Y después de las vacunas, las cremas solares
Cuando era joven, el inicio del tiempo soleado le marcaba la publicidad que alertaba de que Ya es primavera en El Corte Inglés. La inevitable degradación hace que ahora el primer sudado canicular lo anuncie la ola de mensajes en las redes sociales recomendando prescindir de las cremas solares porque el astro rey te quiere mucho y, total, qué daño podría hacer exponerse horas a su primigenia abrazo. Dependiendo de la conspiración de turno, las malvadas protecciones de los rayos UVA impiden la síntesis de la necesaria vitamina D, que según algunos iluminados –no por el sol precisamente– es suficiente para impedir contraer enfermedades autoinmunes. Incluso llega a afirmarse que las cremas solares favorecían sufrir un melanoma, contra la opinión del conjunto de dermatólogos y oncólogos.
Buena parte de este ruido se basa en un estudio científico serio, pero que ha sido interpretado de forma sesgada (y con una metodología discutida). Quienes criticaban esta publicación señalan una hipótesis plausible: si los que utilizan cremas solares desarrollan más melanomas que los que no lo hacen es por la sencilla razón de que estos últimos se abstienen mayoritariamente de exponerse continuadamente al sol. El estudio, además, no evaluaba si los usuarios de cremas las habían utilizado de forma correcta y frecuente o bien confiaron en que la potinga las protegería durante toda la torrefacta jornada. Sería como decir que los cascos de moto son perjudiciales porque entre la gente que no tiene casco (porque no tiene moto) la incidencia de accidentes sobre dos ruedas es menor, o porque algunos alocados confían tanto en la protección del casco que se ponen a 180 kilómetros por hora por la autopista. El escepticismo es cómo tomar el sol: saludable en dosis adecuadas, hasta que deja de serlo en caso de exceso y uno termina con la piel, o el cerebro, como una gamba.