Marc Ribas: "Empiezo a notarme como Pep Guardiola. Siento que me estoy vaciando"
Cocinero y presentador
BarcelonaRegenta el restaurante El Ciri en Terrassa y también tres programas en el 3Cat: Cocinas, Juego de cartas y Cocina como puedas. Marc Ribas es el hombre de los fogones en la Corporación y en esta entrevista hace una deconstrucción de sí mismo y analiza qué necesita en la vida y qué pesos carga.
Cuando hacía dos años de tu debut en pantalla, dijiste que tú eras un cocinero y que en televisión estabas de paso. En el 2026 hará una década que estás... ¿ya para quedarte?
— Sigo pensando y sintiendo lo mismo. Soy un cocinero que está de paso y justo estoy en un momento de sentirme más vacío cuando estoy haciendo de presentador y mucho más lleno cuando estoy cocinando. Siempre ha sido así, pero ahora ya empiezo a notarme un poco como Pep Guardiola: siento que me estoy vaciando.
¿Crees que vas a dejar tú la televisión antes de que la televisión te deje a ti?
— No lo sé, porque quizás mañana no hago gracia y, cuando ocurre, entonces va muy rápido. Hay cosas que me sabría muy mal dejar, como el Cocinas, que es un programa donde hago lo que me gusta, que es cocinar y divulgar la cocina catalana. Como televisión pública deberíamos hablar de producto, de sector primario, de artesanía, de territorio. Y me siento con la responsabilidad de hacerlo yo, si tengo la oportunidad. Lo que me cuesta un poco más es el entretenimiento.
Pero en el Cocinas debes llevar cerca de 2.000 recetas. ¿Nunca se acaban los platos?
— ¡No! La magia de la cocina es que está viva. Hoy mismo está empezando un proyecto, que es una quesera en la Cerdanya. Pues si podemos contarlo, será fabuloso.
Entiendo por lo que dices que te pesa más el Juego de cartas, pero quizá sea porque has terminado rodaje de la edición de verano y de la del curso que viene esta semana.
— Es muy probable que venga de la paliza de los cuatro meses y que esté mucho más agotado de lo que lo estaría si habláramos en febrero o marzo. Pero siempre cuando hago el cierre de curso me planteo si tengo cosas que decir todavía y siempre creo que las hay. Ahora, en cambio, no sé si tengo más que decir con el Juego de cartas. Y pierde un poco el sentido.
Es fácil creer que hacer el Juego de cartas es una bicoca, porque viajas por el país con mesa siempre parada.
— El Juego de cartas es duro física y emocionalmente, porque hay personas compitiendo entre ellas y sienten la sacudida que venga un equipo de televisión. A menudo me dicen: "Coi, no me imaginaba que fuera tanta gente". Desde casa habrá quien se imagina que esto lo grabo yo con un móvil, pero somos 25 personas que nos desplazamos y todavía faltan las 15 de redacción y montaje. Claro, a los concursantes les movemos todo, para mirar cuál es la mejor luz y tirada de cámara, removemos la cocina... todo ello, sumado a la exposición, les pone muy nerviosos.
¿Pero por qué sufres tú?
— Yo sufro cuando los veo sufrir, por empatía. Es una carga emocional. Ves como la presión para sacar el proyecto adelante les angustia y eso en sí ya está cansado. Y después, físicamente, son cuatro días a razón de 12 horas al día durante los que estás fuera, duermes fuera, comes fuera... tu cuerpo y tu estómago no están preparados para tanta cosa. Duermo poco y estoy lejos de mi mujer y mis hijas mientras en casa están pasando cosas, y suma que estoy lejos del restaurante, donde hay 11 personas más que, de una forma directa o indirecta, dependen de mí, o quieren saber de mí. Entonces, siento que estoy desatendiendo aquí, que estoy desatendiendo en casa... acabo llevándome todo esto.
Suspenso poco a los concursantes, de hecho.
— Porque creo que es muy difícil lo que están haciendo. Entiendo su presión, y siempre voto más arriba de lo que votaría si no tuviera en cuenta que hay un programa de televisión allí. Seguro que las cosas las hacen mejor en su día a día normal.
Como espectador, me sorprende que sabiendo que vendrá la televisión a tengas la cocina sucia o la comida guardada sin filmar. ¿No te sorprende a ti?
— Me sorprendía al principio, pero ahora ya he entendido lo que ocurre: que muchas veces la propiedad no entra nunca en la cocina ni tienen relación con sus equipos de cocina. Son equipos de cocina pasavolantes, que ahora tienen éste y mañana tienen otro y van quemando equipos y equipos y equipos. Creen que montaban un negocio con el que ganaría mucho dinero y es un sector en el que los márgenes comerciales son muy pequeños. Si lo haces bien, sales adelante y te acabas subvencionando un puesto de trabajo.
Todo el mundo se atreve, aparentemente.
— Mucha gente acaba capitalizando un paro porque les dicen que en casa cocinan muy bien y montan un restaurante sin haber estado trabajando en uno. Y entonces son gente que dicen a su equipo lo que deben hacer y lo que no, cuando en realidad no saben. Deberías fiarte de los profesionales. ¿Verdad que no dejarías que alguien condujera un bus escolar por la Collada de Toses si ha visto muchos programas de conducción, pero no tiene carnet ni experiencia? Entonces, ¿cómo dejan que alguien alimente a 80 personas sin todo un conocimiento específico?
¿Quién te ha enseñado a ti a cocinar?
— Principalmente mi madre, porque en casa cocinaba muchísimo. Yo me puse a trabajar en una cocina desde abajo y he ido subiendo, porque yo estudié otra cosa: yo quería ser artista. Quería ser pintor y ganarme la vida pintando y haciendo fantásticos cuadros.
¿Te consideras artista, pero de los fogones?
— No sé si artista, pero sí artesano. Yo veo el arte como lo necesario para vivir, pero que no sirve para nada. No te llena la barriga, pero sí te llena el espíritu. Es la belleza por la belleza.
Pero, si sólo se tratara de llenar la barriga, con un poco de pan con tomate y salchichón ya haríamos.
— Ah, pero si el pan es bueno, si el tomate es bueno, si ese salchichón que hemos hecho es bueno, y he puesto un buen aceite... ya es una delicia.
¿Qué te sugiere a ti entonces el término "cocina de autor"?
— El problema de los términos no son los términos en sí, sino quienes se les otorga y que a menudo se joden nombres por necesidad de vender un humo porque no hay consistencia. Es decir, sí hay quien hace cocina de autor, y esta cocina de autor es superpotente, tiene un mensaje, tiene un discurso, y tiene un sentido.
...¿Y es arte entonces?
— (Ríe) Para mí es artesanía. Aún no es arte, no.
Viviste un tiempo en Brasil. Y allí tuviste otra maestra de cocina inesperada.
— ¡Sí, María! Era la mujer que venía a ayudarme con los trabajos de casa. ¡Entonces vivía en Río de Janeiro y vivía muy bien!
¿De qué hablamos?
— Tenía un ático fascinante. Aquello ya nunca lo viviré.
Hombre... ¡tienes tres programas en televisión y un restaurante!
— No creas: la tele no paga demasiado bien, al menos a mí. No es lo que digas, "hostia, puedes hacer muchas cosas". No. Pero ahí sí que me ganaba muy bien la vida. Debía cobrar un salario de unos 6.000 euros al mes que, con el nivel de vida de allí, es como si aquí cubriéramos 18.000. Y esto en el 2005: mucho dinero y con casa puesta por la empresa. Así que, en un traslado de piso, empecé a hacer cajas y poner el nombre de lo que contenían. Yo le pedía a María que me pasara una caja para desempaquetar y me di cuenta de que no sabía leer ni escribir. Ella cocinaba muy bien e hicimos un intercambio: yo le dije que viniera por las tardes, que yo le enseñaría a leer y escribir, ya cambio ella me enseñaría recetas, sobre todo de la parte dulce, que hacía muy buena.
Es una historia hermosa, pero chocante.
— Fue muy duro ver que una adulta, madre de una criatura, no sabía leer y escribir en el siglo XXI. Las diferencias sociales son tan bestias que tú puedes ver una riqueza que aquí no tienes y al lado ves una pobreza que aquí no estaba, pero que ahora he empezado a ver, con yonquis viviendo en tiendas de campaña depende de qué zonas. Le estamos viendo las orejas en el lobo. Si nos damos cuenta podremos remediarlo, si no, se nos complicará.
Tú has trabajado durante un tiempo por la noche. ¿Qué te ha enseñado?
— A mí me ha enseñado todo lo que no quería. chungas y que sacan lo peor de cada uno. Y que no hay demasiadas opciones para la gente joven para divertirse que no sean éstas. Como sociedad estamos enfermando un poco. He visto cosas oscuras que no querría volver a encontrarme.
Haciendo de portero en Zona Hermética debías de ver de todo.
— Realmente hice muy poco portero. Enseguida pasé a relaciones públicas.
El cuerpo ciertamente lo tenías.
— ¡Sí, pero yo intentaba desactivar los conflictos! A veces veías a unos compañeros que les tenías que decir: "A ver, este chaval es verdad que acaba de romper unos cristales de un lavabo con un vaso porque lo ha dejado la novia. Pero no hace falta matarlo, que tenemos un seguro, hombre". Me parecía que se había actuado alguna vez desproporcionadamente. Lo que me sorprendía es la normalidad con la que se convivía con eso. Y sabías que la policía era consciente de ello, también.
Yo que te imaginaba repartiendo tortazos...
— ¡No! Si siempre acababa haciendo de enfermera porque no falla quien se corta, quien se pelea y se le queda un dedo alabeado... Lo peor es cuando te dicen que hay una chica en el lavabo, por ejemplo, ya aquella chica le han dado algo para beber que no debían haberle dado y le ha pasado de todo. Esas cosas son las que me llevaba tanto como relaciones públicas o como portero y me dejaban jodido.
¿Tampoco te agredieron nunca?
— Era la época de los skinheads, que venían y hacían cosas de estas, pero a mí no me habían tocado nunca. Supongo que mi sola presencia, voz y actitud ya detenía las cosas. Nunca he provocado una situación. No iba a ver quién es más chulo, sino que intentaba ser más inteligente y ser consciente de que, delante, tenía a alguien que iba colocado.
De joven te interesaste por el boxeo. ¿Qué te da?
— Antes hablábamos de artes, ¿no? Pues, para mí, las artes marciales o el boxeo sí que son un arte, porque es como una danza. Toda la coordinación del cuerpo y toda la parte deportiva me gusta mucho, no tanto el combate. Ver según qué boxeadores me gusta, pero la sangre en exceso no. Todo esto que hacen de la UFC con las artes marciales mixtas no me gusta porque si alguien está en el suelo... ya está en el suelo, ya está. No hace falta rematarlo con un castigo en exceso.
Es un enfoque que liga con tu faceta de culturista. O exculturista. ¿Aún te consideras?
— Sí, sí, quien lo tiene de pequeño, no lo deja. Yo ya no compito, pero sigo alimentándome y entrenándome igual.
¿De cuánto rato hablamos?
— De una hora y media al día, seis días a la semana. Y sigo moviendo todos los kilos del mundo que puedo.
¿Cuántos kilos de presión sobre banco, por ejemplo?
— Ahora justo de eso no muevo mucho... Unos 130 kilos.
Temiéndolo, he venido preparado de casa con unas tablas estadísticas donde se dice que sólo el 0,075% de la población mundial puede levantar 100 kilos.
— Ya, pero es que yo he realizado máximas repeticiones con 174 kilos. Éste es mi récord.
Compitiste a nivel europeo y quedaste quinto de treinta y dos. Poca broma.
— Fue una gran experiencia. El culturismo es el mío aquí y ahora. Cada uno tiene el suyo. Hay quien lo consigue con el yoga, hay quien lo consigue escribiendo, hay quien consigue observando el mar... Yo lo consigo con esto. Es mi conexión absoluta conmigo mismo, con mi cuerpo y con mi cabeza. Es intentar dejar no la cabeza en vacía, sino la cabeza muy llena de mí. Desconexión de todo lo demás y de escucharme a mí.
Y cuando te escuchas, ¿qué te llamas?
— Cuando me escucho, hay silencio.
¿Hay ganas de silencio en tu vida?
— Sí, hay necesidad de silencio. De quietud y de ceguera: de no ver y no sentir nada.
Es curioso cómo contrasta lo que dices con tu ritmo frenético de vida.
— Es que para poder hacerlo todo, necesito hacer este vaciado.
¿Piensas a largo plazo? El próximo año harás los 50.
— No pienso en ello. Físicamente, más allá de las arrugas y canas, no he notado nada. Y espiritual, emocional y mentalmente estoy mucho mejor que a los 30. Más tranquilo, más repuesto, más sabio.
¿Qué te ocurría a los 30?
— ¡Que tenía 30! Y a los 20 era peor. (Ríe) Vas haciéndote mayor y vas reposando mucho más, ¿no? Y sabes apreciar mucho más lo que tienes y lo que quieres. Y he aprendido a esperar, que es muy difícil. He aprendido que, a veces, y puesto que hablábamos de boxeo, el no movimiento es el mejor movimiento.
Uno de los problemas de muchos restauradores es que no encuentran relieve. Tus hijas son pequeñas, pero no sé si querrías que siguieran la estirpe.
— Tengo una que tiene 10 años, tengo una que tiene 6 y tengo una que todavía está en la barriga: se llama Nina y salimos de cuentas el 11 de septiembre. Y sí, claro, me gustaría si fuera lo que les atrae. Yo he adaptado mi vida al trabajo, porque he tenido la suerte de encontrar el trabajo que me hace vibrar. Si tienes la suerte de esto, debes aprovecharlo.
Pero con tanto trabajo, la familia puede tensionarse.
— Yo siempre cuento que soy alguien que va al gimnasio, que come raro y que trabaja mucho. Y que debemos tener esto claro siempre.
¿Cómo de raro?
— Como un culturista la mayor parte de mi vida.
Por ejemplo, ¿qué comiste ayer?
— Ahora estoy como de limpieza, después del Juego de cartas. Te diré qué comí ayer y quizás te parece muy estricto pero no está pesado ni controlado: ya llegará el momento de volver a realizar una estrategia. Ayer me levanté y comí los copos de avena con agua, una pieza de fruta y la tortilla de diez claras y dos yemas. A media mañana me tomé una proteína con polvo ecológico muy chula que he conseguido, con crema de arroz de bebé, con agua. Luego comí una ensalada y una pechuga de pollo. Y entonces hice una merienda-cena. Como íbamos a ver el circo Raluy comí una ensalada de curry en Viena. Y después en casa, cuando llegué, me hice unas lentejas frías con pollo.
Un Viena me ha sorprendido. No sé si podríamos verte también en el McDonald's.
— No. Mi fast food es Viena, porque si mis hijas me lo piden yo como la ensalada, o un bocadillo de jamón. Pero yo, moralmente, ética e ideológicamente no voy a entrar en un McDonald's o un Kentucky o ninguna de estas cosas.
Y todo esto hay que bajar.
— Pico alrededor de unos seis litros y medio de agua al día. Esto es lo más habitual. Necesito mucha agua para limpiarlo todo, porque estoy comiendo en exceso. Piensa que, cuando lo normal, tomo unas 2.700 calorías. Pero como en exceso porque estoy intentando construir un cuerpo.
¿Se acaba nunca de construir un cuerpo?
— No, y al final se va a destruir. La gracia de este deporte es precisamente aquella figura griega del hombre que va a la montaña empujando una roca y cuando llega a la cima le resbala por el otro lado y debe volver a ella.
Sísifo era culturista, pues.
— Claro, porque siempre hay algo, sea un rodaje del Juego de cartas, o el nacimiento de Nina, o cualquier cosa que hará que tú no estés tanto encima y después tengas que volver a empezar. Pero, a mí, este volver a empezar me encanta. Aunque ahora no esté en forma, o en la forma que me gusta. Volver a pensar, escribir, diseñarme esta rutina de entrenamiento, la dieta... todo esto hace que me concentre en mí, única y exclusivamente en mí. Me da igual si gusta a los demás o no.
Si llegara una buena oferta para hacer televisión en...
— Pues depende. No sé cuánto tiempo tengo que alargar lo de la tele, pero si es una oferta con los sueldos de Madrid, que son un 60% más de lo que se cobra aquí, coi, quizás sí que lo tomaría, si fuera algo con lo que me sintiera cómodo.
No te piden mucho de política.
— Nunca me lo ha pedido nadie. Hombre, soy alguien de izquierdas y por tanto estoy muy preocupado ahora mismo. No me gusta todo ese sesgo que se está cogiendo contra los migrantes, todas las mentiras que se dicen, la desinformación... Tenemos que pagar impuestos, tenemos que tener unos buenos servicios públicos. No me gustan los ejércitos y me gustaría vivir en un mundo que no necesitara de ejércitos. Deberíamos poder educar y vivir en un mundo más justo, más limpio. Y creo que cada día se premia más al individualismo, pero no al individuo. Ahora entras en un sitio, dices "buenas tardes" y nadie te contesta. La conexión se ha perdido.