramente el día aunque nadie sepa qué toca ahora tras esa bomba de humo. Hay mucha hiel en la caverna, pero también perplejidad. Y poca contrastación: más de uno abría la web diciendo que había orden de detención contra Turull, cuando hacía tiempo que los Mossos habían aclarado que sólo le citan por declarar. A falta de certezas, abundaban las columnas sesudas, preñadas de metáforas sobre la prestidigitación y el circo. Los titulares se encaminan a un triple objetivo. Primero, desprestigiar a Sánchez, a quien consideran responsable último del vodevil y, por tanto, le exigen elecciones. Segundo, denigrar a los Mossos, sugiriendo sin pruebas la connivencia del cuerpo. Y, tercero, demonizar a Puigdemont, el principal enemigo interior de España, por no tener que entrar en el detalle incómodo de la clamorosa injusticia –y posible prevaricación– que supone querer detener a un diputado electo pese a la amnistía en vigor.

Escribo estas líneas cuando Isla acaba de ser investido. Diría que mañana, en Madrid, el nuevo presidente sólo será protagonista de la portada deEl País, mientras que el resto seguirán hablando de circo, sin darse cuenta de que ellos son los colaboradores necesarios de la función. Son sus aspavientos los que alimentan estas escenificaciones y troleadas. Personalmente, preferiría una política más racional y menos performativa, en la que las instituciones catalanas quedaran mejor paradas. Pero viendo quien se cala y se sulfura, los golpes de efecto de Puigdemont rompen la sonsonia general. Y hacen evidente que, para que sea un circo, como dicen, alguien debe poner la carpa.